Zignum Meiga Entre las dos caras de la luna Parte 2

Capítulo 33 El Niño serpiente

Nadie sabe lo que es la verdadera soledad hasta que se vive en carne propia. Sabía muy bien eso. Limpiaba mi jaula como todo niño de doce años que limpia su habitación, aunque a veces las cadenas en mis piernas y brazos no me lo permitían. Había nacido del vientre de una trapecista en un circo ambulante que falleció cuando yo nací. Decían que mi madre la había violado un demonio. 
El dueño del circo tenía un gran afán por golpearme cada vez que iba a darme mis alimentos. Me agarraba de la cabeza lleno de asco por las escamas que tenía, me golpeaba sin compasión.
Cruelmente me obligaban a limpiar la sangre del piso después de hacerme gran daño a mi cuerpo. 
Gozaba de romper mis dedos que se regeneraban después de un tiempo, siempre gritándome blasfemias como:
"Monstruo o criatura asquerosa"
Tenía que soportar el dolor de mis huesos destrozados gracias al martillo que solía usar para moler mis dedos. No tenía derecho de gritar o el dueño me rompería los dientes como el mes pasado. 
Pero cada vez que todos iban a dormir y la oscuridad reinaba en mi habitación, me preguntaba por qué todos eran así conmigo. ¿Era a causa de mi deformidad? No, no tenía la culpa de ser un monstruo como me llamaban todos. 
No podía hablar, solo podía hacer ruidos para comunicarme. Nací con una deformación congénita llamada ictiosis arlequín. Me volví en el espectáculo principal por lo que todos querían entrar a ver en el circo. Yo era "El niño serpiente".
Al día siguiente y como de costumbre el dueño me llevaba mi alimento. Siempre era lo mismo, un trozo de pan mohoso y leche con grumos. 
El dueño me miraba siempre con absoluto asco. 
Pero entre todo el sufrimiento tenía a una amiga con la que conversaba todas las noches. A lado de mi jaula se hallaba la jaula de una gran elefante. A pesar de estar amarrada con una pequeña soga, no intentaba escapar, pues desde pequeña la habían acostumbrado a permanecer encadenada. Ella era la única que me miraba sin asco, sin miedo, sin odio.
El circo había llegado a Moldavia.
La función iba a comenzar. Entré al escenario mientras las luces me enfocaban. A lo lejos pude ver a mi amiga la elefante saludándome con su trompa, o eso imaginaba que hacía.
Podía ver en las miradas del público, la misma mirada de asco que me dedicaba el dueño del circo. De pronto, alguien arrojó una botella de vidrio y la botella cayó en mi cabeza abriéndome una herida sangrante. Caí de rodillas llorando lleno de dolor, el vidrio cortaba como las miradas de la gente. Aquel acto provocó que mi amiga se alterara y comenzó a atacar a todos los que se encontraban dentro del circo. Los gritos de la gente comenzaban a alterarla cada vez más. Hasta que llegó un grupo de hombres armados con escopetas y rifles. Los disparos resonaron varias veces y lo que antes era risas y diversión, se había convertido en un acto sangriento. Su trompa ya no saludaba más, pues ya no se movía del suelo, sus ojos ya no me miraban más, pues se habían cerrado para siempre. En poco tiempo habían dado fin a la vida de mi única amiga.
Consumido por la ira de ver a mi amiga muerta, mi cuerpo se prendió en llamas calcinantes y en cuestión de minutos arrasó con la vida de todos los ahí presentes, incluidos niños. En cuestión de minutos el circo ambulante se había convertido en una gigantesca llamarada ardiente hasta reducirse en cenizas.
Temblaba a causa del frío de la noche pero estaba hipnotizado, era la primera vez desde mi nacimiento que estaba fuera de mi prisión. Mi cuerpo frágil y desnudo crujía cada vez que respiraba, mis huesos se estremecían con cada paso que daba. Mis pies descalzos con escamas tocaban el suave pasto verde. Emitía pequeños jadeos, quizás debido a la felicidad de no estar atado.
Ahora era libre, podía ver claramente la luz de la luna por primera vez. Podía respirar el aire fresco por primera vez. Podía ser feliz al fin. 
Y ahí estaba un ángel, su nombre era Belle. Se acercó a mí y me brindó un abrazo. El único abrazo que había recibido de alguien. Y me susurró al oído. Me dijo que en realidad había muerto, pero que volvería a nacer. Que como las serpientes me haría cambiar de piel. Y que ella sería mi nueva madre. Pero que debía asesinar a alguien en mi siguiente vida. Los humanos eran malos, de eso estaba seguro. Entonces le prometí que haría lo que ella me dijera si tan sólo me hiciera olvidar lo que una vez viví.
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En los años veinte del siglo pasado, una extraña epidemia golpeó a cientos de miles de personas provocándoles algo extraño en particular.
Millones de personas padecieron trastornos neurológicos provocados por una encefalitis, cuyo origen aún se desconoce.
Dos pandemias coincidieron entre 1917 y 1920, devastando el planeta y sus habitantes humanos. Uno de ellos fue la gripe, que afectó de 50 a 100 millones de personas. La otra se llamó encefalitis letárgica, algo previamente desconocido. No mató a tantos, tal vez a un millón, pero sus manifestaciones fueron aún más crueles: paralizó a la mayoría, afectó especialmente a los adolescentes, provocó conductas delictivas en los niños y mantuvo dormidos a miles de adultos durante años. Aquellos que se despertaron lo hicieron con secuelas que recuerdan al Parkinson. Como vino, se fue. Esta enfermedad se conoció como "enfermedad del sueño".
Se trataba de una inflamación aguda de la materia gris del sistema nervioso central que provocaba diversos síntomas que podían variar según el paciente, pero en generalmente incluían alteración de la conciencia, necesidad urgente de dormir,
Somnolencia-oftalmopléjico, malestar general, parálisis de los nervios craneales, extremidades y músculos oculares, movimientos involuntarios, movimientos oculares anormales, parkinsonismo, debilidad de la parte superior del cuerpo, insomnio o reversión de los patrones de sueño.
Esto dio lugar a una serie de secuelas neurológicas y psiquiátricas (alteración de la personalidad y trastornos psicóticos).
Esta enfermedad provocó que los anticuerpos producidos por el sistema inmunológico atacaran los receptores NMDA en el cerebro, que son proteínas que ayudan a controlar los impulsos eléctricos en el sistema nervioso central. Sus funciones son esenciales para el juicio, la percepción de la realidad, la interacción humana, la formación de la memoria y la recuperación y control de actividades inconscientes, también conocidas como funciones autónomas.
Los receptores de NMDA fueron reconocidos como tejido extraño por los propios anticuerpos, por lo que fueron atacados y causaron la encefalitis resultante.
La enfermedad suele comenzar repentinamente con fiebre, escalofríos y dolor de cabeza. Luego, el paciente caía en una somnolencia oftalmopléjica, una especie de sueño profundo del que inicialmente podía despertar. Los pacientes dormidos no tenían síntomas de coma y poco a poco salían del letargo. Pero en la variante epidémica, la somnolencia empeoró y resultaba en un coma que podría ser fatal.
Hasta el día de hoy, el origen de esta enfermedad es controvertido.
Caso clínico:
Un paciente masculino de 21 años con antecedentes de guerra en Irak viajó a Sololá Guatemala una semana antes de ser hospitalizado.
Posteriormente desarrolló fiebre, dolor de cabeza, síndrome de confusión y mioclonías. Se realizaron escáneres cerebrales y pruebas de laboratorio y todos resultaron normales. La toxicología urinaria fue positiva para el alcohol y negativa para el LSD. El frotis nasofaríngeo fue negativo para virus respiratorio
Se inició tratamiento con ceftriaxona, vancomicina y aciclovir.
Cuarenta y ocho horas después del ingreso, el paciente desarrolló una posición alterada del cerebro y los sentidos que requirió ventilación mecánica. El electroencefalograma mostró una lenificación difusa del ritmo basal y posteriormente se desarrolló con actividad epileptiforme bilateral, que corresponde a un estado epiléptico no convulsivo.
La condición se interpretó como parkinsonismo postencefalítico y comenzó con L-dopa.
Continuó con extrema rigidez, catatonia y flexibilidad cerosa. Días después presentó cinesias paradójicas, en las que el paciente mostraba signos de no comprender los comandos o no realizar acciones motoras; Sin embargo, al arrojar un globo sobre su rostro, pudo levantarlo con ambas manos. Se le colocó una sonda nasoenteral para la alimentación porque había perdido 15 kg durante la estancia hospitalaria.
Debido al desarrollo de efectos secundarios de la L-Dopa (alucinaciones), continúa con el seguimiento ambulatorio y tiene convulsiones y deterioro cognitivo durante al menos un mes después del evento.
El paciente mostró falta de capacidad para reconocer su déficit de memoria, presentando en ocasiones conspiraciones para llenar vacíos de memoria, acompañadas de cambios de personalidad en forma de apatía o fragilidad emocional.
Tenía neuropatía periférica, ataxia cerebelosa y miopatía. Dio positivo para el síndrome psicótico de Korsakoff, a veces después de un episodio agudo de encefalopatía que se manifestaba por nubosidad de la conciencia, movimientos oculares y otros síntomas neurológicos.
El paciente tenía un trastorno de ansiedad, un ataque de pánico u obsesión obsesivo-compulsiva.
Desarrolló demencia, delirios megalómanos, disartria, temblor y el signo de Argyll-Roberston.
Insistió en mencionar una conspiración de seres interdimensionales, así como una larva llamada Hati que se había arraigado en su cerebro.
En el tercer mes, el paciente alcanzó la mayor nubosidad de conciencia. No hay actividad voluntaria. Cae en coma. Los intensos estímulos no provocaron ningún movimiento defensivo y desaparecieron los reflejos corneales y pupilares.
Dio positivo por encefalitis bursal, que se asocia con una neoplasia o tumor.




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