Zion

Capítulo trece

«¿Eres mi hija? No entiendo».

 

Capítulo trece

 

Uhm, internet

Corrí por las calles del vecindario buscando la casa. Estaba sola, llorando y sucia.

No tenía a nadie. Había lanzado el teléfono al río, así que solo tenía la mochila, donde solo llevaba el cuaderno y un lápiz. Tomé aire esperando que ese fuera el lugar y toqué el timbre.

Esperé unos minutos, y cuando me estaba yendo, Alec salió.

—Gia...

—Alec, ayúdame. —Lloré abrazándolo, él solo se hizo a un lado para que entre y cerró la puerta—. Me va a buscar.

—¿Qué? ¿De quién hablas?

—Arnold, me está buscando. —Me limpié las mejillas y lloré aún más fuerte.

—Ven, cuéntame. —Tomó mi mano y caminamos hacia la sala.

Y es que ese, sin duda, había sido un día de locos. Todo comenzó por la mañana del último día de exámenes.

—¡Acto de presencia parental! —Sonrió Arnold luego de tocar la puerta—. Buenos días, princesa.

—Hey, pa.

—¿Qué haces?

—Estudio, hoy es mi último final.

—Bien... ¿Y cómo van esas notas?

—Muy bien, los profesores no corrigieron todos los exámenes, pero los que sí dicen que voy excelente.

—Felicidades, sabía que lo harías.

—¿Necesitas algo?

—Uhm, no. ¿Por qué?

—Porque miras alrededor como si buscaras algo. —Alcé las cejas con inocencia y negó sonriendo.

—Solo venía a despertarte, pero ya lo estás... Iré con tu mamá a preparar el desayuno.

—Está bien. —Asentí, entonces él salió y fui por mi cuaderno a revisar página por página.

No había nada raro, ¿por qué Shawn había vuelto? Tal vez, al no escribirlo, el deseo no había sido tan fuerte. Entonces lo escribí, solo para confirmar.

Shawn deja de molestar a Georgia.

Eso debía servir.

Entonces guardé el cuaderno y decidí bajar a desayunar.

—Buenos días, vecinos —saludó Pam, entrando para tomar una manzana de la mesa.

—¿Cuándo será el día en que nos hables un rato antes de asaltar la mesa con comida? —preguntó Arnold riendo.

—El día que no haya comida en la mesa. —Guiñó el ojo y tomó mi mano—. Vamos, Peach.

—Adiós, ¡ya vuelvo!

—¡Que te vaya bien en el examen! —gritó Katherine mientras yo salía.

—¿Estás segura de esto, Georgia?

—No me dejan otra opción, papá está muy raro.

—Pero poner cámaras en tu habitación...

—Solo quiero saber si hace algo, tengo que saber si confía en mí. Nunca le he dado razón.

—Bueno, eso es cierto. Vamos a Hamilton, tengo examen de química. —Se encogió de hombros mientras íbamos hacia la estación de buses.

Yo tenía examen de geografía. Irónico, porque si respondía «el mundo tiene más de un continente», me verían como una loca, igual que cuando dijeron que la Tierra no era plana. Mi culpa, por no prestar atención a los detalles básicos.

—Hola —susurró y pegué un brinco—. ¿Te asusté?

—Shawn —hablé sorprendida. ¿Por qué no se iba?

—¿Cómo estás, nena?

—Lárgate.

—Eh, no seas agresiva. —Sonrió guiñando el ojo.

—Adiós, Shawn.

—No puedes irte. —Tomó mi muñeca, cambiando el rostro totalmente.

—Claro que sí. Déjame. —Me solté y emprendí mi camino, pero me volvió a tomar del brazo—. Shawn, te hablo en serio. Suéltame.

—¿O qué? —Rio intentando tocar mi cara, pero me solté y empecé a gritar como una desquiciada—. ¡Cállate! —me gritó, pero no hice caso.

Tanto fue el escándalo que hice que poco después Shawn estaba siendo llevado a la dirección.

—¿Estás bien? —Alec corrió hacia mí al enterarse de lo que había pasado.

—Estoy bien, no te preocupes. —Sonreí tocando su mejilla, luego aclaré la garganta y lo dejé.

—¿Por qué te trajeron al tópico?

—Porque vieron mis brazos y pensaron que me había hecho algo...

—Gia, ¡¡tienes el brazo morado!! —Se escandalizó levantando un poco mi brazo.

—No, es que tengo la piel sensible. Y no está morado, exagerado. Solo está un poco rojo.

Era curioso, porque nunca había especificado eso con Georgia. La de la piel sensible era yo.

—Quiero hacerle daño. —Alec presionó los puños, nunca lo había visto de esa forma. Intenté bromear a ver si lograba hacerlo volver en sí.

—Alec, él levanta el dedo y ya estás en el piso. —Reí y él me miró sonriendo un poco.

—¿Estás dudando de mí?

—No, pero te hice sonreír.

—¿No te dijeron nada más?

—No, ahora vamos por ese examen.

Entonces saqué el teléfono para ver si pasaba algo en mi habitación.

—Está bien, un segundo.

—¿Qué haces?

—Vigilo a mi padre.

—¿Eh? —Alec se acercó a ver la pantalla de mi teléfono.

—Puse una cámara en mi habitación, en la parte de arriba del armario, y lo estoy vigilando.

—¿Y de dónde sacaste esa cámara de vigilancia?

Lo miré y alcé una ceja, pensando qué decir. Entonces se me ocurrió aquella frase que salvó tantas veces al pequeño Timmy.

—Uhm, internet.

Alec no preguntó nada más, así que solo fuimos a nuestros salones para dar los exámenes correspondientes. Al terminar, insistió en acompañarme a casa de nuevo, pero le dije que estaba bien. Se veía cansado y le pedí que fuera a su casa a descansar.

—Hola, estoy en casa —hablé dejando la mochila, entonces sentí que me ponían algo en la nariz y me desvanecí poco a poco.

Al recuperar la conciencia, estaba en la sala de la casa, amarrada a una silla.

¿Qué rayos estaba pasando?

Me moví un poco, pero solo conseguí hacer ruido, entonces Arnold salió de la cocina.

—Hola.

—¿Qué está pasando? ¡Suéltame!

—Hija, me preocupas... Bueno, hija... —Rio sin gracia y me miró—. ¿Eres mi hija realmente? No entiendo.

—¿Qué?

—Leí ese cuaderno raro tuyo. Hace tiempo vengo notando que cambiaste y no entendía el porqué, pero tengo dos teorías, o enloqueciste, o... realmente somos... personajes —dijo esto último como si no lo creyera.




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