Zion

Epílogo

Epílogo

 

 

Todo aquel que esté leyendo esto y haya seguido la historia, seguro se preguntará: «¿Y Alec? ¿Apareció?».

Déjenme contarles, no. No lo hizo. Pasó un año después del accidente y a veces aún me siento a pensar si fue real, y luego veo esos cuadernos, esos dibujos, esa última carta, pienso en sus besos y abrazos y digo: «rayos, sí, ¡fue real!».

—Hey, Peach —Rio Corinne asomando la cabeza. Había decidido llamarme así desde que se enteró del libro y de Pam, curiosamente, eran bastante parecidas—. Te llama tía Liza, dice que bajes a desayunar.

—Sí, un segundo, ya voy.

—Uy, sí. Como ahora eres una escritora famosa, tenemos que esperarte.

—No soy famosa, Cori. Hemos publicado el libro hace unos meses y me leyeron cuatro gatos, no seas exagerada.

—Baja ya, enana. —Rio alejándose.

Sí, había vuelto a «mi cuerpo», por lo tanto, ya no era alta como Georgia. De las pocas cosas que extrañaría de ella, supongo.

Al salir del libro, pasé mucho tiempo cambiando cosas de mi vida. Hablaba más con mis padres, comía mejor, empecé a socializar... Fue ahí cuando Corinne apareció. Había pasado tanto tiempo juzgándola, pero era genial. Ella solo se alejaba de mí porque pensaba que no la quería cerca. Lo cual fue cierto, en otro tiempo.

Mi segundo día de último año había llegado. Con diecisiete años y una mejor versión de mí misma, iniciaba las clases.

—Buenos días —saludé a mis papás y me senté frente a ellos.

—Me alegra tanto que estén tan unidas. —Sonrió mamá mirándonos.

—Sí, bueno, qué me queda... Tengo que soportarla —Corinne mencionó mientras tomaba un poco de té.

—Soy yo quien debe soportar tus canciones japonesas.

—Eh, no te metas con mis japoneses. —Me señaló y puso una tostada en mi boca—. Come y vamos a clases.

—Las quiero aquí temprano, eh. —Papá habló escribiendo algo en su computadora, ya habíamos terminado de desayunar.

Si bien es cierto, mis padres habían cambiado mucho, papá no podía dejar de trabajar. Al menos ahora estaba más pendiente.

—¿Me vas a dar dinero?

—¿Cuánto?

—Lo que dicte tu corazón. —Toqué sus grandes orejas y rio sacando billetes del bolsillo.

—Vamos a...

—Con esto estará bien. —Tomé siete billetes y besé su mejilla—. ¡Gracias!

—¡Oye! —Papá volteó a mirarme como reclamando algo, pero luego suavizó su rostro.

—¿Sí?

—Te quiero. —Sonrió de lado y yo me reí.

—Yo también te quiero, pa. —Tomé mi inseparable mochila y salí junto con Corinne, que me siguió pidiendo al menos un par de los billetes que había recibido amablemente de papá.

Al llegar a la escuela, Corinne y yo nos sentamos justo en el mismo sitio donde solía sentarme en clases dentro de Zion. Me gustaba ese lugar.

—¿Qué es esto? —preguntó Cori al levantar la carpeta y encontrar un papel—. Dice Gia, es para ti.

Entonces sentí algo en el pecho, también un nudo en la garganta y la aclaré.

«Me gusta cuando callas porque estás como ausente, y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.

Extracto del Poema XV de Pablo Neruda».

—¡Oh, por Dios! —chillé levantándome, miré alrededor, pero solo estaban mis compañeros mirando.

—¿Puedes sentarte? —susurró Cori halando de mi brazo—. ¿Qué te pasa? ¿Qué miras?

—Alec...

—No fastidies, ¿de nuevo con eso? Creí que la etapa de «estaba metida en el libro» fue superada luego de meses del accidente.

—Lee. —Le enseñé la hoja y alzó una ceja.

Era la única persona a la que le había contado eso y no me creía. Normal, también. Nadie se acerca y te dice «estuve metida en el libro que escribí mientras estaba en coma». Aquel día, Cori me miró como si fuera una loca y luego se echó a reír.

—Bueno, que alguien haya citado algo de un poeta chileno y que sea el mismo que mencionaste en tu libro no significa que lo que dijiste sea real. Puede ser algún fan de tu libro.

—Te he mostrado el cuaderno con dibujos, Cori.

—Igual es increíble, Gia...

—Buenos días, buenos días —saludó el profesor de Historia mientras se sentaba frente a su escritorio—, hablemos de las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial.

Claro, es que a Alec no se le había escapado ningún detalle. Mi mundo tenía cada detalle del suyo. Él no había dejado de repetirlo cuando conversábamos.

—Buenos días. —Tocaron la puerta, la cabeza de Erick Graham no me dejaba ver.

—Sí, ¿eres nuevo?

—Sí.

Esa voz.

—Bueno, puedes pasar, ¿cuál es tu nombre?

—Soy Alec Shay. —Me levanté de un brinco y justo lo vi saludando como siempre: con el saludo vulcano.

—Alec —hablé tapándome la boca.

—¿Alec? —preguntó Cori mirándonos, luego miró el cuaderno, tal vez los dibujos—. ¡Es Alec!

—¿Nos conocemos? —Sonrió el chico, mirándonos.

—Eh, uhm, no. —Me senté y miré mi cuaderno mientras oía a todos en la sala reír. Mi rostro hervía.

—Bueno, adelante. —El profesor le señaló que se siente en la mesa continua a la mía.

—Gracias. —Sonrió y no pude evitar seguirlo con la mirada.

Estaba ahí después de un año... ¿y no me reconocía? Imposible, él había dibujado mi verdadera cara.

Cuando la clase terminó, Cori estaba más que sorprendida. Por fin empezaba a creerme y no entendía cómo había pasado todo eso. Yo tampoco, para ser sincera.

—Te veo luego, Peach. —Corinne se despidió caminando fuera del pasillo y cerca de ella venía caminando Alec.

—Hola —saludó sonriendo y pasó por mi lado como si nada. Yo bufé y fui tras él.

—¿No me reconoces?

—¿Disculpa? —Me miró confundido y yo tomé aire.

—Alec, mírame.

—Te estoy mirando... ¿Qué más hago? —preguntó confundido, negué con la cabeza y la bajé avergonzada.

—Olvídalo... Creo que me confundí de persona, él no me olvidaría. —Me di la vuelta dispuesta a caminar, pero empezó a hablar y me detuve.




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