Zion

Capítulo ocho

«¿Por qué gente inocente se llevaba la peor parte?».

 

Capítulo ocho

 

Gia

—Dicen que hace muchos años, una niña despertó.

«Qué oportuno», pensé mientras me sentaba junto a Sarah. Ella apoyó su cabeza en mis piernas y suspiró.

—Pero yo despierto todos los días y nunca hicieron una historia sobre mí —acotó Tim frunciendo la frente, y yo reí.

—Es cierto, qué injusta es la vida. —Alec negó con la cabeza mientras caminaba por la habitación con los brazos detrás de la espalda—. Como decía, esta niña tenía muchísimas cosas... pero quería algo más. Ella quería un oso de peluche. Pero no era cualquier oso, era de una vecina.

Alcé una ceja. Los niños empezaban a inquietarse.

—¿Y le quitó el oso? —habló uno de ellos con los ojos saltones.

—Yo creo que se lo compró —comentó otro hablando con seguridad.

—No, lo que pasa es que... Bueno, el mensaje es que una persona se queja de no tener zapatos hasta que se da cuenta de que alguien no tiene pies.

Sonreí y me levanté para caminar hacia Alec y rodeé su hombro.

—Lo que Alec quiere decir, es que... ¿Qué querías decir, hijo? —Lo miré esperando una respuesta. A veces no lo entendía.

—Dar una gran enseñanza y que haya un largo silencio donde dejo pensar a todos sobre el magistral discurso que acabo de soltar. Como en las películas.

—Oh...

—No funcionó. —Ladeó el labio y yo me eché a reír.

—No. —Me negué tomando aire—. Bueno, niños. ¿Les conté alguna vez la historia de caperucita y los siete enanitos?

—Así no es la historia. —Sarah interrumpió confundida.

—Lo sé, pero... ¿Quién dice que debemos seguir esas reglas?

—Gia, son niños. —Meredith susurró mirándome y asentí dándome cuenta de lo que había dicho.

—No es cierto, las reglas se siguen, niños. Es solo que soy ruda y voy a unir dos historias. La bruja será la abuelita de caperucita.

—Georgia, ¿estás bien? —preguntó Tim acercándose a mí.

—Eh... Sí, estoy bien. —Me agaché y él me abrazó.

—Vamos a estar bien.

Giré a ver a Alec y encogió los hombros. Todo era muy raro.

Estuvimos un par de horas más, contando chistes y dibujando nubes junto a Sarah. Lo cierto es que me había gustado demasiado la experiencia de darles algo de alegría a los niños. Lo había escrito para hacer parecer buena a Georgia en el libro, pero es que apenas te das cuenta de las cosas cuando llegas a experimentarlas.

Los pequeños no merecían lo que estaban viviendo. ¿Por qué gente inocente se llevaba la peor parte?

—¿Te pasa algo? —preguntó Alec mientras caminábamos, saliendo del hospital.

—Solo me siento un poco mal por los niños. Me parece injusto que tengan que enfrentar estas cosas.

—Bueno, lamentablemente es lo que les tocó. Admiro mucho cómo sonríen a pesar de todo.

—Sí, yo también. De hecho, cada vez que los veo, me contagian mucho de su felicidad. Esos niños son verdaderos héroes.

—Lo sé, es como, «los verdaderos héroes son gente común y corriente que decidieron marcar la diferencia».

—¡Exacto! —Sonreí y rodeé su hombro—. Eres listo, chico. Me caes bien.

—Y tú a mí, chica. —Asintió y reí antes de soltarlo.

—¿Quieres un helado?

—¿Me lo vas a regalar?

—No.

—Bueno, al menos lo intenté. —Se encogió de hombros y caminamos hacia la heladería.

 

Pasaron días, días en los que descubría secretos del libro. Como el hecho de que había un límite en la zona de Baltimore. Al parecer, como realmente no existía, podía ver una especie de acantilado alrededor del pueblo y la gente parecía no notarlo.

—¡Acto de presencia parental! —gritó mamá desde el otro lado de la puerta y fui despertando mientras ella entraba—. ¡Buenos días! ¿Cómo estás, preciosa?

—Eh, buenos días. ¿Qué hora es? —Me estiré y sonrió sentándose a mi lado.

—Hora de ballet.

—Pero no quiero bailar más ballet —me quejé sin abrir los ojos.

—¿Tú? Pero si es tu pasión desde que eras una bebé.

—Bueno, las cosas cambiaron, no quiero bailar más ballet. No bailaré más ballet.

—¿Ballet? —preguntó mamá, mirándome.

—Uhm, sí.

—¿Qué tiene que ver el ballet?

—Que... ya no quiero bailar más.

—Pero si tú no practicas ballet, hija. No entiendo. —Rio y yo alcé una ceja—. ¿Estás bien?

Qué rápido era eso.

***

Y así fue como un sábado pasó de ser un día muy ocupado a un día de hacer nada. Los Todd querían pasar mucho más tiempo familiar del que ya había y empezaban a fastidiarme. Y no por el hecho de que me cuidaran o quisieran pasar tiempo conmigo, es que:

—¡Vamos a hacer galletitas! —chilló mamá tomando mi mano y saltando hacia la cocina.

—Pero no tengo ganas —me quejé. Había pasado de tener una mamá que no tocaba la cocina ni por error a una que no la dejaba para nada.

—Nada de eso, vamos a pasar tiempo de calidad mami y bebé.

—Pero...

—¿Tienes planes? —Sonrió apoyando sus manos sobre sus caderas.

—Sí, voy a salir.

—¿Con quién?

—Con… Eh... Alec.

—¿El chico raro del saludo vulcano? —Puso las manos sobre su cadera y frunció el ceño.

—Vulcano. Sí, él.

—Bueno, que venga a buscarte entonces, lo esperamos con galletitas.

—Bueno, ¿y Pam? —pregunté al recordar a mi prima.

—Está en sus clases de piano.

—Oh, sí.

Abrí los ojos y saqué el teléfono.

Gia

Por favor, dime que no estás ocupado. Sácame de aquí.

10:00 am

Alec

¿De dónde? ¿Pasa algo?.

10:00 am

Gia

No, me refiero a mi casa. Mamá está demasiado cariñosa. ¡Ayuda!.

10:00 am

Alec

Exagerada. Llego en diez. Espero mis galletitas.

10:00 am

Fruncí el ceño y giré a ver a mamá Todd. Era tan distinta a mi mamá. La extrañaba un poco.




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