Zion

Capítulo catorce

«Toda esa situación era tan extraña que solo quería dormir y despertar pensando que todo había sido un sueño».

 

Capítulo catorce

 

No me olvides

—¿Qué? —Me alejé de él mientras me limpiaba las lágrimas del rostro.

—Gia... —Intentó acercarse, pero lo detuve.

—No te acerques. ¿Qué estás diciendo? —pregunté asustada y confundida. Me alejé hasta chocar con la pared. No tenía a dónde ir y la única persona en la que confiaba estaba diciendo que yo no era real.

—Déjame explicarte, no te alejes, por favor —pidió mirándome.

—Acabas de decir que escribiste el libro, Alec. Y lo creo, tiene mucho sentido. Sabías muchas cosas, me llamas Gia... ¿Me mentiste?

—¿Qué?

—Todo lo que me contaste sobre tu familia, ¿era mentira? —Me moví hacia la derecha, esta vez choqué con un sillón y ya no pude retroceder más. Me senté en el sofá, frente a él.

—No. Y puedo explicar todo.

—¡Habla, Alec! —Empecé a desesperarme.

—Permíteme ir hacia el inicio. —Se levantó y tomó el cuaderno de dibujos donde había encontrado los míos.

—¿Qué es eso?

—Mi vida.

—¿Qué?

—Necesito que no hables hasta que termine con esto, ¿sí? —Yo asentí aún asustada y él tomó aire—. Hace muchos meses, estaba en mi casa dibujando como siempre y llamaron preguntando si era Alec Shay, mi madre había fallecido en el hospital después de una sobredosis, la depresión la había llevado a eso. Lo que te conté fue totalmente real... Desde ese día, lo único que hacía era escribir y dibujar encerrado en mi habitación, no quería ver a nadie... Lo cierto es que nadie quería verme. Mi papá nunca me quiso, muchas veces lo oí gritarle a mamá por no haberme abortado. No le dolió abandonarme, pero sí que le mandaba dinero a mamá, ¿sabes por qué? Porque si no lo hacía, mamá podía hacerle un juicio y manchar su reputación. —Me toqué la frente y puse mis manos sobre la cabeza—. El caso es que un día me fui a dormir deseando meterme al libro que estaba escribiendo, buscarte y... no pensar en mi mundo real. Así que al día siguiente desperté y estaba durmiendo en un parque. Por alguna extraña razón no podía intervenir en tu mundo, pero un día rompiste esa «burbuja», ¿sabes? Al empezar a cambiar las cosas, me permitiste entrar. Tengo casi un año metido en este libro, Gia.

—Pero, entonces... —Boté aire y sobé mis sienes—. Estoy intentando entenderlo, ¿sí? Porque, en realidad... No puedo molestarme contigo, yo venía con esa intención, decirte que no eras real. —Reí un poco, negando con la cabeza—. Déjame entender... Escribiste una historia, deseaste entrar en ella, y esa historia era sobre alguien entrando a su historia.

—Sí, así es. Solo que tu historia es pura letra. Lo mío tiene muchos dibujos.

—¡Por eso tenías dibujos míos!

—Los tengo, pero no. Estos son recientes —habló enseñándome la carpeta. Había muchos dibujos de Georgia.

—¿Qué?

—Este es el real. —Me enseñó la carpeta suspirando. Era yo. La Gia real en esos dibujos.

—Wow...

—La verdad es que muchas veces oí que no siempre terminas de conocer a un personaje, y es tan cierto, porque, cuando escribí sobre ti, no eras tal cual. Cambiaste mucho, para bien. Ni siquiera tengo ese «control» sobre ti, como el que tienes tú sobre la gente de este libro. Es como si te hubieras vuelto real.

—¿Puede ocurrir eso?

—No lo sé, pero ¿sabes? Ya no quiero estar aquí. Se está volviendo muy extraño.

—¡Yo igual! Quiero volver a mi mundo, extraño a mis papás, mis cosas, mis amigos... Oh.

—¿«Oh»? ¿«Oh» qué?

—Katherine dijo que había una posibilidad de quedarnos en el libro.

—¿Qué te dijo con exactitud?

—Dijo que si Arnold me atrapaba, me llevaría con un psiquiatra o algo por estilo, y no podría salir del libro.

—No puedes volver ahí. —Alec habló seguro.

—No quiero volver ahí —respondí seria.

—Puedes quedarte aquí hasta que solucionemos esto.

—¿En serio?

—Claro, la casa es grande. No hay problema.

—Gracias. —Me acerqué un poco para tocar su mano—. Esto es realmente muy extraño.

—Lo sé, pero me han pasado tantas cosas extrañas que una raya más al tigre no hace daño. —Sonreímos y lo abracé. Las cosas eran lo suficientemente raras ya y, por irónico que pareciera en ese momento, Alec era lo único cuerdo.

Entonces, unas horas después de que habláramos del libro, nos sentamos en el piso de la sala, con una manta, a no ver televisión; queríamos seguir hablando.

—¿Y cómo es eso de que tu papá te regaló esta casa?

—En realidad fuiste tú. Debo confesar que algunas cosas sí debí inventarlas. Tenía que esperar a que estuvieras lista para hablar.

—¿Fue por el deseo que pedí?

—En efecto. —El teléfono de Alec sonó y nos miramos—. Tranquila, es pantera negra.

—¿Eh?

—Hola, amigo. Sí... Oh. —Me miró—. ¿Le dijeron algo? Bien, genial. Gracias. Nos vemos. —Colgó y alcé las cejas.

—¿Qué pasa?

—Arnold fue al barrio donde vivía y preguntó por mí.

—Oh, por Dios.

—Tranquila, aun si pantera negra hablara, no sabe dónde estoy, solo tú lo sabes.

—¿Qué vamos a hacer?

—No lo sé, para ser sincero, tengo un poco de miedo.

—Yo también. —Presioné los labios y volví a apoyar mi cabeza en su hombro—. ¿Sabes algo curioso? Cuando pasó todo esto de Arnold, yo dejé esta mochila en la sala, y apareció en mi habitación cuando Arnold me subió.

—El cuaderno te sigue.

—¿Qué?

—Me pasa con los dibujos. Si estoy lejos de casa, aparecen en mi mochila. Es algo muy raro.

—¿En serio? Nunca lo había notado.

—Porque siempre lo llevabas en la mochila.

—Nunca te vas a dormir sin aprender algo nuevo.

Nos miramos y suspiré, toda esa situación era tan extraña que solo quería dormir y despertar pensando que todo había sido un sueño.




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