Pasé todo el día anterior de clase en clase, intentando ubicarme en espacio y tiempo.
Hogwarts, obviamente, se me hacía familiar. Sin embargo, desconocía totalmente mí horario de clases o algunas cosas que solía hacer en ése entonces. Así que sólo fuí a dónde iban mis seguidores, algo bizarro, porque según lo que recordaba, siempre era yo el que los guiaba y les decía a dónde ir, no al revés, nunca.
No hablé en lo absoluto. Permanecí indiferente ante todo y todos, lo cuál era normal. Yo siempre había sido así.
Más tarde, por algunas palabras de los profesores, me dí cuenta de que estaba en mí quinto año en Hogwarts.
Ahí mis pensamientos se detuvieron en seco.
¿Mí yo del pasado en ése entonces ya abría abierto la Cámara de los Secretos?
¿Ya había hecho que echaran al incompetente, pero inocente, Rubeus Hagrid al acusar a su acromántula Aragog de ser el monstruo de Slytherin?
A pesar de mis dudas, no decidí ir al lavabo del baño del segundo piso, justo dónde yacía la Cámara de los Secretos. ¿Por qué? Si mi yo del pasado ya había ido posteriormente, ir de nuevo levantaría sospechas.
Pasé el día de forma normal, siguiendo a mis compañeros a las clases hasta que pudiera memorizar el camino hacia cada una. No me dijeron ni cuestionaron nada, nunca lo hacían.
¿La razón? Me temían. Y con mucha razón, ya sabían de lo que era capaz.
Nos encontrábamos en el Gran Comedor, era la hora del almuerzo.
Me quedé inmerso en la copa de vino que yacía en mí mano, los movimientos de la bebida mientras la tambaleaba lentamente entre mis dedos.
Un tintineo de copas llamó la atención de todos.
Era el director Armando Dippet.
—¡Silencio, por favor! —acto seguido se levantó de la mesa—. Quiero decir algunas palabras.
Mis seguidores me miraron inmediatamente, angustiados, supongo porque creían que sería descubierto. Yo mantuve una actitud serena, ya sabía lo que pasaría y una sonrisa astuta se plantó en mis labios.
—Como ya ustedes sabrán... —hizo una pausa y pude ver como se movía su nuez de adán, pasaba saliva, tal vez, con un nudo en la garganta—. Éste año han pasado cosas horripilantemente horrorosas. Hemos pasado la pérdida de personas extraordinariamente maravillosas... Les ofrezco una disculpa pública y mí más sentido pésame.
Silencio en el Gran Comedor.
El único sonido que habían eran el de los sollozos reprimidos de los amigos de las víctimas e inmediatamente reprimí una mueca de disgusto.
—Tras tantos catastróficos acontecimientos, habíamos tomado la decisión de cerrar Hogwarts.
Gritos ahogados, sorpresa y bocas en forma de "O".
—No se preocupen, queridos alumnos. Eso no pasará.
Alivio, confusión y algo de suspenso reinaban el ambiente.
—Ya la persona responsable ha sido expulsada de Hogwarts, y el monstruo de Slytherin ha sido ejecutado.
Murmullos por todos lados y algunas exclamaciones joviales.
—Acérquese, señor Riddle.
Me hizo un ademán con la mano para acercarme al mesón del profesorado y todos me miraron con los ojos abiertos de par en par, a la expectativa.
Una vez ahí, me tomó de los hombros con una gran sonrisa bailando en su rostro.
—Quiero agradecer públicamente al joven Tom Marvolo Riddle. Su asombrosa valentía al haber revelado al culpable, su dedicación y magnífico desempeño para con el colegio lo hacen merecedor de el Premio de Servicios Especiales.
Me dieron un pequeño trofeo con mí nombre en una placa dorada.
Estreché la mano del director Dippet y sonreí, todos en el Gran Comedor aplaudían, sobre todo los de Slytherin.
Miré de reojo al profesor Dumbledore, quién me miraba con duda en sus ojos.
Sabía que no me creía, ese viejo impertinente siempre había estado metiendo sus narices en mis asuntos, él sospechaba de mí. Él sospechaba que no era tan bueno como todos creían.
Y tenía toda la razón.
. . .
Luego de las clases, casi al anochecer, decidí ir a la Torre de Astronomía.
Necesitaba imaginar la escena de su muerte y repetirla una y otra vez.
Al parecer no había nadie, así que confiadamente subí las escaleras de la Torre de Astronomía. Necesitaba ver el abismo al que había caído Albus Dumbledore.
Todo el salón estaba en penumbras, caminé hasta la cornisa y admiré el cielo estrellado enfrente de mí. Había un viento leve que alcanzaba a mover algunos mechones de mí pelo, olía a pinos y pude sentir el frío metálico del pasamanos en frente de mí.
Extrañamente sentí una paz embriagadora, y no mentiré, la disfruté.
Sin embargo, no duró mucho.
Pude sentir movimientos a mis espaldas y me volteé rápidamente con un hechizo eficaz.
—¡Expelliarmus!
Qué sorpresa la mía cuando noté que no se trataba de una persona exactamente.
Era un Obscurial.
Editado: 22.02.2021