ZAYN
La fiesta era un desastre, pero de los buenos.
Había un bar a un costado al estilo retro, con taburetes y hombres de corbata deslizando vasos con bebidas por la barrera. También se podían ver muchas mesas, algunas personas las corrieron para alejarse de parejas que llamaban demasiado la atención, y otras personas ni siquiera se habían percatado de lo que tenían a sus espaldas. En el centro de la gran sala una pista de baile iluminaba todo, acompañada con diferentes luces de colores. Ese era el centro, ese era el punto de encuentro de todos los que íbamos a ser alguien y desaparecer por una noche. La música pitaba en mis oídos y parecía palpitar junto a mi corazón.
Daniel se apresuró a escabullirse entre la gente y abrirse paso hasta una de las mesas del bar. Lo seguí sólo porque no quería perderlo de vista. Se dejó caer sobre el taburete y luego le echó un vistazo rápido a la fiesta como si estuviese pensando en alguna forma de entrar en contacto con ella o, de lo contrario, evitar acercarse demasiado. No pude abstenerme de observarlo con una sonrisa cómplice mientras arrastraba uno de los taburetes para poder sentarme a su lado.
El tiempo pasaba y ninguno de nosotros decía nada, así que me dediqué a hacer lo que él. Vi que en la pista de baile algunas personas tomaron la inteligente decisión de dejar el rollo y comenzar a cambiar de planes. Poco a poco la pista se fue quedando con menos movimiento, y la música comenzó a descender. Puse los ojos en blanco y salté del taburete. Cuando me giré hacia Daniel algo atrajo mi atención a sus espaldas. Era una mano alzada, y cuando ubiqué que se trataba de una chica rubia que estaba intentando hacerse notar, clavé mis ojos en ella. Al percatarse de ello me guiñó el ojo y no tardó en lanzarme uno de esos besos que ves en las películas cuando la pareja cursi y empalagosa está a punto de separarse. Puse los ojos en blanco, pasé de ella y tomé a Daniel para arrastrarlo a la pista de baile.
Conseguí ver antes de meterme entre el lío de gente la hora. Faltaba muy poco para medianoche.
Algunas personas aún seguían dándolo todo entre las luces. Divisé a una chica de melena peculiarmente roja bailando con energía en el medio de la pista. Movía sus caderas, bajaba y volvía a levantarse con lentitud. Sentí que todo el mundo debería tener sus ojos puestos en tal maravilla. Me acerqué a ella antes de poder detenerme y, cuando se giró hacia mí al sentir mi presencia, me sorprendí al notar que era la misma tía a la que había saludado de camino a la fiesta.
—Vaya casualidad—murmuré para mí mismo.
Sus pestañas revolotearon. Captó el mensaje como si fuese para ella, y no tardó en sonreír y acercarse a mí al ritmo de la música. Cerré los ojos para dejarme llevar, pero, en lugar de hacerlo, sentí al instante que alguien me daba un puntapié. Chillé a causa del repentino y agudo dolor, pero cuando abrí otra vez los ojos, la tía ya no estaba.
Entonces, algo frustrado, lancé uno de esos suspiros que los personajes de las películas sueltan cuando no tienen opciones.
Intenté ubicar a Daniel y lo divisé fuera del movimiento, nuevamente sentado en el mismo taburete. Pero no estaba solo. Hablaba con una tía de cabello negro bastante esbelta y de buena figura. Veía que ella sonreía, pero mi amijo lo único que hacía era observarla mientras hablaba. Esa pequeña escena consiguió sacarme una sonrisa, pero terminé por pasar de ella para seguir bailando.
Al cabo de unos minutos prácticamente era el único bailando así que salí de la pista para buscar de nuevo a mi amigo. Todavía tenía que buscar la forma de alegrarle un poco su, al parecer, penosa existencia. Para mi suerte estaba solo, la tía ya lo había abandonado así que no se quejó ni intentó zafarse cuando tiré de él hacia uno de los sofás que se encontraban casi en la entrada de la sala. Nos dejamos caer en él antes de que alguien pueda arrebatárnoslo.
Tomé aire. La música ya estaba comenzando a marearme.
—Tengo su número—dijo Daniel victorioso antes de extender un papel con un número de móvil justo delante de mis ojos.
Estaba restregándomelo. Me habría molestado de no ser porque estaba sonriendo.
Lo observé directamente a los ojos, sin decir nada. Por primera vez veía una sonrisa real en sus labios. Bueno, vale, terminó por convertirse en la sombra de una sonrisa, pero me alcanzó como para creer que en realidad no se siente tan mal cambiar de métodos algunas veces y que estaba funcionando aquella vez el intentar ayudarlo indirectamente.
—¿Por qué salimos de la pista de baile?
Su repentina pregunta me tomó desprevenido. Me acomodé, algo incómodo, e intenté soltarle mi idea de una forma sutil.
—Besarás a una chica.
Ladeó la cabeza en señal negativa. Enarqué una ceja.
—La foto—le recordé, desviando la mirada hacia la pista de baile.
Cuando refunfuñó no pude evitar reírme en voz baja.
Editado: 07.02.2019