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CAPÍTULO 26 | Afonía

HEATHER

Mi voz siempre volvía a eso de la una.

En realidad, era como si volviese la luz a mi vida. Creo que no tener voz, no poder advertirles a los demás de lo que sé que va a pasar, es lo peor que pudo haberme pasado. Porque yo, de alguna extraña manera, sabía con exactitud cómo iba a suceder. Lo había visto en el primer día y también en el segundo, antes de medianoche, de alguna forma, yo sabía qué nos esperaba. Y Victoria ya me había hecho saber que eso iba a pasarme el resto de los días. Pero estaba condenada a perder la voz a medianoche, así que no me servía de mucho ser consciente de... eso.

Maldita sea, me servía. Pero sólo a mí.

Esa noche no dormí, tampoco intenté hablar. Zayn y Maia se habían ido a ver qué pasaba con los demás cuando escucharon un grito de Victoria, era algo así como:

—¡No pienso beber esa mierda!

Y a ellos les había bastado. Pero yo no quería meterme en ese tipo de cosas. No es que no haya querido ayudar, pero Victoria era bastante... odiosa, al menos para mí, y aunque estaba herida era evidente que también estaba algo confundida. Pero habíamos superado el reto, o al menos eso creía. Supuse que, si habíamos encontrado la salida, esa puerta que nos llevó otra vez a la casa, era por algo. Así que Victoria iba a estar bien.

Tanto blanco me abrumaba.

Cada vez que observaba la cocina era como si algo malo sucediese otra vez, como si estuviese a punto de ver a cada momento qué iba a pasar a medianoche. No estaba asustada por eso, de hecho, quería saberlo cuanto antes para poder advertirles a los demás, aunque las imágenes del pasillo que yo había visto, de la sangre y la frase, todavía se pasaban en mi cabeza con claridad como si nunca pudiesen irse de ella. Sabía que era ridícula porque yo misma me estaba haciendo eso, era mi propia mente la que se negaba a ver algo más, pero no podía hacer que se detenga. Quería encontrar respuestas. Quería saber por qué tenía un sol y qué significaba.

Lo observé. Recordé lo que Victoria nos había dicho.

«Encontradle un sentido propio». Quizás la verdad era que creía ver un problema, como cuando estás en clases de matemáticas intentando descifrar la x y de repente entiendes que...

No hay solución.

No hay tal número, no hay peligro de muerte, no hay nada que recordar, sólo hay sentimientos que te están matando, sólo eres tú mismo que está acabando con todo porque crees que estás harto de la vida. Y culpas a la última gota, esa que dices que colmó el vaso, cuando en realidad tú mismo te sentaste a ver con tranquilidad las otras miles que lo llenaban antes.

Menuda mierda.

Me incorporé, todavía seguía escuchando el sonido del reloj. Salí de la cocina y caminé hasta la sala, lo primero que hice fue observar la pared. Era blanca. Y, en el centro, estaba el reloj. No se detenía. Era tarde, demasiado, pero no tenía sueño. Miré la hora. 5:17.

Me dejé caer en uno de los sillones para no ir a mi habitación, y no cerré los ojos, seguí observando el reloj, los minutos pasando sin convertirse en horas. Y me pregunté qué hice para terminar de esa forma, sentada completamente sola observando un puñetero reloj que al parecer era irrompible. Quería hacer algo, quería servir para algo. Si podía ver qué iba a ocurrir, tenía que poder.

La puerta del jardín se abrió, alguien entró a la casa tiritando del frío. Daniel alzó la mirada en mí dirección y, por más que yo lo ignoré, se sentó a mi lado más tarde. No sonreía, parecía estar como yo: cansado pero sólo mentalmente.

—¿No tienes sueño?—preguntó al cabo de unos segundos.

Creo que fue entonces cuando entendí que de verdad estaba hablando conmigo.

—No—respondí.

El reloj se movía con lentitud. 5:19.

—Qué suerte—masculló Daniel—, porque yo sí.

En circunstancias normales, habría puesto los ojos en blanco antes de burlarme de él.

Pero no lo hice.

—Entonces vete a dormir—le espeté.

Permaneció en silencio unos segundos, observando sus propios pies. Dudaba. Noté que lo hacía por su silencio.

—No puedo—admitió.

No quería preguntar por qué, la verdad era que no me importaba. Pero eran las cinco de la mañana, yo decía que no estaba cansada aunque en el fondo sentía que estaba volando en el quinto cielo acompañada de varios ángeles.

—¿Por qué?

Creo que lo tomé desprevenido, porque su primera reacción fue suspirar.

—No lo sé—susurró después—, sólo... no puedo hacerlo.

Había algo que no me estaba diciendo. No estaba observándolo, de hecho mi atención seguía completamente puesta en el reloj y el tiempo pasando, pero podía sentirlo como si estuviese en el aire. 5:21. Pasaba demasiado rápido.

—Creo que sólo voy a dormir cuando muera—agregó, con cierto tono sombrío.



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En el texto hay: misterio, amor, terror

Editado: 07.02.2019

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