MAIA
De repente, todos los sonidos fueron consumidos por el silencio.
La plataforma se encontraba inmóvil y el hombre igual, esperando una respuesta que nadie quería dar. Parecía que de la nada la fiesta se había convertido en un congelador, que habíamos entrado a una cámara frigorífica. Respiré profundo, esperaba que sólo fuese una broma pesada o un juego para animar la fiesta que se venía abajo. Pero no lo parecía, tenía que admitirlo. Y el hombre seguía allá, nada en él me servía como para pensar que se trataba de una técnica.
En algún momento, no recuerdo por qué, me giré. Vi una luz extraña y al volverme observé cómo uno de los hombres de seguridad nos señalaba. Mi corazón se detuvo, comprendí al instante en el que comenzó a acercarse que todo se estaba viniendo abajo. Sin pensármelo dos veces me apresuré a tomar a Esther del brazo y a arrastrarla en busca de Heather.
Chocamos con muchas personas, intenté no hacer ningún sonido, pero de todas formas sabía que los de seguridad ya sabían lo de nuestra mentira y que estaban buscándonos. Alcancé a mi amiga pelirroja y giré su cuerpo en dirección a la puerta por la que habíamos entrado. Ella permaneció atónita, sin entender qué ocurría, viendo cómo los hombres de seguridad de abrían paso en nuestra dirección.
—¡Heather!—chillé—. ¡Vienen a por nosotras!
Comenzaba a desesperarme. Por mi mente pasaron de manera vaga miles de formas en las que mis padres me mirarían de manera decepcionada. Nunca salía, nunca me colaba, siempre fui de ese tipo de hijas que no causa ningún problema, y no quería cambiar eso.
—Relájate—intento tranquilizarme Heather, sacudiendo mis hombros—. Escucha, hablo en serio. Quizás...
No alcanzó a terminar la frase. No para mí, al menos. Alguien tomó mi brazo y, de manera brusca, comenzó a tirarme en dirección a la salida. Intenté escapar, soltarme del feroz agarre del hombre, pero no pude hacerlo. Todo estaba pasando demasiado rápido. Heather saltó sobre mí, tomó mi mano y gritó:
—¡No! ¡Suéltala!
Como si hubiesen estado sincronizados, todos se giraron hacia nosotros. Éramos el centro de atención. El hombre musculoso, de cabellos de color violeta y mirada cruel, se detuvo. Me soltó y lanzó en dirección a Heather y Esther, esta última me miraba casi con pánico, no lograba entender qué ocurría. Antes de que pueda esperarlo, una luz blanca nos iluminó. Volvimos a oír la voz del hombre.
—Vaya, veo que ya tenemos a nuestras tres primeras jugadoras—dijo con diversión.
Heather alzó la mirada. Su rostro estaba desencajado.
—¿Qué?—exclamó.
—Querida, ¿quieres tener ese tipo de problemas—señaló con la cabeza al hombre de seguridad—, o prefieres estos problemas?
Se señaló a sí mismo. No era una pregunta. Ahora el hombre comenzó a empujarnos en dirección a las escaleras. Sin más opción tuvimos que movernos. No entendía qué estaba sucediendo, no alcanzaba a comprender cómo era que estábamos dentro si ni siquiera lo habíamos pedido. La subida se me hizo eterna, terminé por posarme sobre la plataforma justo al lado de Heather, quien de repente se mostraba neutral.
Sentía un nudo en mi garganta, sentía miedo por lo que podría ocurrir. Algo dentro de mí todavía pensaba que se trataba de una broma, que el hombre desistiría o seguiría con eso sólo unos minutos más pero que finalmente admitiría y desvelaría el juego. Pero no sucedió. Notaba cómo, mientras el tiempo avanzaba, volvía a alterarme cada vez más. Mi corazón latía con velocidad, mi respiración se me hacía pesada, la vista comenzaba a nublárseme.
Nadie más se ofrecía. Todos seguían en silencio. Desde nuestra altura podíamos ver toda la sala, todas las caras, todas esas personas que nos miraban con cierta lástima. Se me antojó bajar, sacudir a quien sea para que se acabe, incluso pellizcarme para comprobar que era una pesadilla. Pero no lo hice. Volví a tomar aire, volví a cerrar los ojos. Me mareaba, pero podía seguir de pie.
—¿Queréis que comience a elegir?—preguntó en algún momento el hombre. Su tono divertido ya no se sentía en la pregunta.
No pasaron ni siquiera dos segundos hasta que oí, lejanas, esas palabras:
—¡Nosotros!
Sentí los pasos de quienes sean subiendo las escaleras con lentitud. Me permití abrir los ojos y, al hacerlo, deseé retroceder en el tiempo para impedirlo. Divisé a un chico alto, de cabellera oscura y extraña, subiendo a la par del chico, un tanto más bajo de estatura que el otro, al que le había lanzado un beso. Ambos tenían las mismas expresiones serias, el alto más que el otro, pero tuve que tragarme mi orgullo cuando ambos alzaron la mirada. Él me vio, me reconoció, y de repente me olvidé de todo. Sólo quería desaparecer, sólo quería poder borrar todas esas cosas que había hecho porque esa Maia no era yo.
Editado: 07.02.2019