HEATHER
Se acomodó un mechón de su cabello rubio detrás de la oreja antes de volver a intentar dedicarme una de sus dulces y aniñadas sonrisas.
No conseguía entender por qué nunca nadie se había preguntado en toda su miserable vida el por qué las personas, más en la adolescencia, necesitan tanto tener alguien, si se trata de mucha gente mejor, a su alrededor. Yo era de ese tipo de chicas adolescentes a las que en verdad no les importaba nada y me gustaba ser así, pero esa pregunta me carcomía la cabeza, más que nada esa noche. Quiero decir... de alguna forma siempre sentía esa necesidad de anhelar la compañía de alguien más, detestaba estar sola, deseaba tener alguien a mi lado a todas horas para sentirme completa o para poder creer que de verdad la estaba pasando bien.
Sabía por experiencia que tenía mucha suerte, quizás demasiada, por tener la posibilidad de ser amiga de alguien como Maia, aunque no lo admitiese nunca ni lo hiciese saber. Ella era exactamente eso que todo el mundo busca en un acompañante, era buena conmigo, como nadie jamás lo había sido, y eso me hacía sentir como una maldita perra sin sentimientos que no era capaz de devolverle todo lo que ella era por mí. Por eso sentía que debía encontrar de cualquier forma la manera de devolverle el favor a cualquier precio. Pensaba conseguir que tuviese más amigos, que de alguna manera dejase de estar tan sola. Creía que era eso lo que ella quería, ¿o no? Porque, a fin de cuentas, todos preferimos no estar solos de vez en cuando. Digo, ella me tenía a mí, pero, de todas formas, ¿quién dice que eso le bastaba? ¿Quién podía decirme que no sentía lo mismo que yo, esa inexplicable sensación de tener contigo a alguien más?
Suponía que, algunas veces, necesitamos que alguien de verdad nos entienda. Yo sentía que no podía hacerlo. No con ella.
Por eso le devolví el gesto al tiempo en el que ella arrugaba la nariz. Estábamos a punto de ir a una fiesta a medianoche que, por lo que habíamos alcanzado a escuchar, prometía ser épica. Maia no lo sabía, pero había contactado con algunas personas interesadas en ella y tenía un plan, alguien iba a sacarla a bailar y no pensaba dejar que se negase.
Maia se sentó justo en el alféizar de la ventana. Me giré hacia ella, arqueando una ceja.
—¿Qué es lo que te preocupa?—pregunté, y aunque a simple vista no se note ni sienta, en realidad la pregunta iba completamente en serio.
No era la primera vez que proponía la misma cuestión, pero ella nunca fue capaz de responderla. No de la forma correcta, al menos. Continuamente buscaba pretextos o excusas. Algo me decía que esa noche quizás pueda hacerlo con sinceridad. Tal vez presentía que era diferente o, al menos, esperaba que ella lo sintiera de esa forma.
—¿Y si nadie me saca a bailar?
Sus ojos se clavaron en mí. No era una excusa, lo tuve claro al instante, y también sabía que ese no era el punto central de todo el rollo que tenía en su mente, pero decidí ignorar ese detalle.
No quería tener que decírselo, pero debía encontrar la forma de hacerle tener confianza en sí misma. Abrí la boca para decir algo, pero antes de que cualquier idiotez pueda abandonar mis labios, mi móvil comenzó a vibrar desde la mesita que se situaba justo a mi lado hasta caer al suelo.
—Ugh, qué pesada es—mascullé.
Esther, otra amiga que teníamos en común, no dejaba de llamarme para saber si íbamos a buscarla. Me harté la segunda vez que llamó porque se lo había dejado claro a la primera, pero no se rindió. Me incliné para tomar mi móvil y volví a dejarlo sobre la mesita cuando la llamada terminó.
—Buscaré algo para beber—solté, y me apresuré a incorporarme antes de darle tiempo a Esther de llamar otra vez.
Salí de su habitación y bajé las escaleras de dos en dos. En el sofá, acostados, estaban Annie, la hermana mayor de Maia, y su novio, mirando una película de amor. Me daban ese tipo de asco que sabes que no te darían si estuvieses en pareja, lo cual me causaba aún más asco, así que pasé de ellos y busqué un vaso en el estante de la cocina. Encontré uno que estaba bastante alto y cuando intenté tomarlo, se resbaló de mis dedos. Sin embargo, no alcanzó a estrellarse contra el suelo porque Max, otro hermano de Maia, lo alcanzó justo a tiempo.
Le di las gracias entre susurros ahogados, sin saber exactamente cómo hacerlo, y abrí el refrigerador. Llené hasta la mitad el vaso de jugo de manzana y lo tomé con rapidez.
Cuando bajé el vaso descubrí que Max me observaba, frente a mí, extrañado. Pero sonreía.
—No sabía que podías hacer eso—comentó.
Le enseñé el dedo corazón antes de dejar el vaso en su lugar, y volví a apresurarme para subir hasta la habitación de Maia. ¿Qué creía, que no puedo beber un puto vaso como él cree que solo lo hacen los hombres?
Cuando entré sentí la mirada de mi amiga sobre mí, pero al verla de reojo con el móvil y la cara de Esther en la llamada pasé de ella y terminé tirándome en su cama. Tomé mi móvil y busqué, más que nada para hacer algo, "cosas que sólo hacen las chicas" en internet. Sí, sé y también sabía en ese momento que no debería dejar que algo tan idiota me afecte, pero de todas formas tenía bien claro que muchas chicas toman así el jugo de manzana, o cualquier jugo, y pensaba echárselo en cara a Max si terminaba encontrando algo interesante.
Editado: 07.02.2019