HEATHER
En lo que a mí respecta, el tiempo había dejado de pasar. El reloj y sus tics tacs eran sólo sonidos lejanos, nunca se detenían pero de alguna forma yo encontré la manera de pasar de ellos, y era ignorándolos. Actuar como si no estuviesen ahí. Sirvió durante un rato, luego volví a escucharlos, pero otra vez pensé en otra cosa. Y ya no estaban ahí.
No sé si estaba en la cocina, en mi habitación, o ahogándome en el agua. Sólo sé que estaba dormida, que quería dejar de pensar por un rato. Las palabras de Maia seguían en mi cabeza, era la primera vez que de verdad me afectaba la opinión de alguien que no sea yo misma. Así que por eso supongo que busqué la forma de dormirse a pesar de que seguía sin sentirme cansada, a pesar del constante miedo que me hacía sentir estática y a pesar de que sabía que algo malo—digo en serio: muy malo—le pasaba a mi mejor amiga. Y quería preocuparme, mierda. Quería no ser la constante perra cabrona que solía ser y mostrarle que también podía estar ahí para ella.
Lo importante es que lo sabía: en cuanto cerrara los ojos iba a estar a merced de cualquier cosa. Mi mente no iba a tener límites y tenía la oportunidad de ver algo, lo que sea, incluso cuando no había pasado ni siquiera medio día. Pero tenía que aprovecharlo y buscar la forma de hacerlo. Aarón y Victoria podían, ¿por qué yo no? Y Daniel me lo había dicho: era hora de hacer algo.
Así que cerré los ojos sabiendo que iba a despertar muy lejos de en donde estaba.
Al principio no sentí nada, era como estar flotando sobre el aire aunque no conocía esa sensación. Mis ojos permanecieron cerrados e intenté buscar con mis manos algo a lo que aferrarme pero no encontré nada más allá de mi propio cuerpo. Puse especial atención a ese detalle: era consciente de lo que hacía incluso estando dormida. Eso podría ser una señal de algo, de que en realidad no estaba tan perdida como creía estar.
Súbitamente escuche un par de pasos.
—Bebe—dijo alguien.
Conocía esa voz. La conocía porque la había escuchado antes, y no hace diez años en la fiesta de cumpleaños de mi primo lejano. No. Había escuchado esa voz masculina hacia tan poco que incluso lo reconocí, supe de quién eran esos pasos antes de dejar caer mi cabeza hacia el costado y abrir los ojos.
Daniel se detuvo. Tenía el mismo frasco en la mano, el que Aarón y Victoria habían encontrado. Pero el líquido no era blanco ni negro. Era verde.
Lo lanzó en mi dirección.
—Bébelo—repitió, y esa vez sonó como una orden.
El frasco de cristal, en mis manos, era frío y el olor que desprendía me recordó a muchas cosas pero a ninguna en específico.
—¿Qué es esto?—cuestioné, atenta a él, atenta a si decidía seguir avanzando—. ¿Qué te ocurre? ¿Por qué puedo verte si estoy...?
No terminé la pregunta porque no sabía en dónde estaba.
Daniel no esbozó ninguna sonrisa, tampoco se movió. Su cabello revuelto, sus ojos perdidos, su expresión... todo parecía pertenecerle a otra persona, no a ese tío que casi no hablaba y parece odiarnos a todos pero tener miedo a la vez.
Entendí que no iba a responder, quizás él tampoco tenía idea. Quizás estaba loca y no era él quien estaba ahí. Decidí cambiar de técnica.
—¿Por qué este es verde?
Alcé el frasco, él lo observó con cautela.
—Pregúntaselo a Esther.
Mierda, pero si ni siquiera puede oírme.
—No está aquí.
Por primera vez me observó a mí, y fue entonces cuando sus labios se curvaron en una sonrisa que consiguió hacerme estremecer. Una risa brotó de alguna parte, le pertenecía a él pero a la vez no, y se carcajeó como si estuviese hablando con una idiota que no tenía idea de nada. Era verdad, sólo por eso mantuve la calma, aunque lo cierto también era que él estaba tan enterado de todo como yo. Creo que lo entendió, porque cuando dejó de reír, tomó aire y también su compostura otra vez con la expresión seria y neutra de siempre.
—¿Estás segura de eso?—murmuró, y de repente avanzó un paso. Sólo uno. Estaba más cerca—. ¿Estás segura de algo, Heather?
No iba a mentirle. Negué con la cabeza.
—Bebe—indicó por última vez.
Y eso hice, no sé por qué, pero a pesar de lo extraña que era la situación, confié en Daniel, en que no iba a matarme. De repente todo se tornó oscuro y una imagen golpeó mi cabeza, el lugar entero desapareció, se llevó a Daniel, a su risa y a su mirada diferente, y yo caí. Pensé en Alicia mientras lo hacía, pero yo no pude gritar, nada salía de mi garganta. Sin embargo sentía que podía escucharme a mí misma, ver cómo todo se volvía lejano de repente y yo no sabía cómo, qué hacer o cómo detenerlo. Otra vez no tenía voz.
Editado: 07.02.2019