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CAPÍTULO 13 | Siete chicos, siete vidas

MAIA

Sabía que algo malo estaba a punto de pasar, pero creía que se trataba sólo del miedo. Mis manos no podían dejar de temblar, comenzaba a sentir que quería gritar. Era un extraño nudo en mi garganta que cada vez ejercía más presión y comenzaba a ahogarme, a asfixiarme, a hacerme creer que estaba volviéndome más débil.

Todos habían salido, oía sus voces desde donde estaba, sentada en uno de los sofás, pero no quería salir con ellos. En algún momento alcancé a distinguir una risa, era sarcástica y de Heather. Fue entonces cuando me incorporé y caminé en dirección al pasillo, pero me detuve para observar las diferentes puertas que se extendían frente a mí. Cada una tenía un cartel, estaban enumeradas, pero no en orden. La primera tenía el número...

—¿Maia?

No tuve tiempo para leerlo, me volteé en cuando oí su voz. Me tomó por sorpresa, Zayn se percató de ello porque al instante esbozó una sonrisa.

—Lo siento—se disculpó. Estaba observándome casi desde la puerta, no había nadie más que él y yo dentro de la casa—. Sólo quería decirte que... era verdad.

—¿El qué?

—Lo que le dije a Victoria—ladeó la cabeza en dirección a las habitaciones—, no creo que lo que haya insinuado sea del todo cierto.

—Ni siquiera me conoces—cuestioné, aunque una parte de mí deseó en ese instante haber cerrado la boca.

Zayn, sin embargo, siguió sonriendo.

—No, ya sé que no—continuó—, pero sé ver los detalles. Y veo que crees que eres débil, pero es sólo un pensamiento. Y te hará vulnerable si lo ves de esa forma—se detuvo, volteó un poco la cabeza y observó la puerta, como si quisiese confirmar que nadie estaba ahí parado escuchando la conversación—. Mira, ese es el secreto. Si te crees débil, lo serás. Y si te ves fuerte... bueno, ya me entiendes. Es el constante problema de todo el mundo.

Permanecí en silencio, a la espera de que siga hablando. Zayn ya no me estaba mirando.

—La mente es poderosa—susurré cuando entendí que me tocaba decir algo.

Asintió.

—¿No crees que todo esto es como...?

—¿Una broma pesada?—me interrumpió—. Pues sí, un poco sí. Pero...

No siguió, dejó la frase en suspenso hasta que de repente estábamos en silencio. Analicé su rostro. Zayn tenía un par de ojos bastante normales, de esos que no podrías considerar especiales. Eran de un color caramelo que me resultó algo atractivo, pero no fue eso lo que atrajo mi atención. Noté cierto nerviosismo constante en él, sus manos no permanecían quietas, parecía que su mente estaba pensando en dos cosas a la vez.

Tomé aire.

—Zayn, ¿le tienes miedo a la muerte?—pregunté.

Su mirada se encontró con la mía. Volvió a sonreír.

—¿A la muerte? No—farfulló—. ¿A lo que sea que haya después de ella? Sí.

Entendí entonces que sus palabras no habían sido para mí, las había dicho en voz alta para creérselas, para poder seguir su propio consejo. Zayn, a primera vista, parecía ese tipo de chicos que tiene millones de amigos, quizás notas bastante buenas, una vida de las que podría considerarse tanto divertida como diferente, no lo sé. Pero ahí, viendo cómo le sonreía a la nada, me gustó su forma de pensar.

Sin saber cómo seguir con la conversación, ambos estábamos a punto de voltearnos para volver a lo nuestro. Súbitamente recordé algo.

—Oye, Zayn, sobre lo de la fiesta...—mascullé, evitando su mirada.

—¿Te refieres a los besos?

Imitó mi gesto, casi con diversión.

—Si... bueno, olvida eso—repuse—. Era sólo un juego.

—Un juego—repitió para sí.

Rápidamente me volví, el pasillo se me hizo bastante pequeño y no esperé a que Zayn volviera a hablar, me apresuré a correr hasta el final y abrir la última puerta sin siquiera observar el número. Me dio igual, tanto que de repente comencé a sentir que había metido la pata. Cerré la puerta, me quedé a oscuras. La habitación no era grande, había tan sólo una cama y una mesa pequeña y redonda al lado derecho de la puerta. Más allá había otra puerta, estaba entreabierta y debía de ser el baño. La luz estaba encendida. Fruncí el ceño, sin comprenderlo. ¿Ya había alguien en la habitación? No podía ser, todos estaban afuera, a excepción de...

Victoria.

—¡No puedo salvarte!—gritó alguien en ese instante. Reconocí su voz.

Mi corazón se detuvo, me apresuré a acercarme e intentar abrir la puerta del baño, pero esta no cedió con facilidad, así que tuve que empujarla. Metí mi cabeza, vi el cuerpo de Victoria postrado sobre el suelo, sus manos sangraban. La luz comenzó a parpadear, entré todo mi cuerpo y me agazapé a su lado. Estaba llorando, fruncía el ceño con fuerza, también estaba temblando.



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En el texto hay: misterio, amor, terror

Editado: 07.02.2019

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