DANIEL
Bueno, comenzaba a dudar de si las pesadillas las vivía sólo con los ojos cerrados. Podía sentir que, conforme las horas pasaban, cada vez me sentía más cansado, como si quisiese ir a dormir después de un día agotador. Pero no podía hacerlo, tenía que mantenerme despierto, atento, en alerta, hasta medianoche; y de todas formas no podía dejar de sentir que cada minuto que pasaba me debilitaba un poco más.
Ya no quería seguir ignorando a los demás, estaba solo en la cocina observando la caja que había contenido el dibujo de mi pesadilla. No entendía por qué esa, como las demás, no desaparecía. Sólo me limitaba a analizarla, no pensaba tocarla o recordar cómo habían procedido los hechos. Me veía casi muerto, era un dibujo en blanco y negro manchado de sangre roja. Pero no me aterraba, de hecho, me paralizaba. Mis ojos se detuvieron, sentí que una parte de mí abandonaba mi cuerpo, y tomé aire.
El dibujo cobró vida.
Me vi sumergido en él como si siguiese durmiendo, como si volviese a estar dentro de él. Pero ya no era un expectante, ya no me miraba a través del espejo. Claro que no. Sentía un fuerte dolor en absolutamente todo mi cuerpo y no era tolerable, estaba matándome, y mis manos intentaron aferrarse a algo. Encontraron un brazo, abrí mis ojos para observar a la mujer que estaba sosteniéndome. Todo sucedía demasiado rápido, las cosas pasaban volando, pero la distinguí, era imposible para mí no hacerlo.
Era mi madre.
Pero no podía ser ella. No, porque ella estaba muerta.
Y, sin embargo, ahí la tenía.
La camilla se movía, era arrastrada por muchos hombres de blanco, pero ella parecía estar entre ellos como una más, aunque nadie reparaba en su presencia. La notaba más pálida, más grande, más...
—Daniel—exclamaba, con lágrimas en los ojos. Pero su voz no concordaba con ella, no era dulce ni femenina—. Despierta, Daniel. Es la hora.
Más masculina.
Noté que estaba temblando y alguien pellizcaba mi brazo así que abrí los ojos. Mi corazón latía con fuerza, tenía a Zayn justo en frente observándome con cierto miedo. Estábamos en una habitación a oscuras, yo estaba sobre la cama, él de pie. No tardé en sentarme, en intentar recordar. Pero sólo me veía a mí en la cocina, no podía verme levantándome para llegar a la habitación.
—¿Qué hora es?—pregunté, parpadeando.
—Casi medianoche—dijo Zayn.
Alcé la mirada para observarlo. Seguía un poco enfadado con él, no podía evitarlo. No quería hablarlo o solucionarlo, sólo sentía que quería romperle la nariz. Sacudí un poco mi cabeza, nunca lo había pensado de esa forma. Seguí observándolo, noté que volvía a estar nervioso y alterado, como en tantas otras situaciones. Se tapaba la cara para que no pudiera verlo. Tampoco podía quedarse quieto.
—Relájate—intenté decirle, observando que sus manos temblaban.
—No puedo—dijo en un susurro ahogado, jugando con sus dedos. No me observaba, mantenía ambos ojos fijos en la pared. Tenía ese tipo de voz que utiliza alguien que está a punto de largarse a llorar—. No... yo... siento que alguien va a morir. Que algo malo va a pasar.
—Siempre lo sientes de esa forma—advertí, comenzando a asustarme—, y nunca sucede nada.
Se mantuvo inmóvil, o al menos lo intentó, pero finalmente y con mucho esfuerzo bajó su mirada y me observó. Todo su cuerpo estaba temblando.
—Pero nunca tuvimos alguna verdadera oportunidad de morir, Daniel—admitió. Hablaba con lentitud, estaba recalcando cada palabra y, aunque no me gustara aceptarlo, tenía razón. Su voz era grave, no ronca, pero la forma en la que me lo dijo me asustó.
Decidí incorporarme, él tomó aire y volvió a correr la mirada. Lo observé con detenimiento. Estaba comenzando a perder el control.
—Zayn, tú siempre puedes contra esto—repuse, utilizando el tono de voz más calmado que alguna vez pude encontrar—. Tú lo controlas, sólo tú puedes hacer que se vaya.
—Es un círculo, Daniel. Y se repite, se repite...—musitó, como si estuviese cantando una canción—. Miedo, ansiedad, nervios. No puedo detenerlo.
Comenzó a repetirlo, bajó la cabeza y se abrazó a sí mismo. Lo noté afligido, muy abatido. Y luego recordé que había ido a despertarme porque se acercaba la hora. No podía tener un ataque, no justo ahí. Comencé a aterrarme de verdad, pero quise confiar en mi amigo, en que podría mantenerlo bajo control. Él tomaba aire y lo decía, no parecía cansarse, aunque tampoco estaba funcionando.
—Es un círculo. Eterno—susurraba, me costaba oírlo, pero como era el único sonido de la habitación, podía hacerlo—. Miedo, ansiedad, nervios.
La puerta estaba abierta, no se filtraba mucha luz. No podía moverme, no sin sentir que de esa manera estaba desconcentrando a Zayn. Así que permanecí de esa forma, aterrado y sin saber qué hacer o cómo ayudarlo, hasta que él levantó la cabeza. Ya no estaba temblando. Incluso intentó esbozar una sonrisa, pero no lo consiguió.
Editado: 07.02.2019