Zion

Capítulo diez

«Es genial tener a alguien en quien confiar».

 

Capítulo diez

 

Coco

—¿Cómo te fue en la cita? —preguntó Pam mientras esperábamos por la pizza en su casa. Sí, ya se había mudado. Todo pasaba tan rápido en los libros.

—Terrible. Fue tan... horrible.

—Genial, dime qué pasó. —Rio acomodándose en el sofá.

—¿Realmente quieres saber?

—Por supuesto. Además, quiero saber qué pasa con tu amigo raro.

—Se llama Alec. —La corregí por enésima vez.

—Cuéntame.

—Su papá se enteró que estaba viviendo en un cuchitril, le compró una casa y lo obligó a vivir ahí. Así que estaba de mudanza el domingo, desde ese día no sé nada de él.

—Bueno, eso es raro. ¿Estará bien?

—Sí, solo espero que aparezca pronto.

Ding.

El timbre sonó, mi prima fue a por la pizza y regresó con un rostro bastante gracioso.

—El sujeto está en mi puerta, ¿es mago?

—¿Eh? ¿Qué sujeto? —Me dirigí a la puerta, Alec estaba ahí con el uniforme de una pizzería.

—Hola, Gia.

—Es Georgia. —Pam lo corrigió y Alec sonrió.

—Puede decirme Gia... No importa, ¿dónde estabas? —Lo abracé.

—Bueno, pasaron un par de cosas desde el domingo. Cambié de casa, trabajo y familia, ¿qué te parece?

—No estoy entendiendo nada.

—Yo iré a simular que soy un hongo por allá. —Pam tomó la pizza y entró a la casa.

—Pues resulta que en la casa donde vivo hay unos ancianos muy simpáticos que se hacen llamar mis abuelos. Así que... Sí. Tengo familia. Y una gallina.

—¿Una gallina?

—En efecto, se llama Coco.

—¿Estás bien?

—Bueno, he sido obligado a hacer algo que no quería. Pero está bien. Solo que Coco a veces me muerde porque no la dejo ver el canal de documentales.

—Alec... Las gallinas no muerden, picotean.

—No sé, a mí Coco me mordió.

—¿Podemos dejar de hablar de gallinas? —pregunté dándome cuenta de la situación.

—Sí.

—¿Volverás a clases?

—Por supuesto.

—Genial. —Sonreí y él alzó las cejas—. ¿Qué pasa?

—¿No tienes nada que contarme?

—Tal vez...

—¿Sí?

—Shawn me invitó a salir. Fue la peor salida de todas, de verdad.

—Lo sé.

—¿Cómo que sabes?

—Digamos que encontré a Shawn en el centro comercial y me amenazó diciendo que si, citándolo,«me acerco a ti, me torcerá el cuello como a una gallina».

—¡¿Qué?!

—Sí, y me imaginé a Coco. Así que lo ignoré y seguí con mi vida. ¿Sabías que el vuelo más largo que ha hecho una gallina fue de trece segundos?

—¿Cómo puedes estar tan tranquilo después de esto? —Presioné los puños y él sonrió tocando mi mano para que la relaje.

—Él no existe para mí. Toma la vida con calma, Gia.

—Dime qué rayos haces.

—¿A qué te refieres?

—¿Cómo puedes actuar tan calmado y serio cuando hace segundos estabas hablando sobre gallinas?

Alec acarició mi mejilla.

—Uhm, volveré a trabajar. La pizza va por la casa.

—Agradezco tu amabilidad, pero la pizza se pide por aplicación y con previo pago. —Reí mirándolo y él sonrió.

—Perdón, soy nuevo.

—Te veo el lunes. —Besé su mejilla y me despedí. Al ver que se iba cerré la puerta.

—Madre mía de la vida. —Pam habló cuando entré.

—¿Qué contigo, chica dinosaurio?

—Te gusta Alec.

—¿A mí? No... —Ella alzó la ceja y me senté mirándola—. ¿Se nota mucho?

—No, casi nada. Es solo casi igual al ego de Shawn.

—Oh, por Dios.

Pam se echó a reír y le dio otro mordisco a su pizza.

—A él también se le nota. Son como dos ventanas limpias.

—¿A qué te refieres con eso?

—Me refiero a que son muy transparentes, querida.

—De todos modos, no pasará nada...

—¿Por qué?

—Porque no todo se puede en esta vida. —Suspiré. Ella no entendería mis razones.

—No me estás dando respuestas claras.

—Porque no, Pam. Cambiemos de tema o veamos algo. —Encendí el televisor mientras me miraba.

—Pirqui ni, Pim. Cimbiimis di timi...

—Cállate.

Y se quedó callada. No sabía si era por su cuenta, o eso contaba como deseo, pero me alegraba de que lo hiciese.

Al día siguiente, cuando no tenía nada que hacer, Alec me salvó.

—¿Y qué haces? —preguntó mientras yo tomaba helado recostada en mi cama.

—Hago ejercicio. —Reí acomodando bien el teléfono en mi oreja.

—Sí, claro. Ahora dime la verdad.

—Me estoy tomando un litro de helado sola, la vida es hermosa.

—¡Coco! —gritó alejando el teléfono de su boca—. ¡Deja eso!

—Estás... hablándole a la gallina.

—¡Qué molesta! Ahí está, ahora quieta.

—No entiendo nada.

—Le puse el canal de documentales de animales para que se tranquilice.

—Interesante.

—Oh, ¿sabías que los delfines duermen con un ojo abierto? Qué astutos son.

—Alec, esto se está tornando muy extraño, en serio.

—El día que conozcas a Coco vas a entenderlo.

—Okey, no te conozco —mencioné y Alec se echó a reír provocando que niegue con la cabeza—. Tonto.

—Lo siento, Gia. Eres la única que no huye de mí. No puedo evitar ser yo mismo cuando estás cerca.

Cerré los ojos y dejé el helado a un costado.

—¿Sí?

—Sí, y te he contado muchas cosas. Es genial tener a alguien en quien confiar.

Cada vez que hablaba, me hacía sentir mal. Yo le estaba ocultando algo.

—Puedes confiar en mí, ¿lo sabes?

—Sí.

—Bien, voy a buscar la comida de Coco. Ya se acabó su telenovela.

Reí abriendo los ojos y suspiré.

—Sí, yo ya dormiré. Te veo en clases mañana.

—Buenas noches, Gia. —Volví a sentir un escalofrío y me toqué la frente.

—Buenas noches, Alec.

Colgué y giré a ver el frasco. Ya ni siquiera quería helado. Luego de dejarlo en el congelador, me puse a pensar. ¿Y si le contaba?




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