AARÓN
Tenía suficientes razones como para creer que todo lo que estaba sucediendo era demasiado... irreal.
—Escúchame—insistió Victoria, observándome, antes de acercarse un paso más a mí. Heather y Daniel permanecieron en silencio—. Ambos somos el equilibrio. Y sé que no tienes idea de qué mierda significa, pero... ay, maldita sea. Deja de mirarme así.
Fruncí el ceño antes de apartar la mirada y sacudir un poco mi cabeza porque me costaba entender qué había sucedido. Todo simplemente... pasaba demasiado rápido. Esther sólo se extendió y, casi a la fuerza, hizo que Victoria tragase ese líquido blanco. Y luego fue a encerrarse a su habitación y no dejaba entrar a nadie, sin importar cuánto insistías, era como si no pudiese oírte.
Victoria se había dormido para despertar horas más tarde y comenzar a perseguirme.
—No seas tan miedica—gruñó Victoria, masajeándose la sien—. Escucha. Todos los días vamos a recibir algo. Uno de nosotros va a obtener algo que nos ayude y el otro va a obtener algo que nos joda completamente. Así que concéntrate y—volvió a acercarse esta vez más a mí y escupió las palabras en mi cara—encuentra algo.
No me dio tiempo a responder. Sólo volteó y se alejó, pero en cuanto puso un pie fuera de la cocina, pude responder lo suficientemente alto como para que me escuche y se detenga.
—¿Cómo esperas que encuentre algo que no sé buscar?
No se giró, ni siquiera me echó una última mirada por encima de su hombro.
—Encuentra algo—repitió, y luego se fue.
El silencio que procedió fue interrumpido por un largo suspiro de Heather, el cual atrajo tanto mi atención como la de Daniel.
—Esa chica es insoportablemente odiosa—rugió.
Daniel la observó sin decir nada, al igual que yo. Terminé por acercarme a la mesa y, mandando al cuerno lo demás, cogí una manzana. Heather me echó una mirada, acompañada de una sonrisa, cuando le di la primera mordida.
—Pues a mí me gusta su forma de ser—la contradijo Daniel, como si de repente sintiese la necesidad de apoyar la actitud de Victoria—. Al menos intenta ayudarnos a sobrevivir en lugar de sentarse a comer.
Tampoco esperó ninguna respuesta por parte de Heather, se levantó y, de la misma forma que Victoria, sin mirar atrás, se fue de la cocina. La pelirroja aguardó un poco más para hacer lo mismo y finalmente quedé solo. Escuché cómo una puerta se cerraba, supuse que se había ido a su habitación. Me dejé caer en la silla que ella no había cerrado y observé mi muñeca, volví a morder mi manzana.
Me dije a mí mismo que tenía que encontrar algo.
Por Esther.
Aunque en realidad no tenía idea de qué estaba sucediendo con ella, de qué era lo que la hacía aislarse incluso de sus amigas. Maia lo había intentado todo, incluso quiso romper la puerta, pero era de metal y al parecer Esther de verdad también lo había hecho de todo para sellarla de esa forma. Era claro que algo le estaba pasando, y quería ayudarla, pero no sabía cómo.
Repetí las palabras de Victoria.
Encuentra. Algo.
Observé la manzana, y no sé por qué, más tarde mi mirada se corrió un poco y vi un papel a lo lejos. Estaba arrugado, tirado en el suelo como si alguien quisiese alejarlo. Así que me incorporé, corrí las sillas y lo alcancé. Cuando lo desplegué, la hoja estaba en blanco. Supuse que tenía que dejar que la luz choque con él y, cuando lo hizo, el mensaje comenzó a escribirse.
Contrólate a ti mismo.
Tomé aire y lo dejé salir. Me dejé caer otra vez sobre la silla, tomando el papel con fuerza, y releyéndolo más veces de las que creo que sean necesarias mencionar. Las palabras comenzaron a mezclarse y perdieron el sentido durante unos segundos, incluso se volvieron borrosas. Parpadeé y seguían estando ahí.
Tenía que encontrar la forma de hacer algo. Y pronto.
VICTORIA
Estaba lejos. Estaba en un mundo aparte. Pero de todas formas pude escuchar cómo la puerta se abría y alguien entraba, y no me hizo falta ver de quién se trataba para reconocer a Daniel. Sólo cuando la puerta se cerró abrí la boca para hablar.
—¿Qué mierda haces aquí?—le espeté, intentando sonar dura.
No respondió al instante, así que decidí abrir mis ojos, sentarme y clavarlos en él. Su mirada era extraña, pero algo llamó mi atención. Tenía una manzana entre sus manos. Y la extendió en mí dirección. Alcé otra vez mi mirada y me obligué a no sonreír pero, maldita sea, él lo hizo y sólo pude pensar: oh, mierda.
—Púdrete—volví a espetarle, sin aceptar la manzana—. Daniel, no puedes protegerme de mí misma.
—Pero puedo intentar—insistió, sin rendirse.
Y extendió su sonrisa. Puedo jurar que sus ojos brillaron.
Editado: 07.02.2019