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CAPÍTULO 41 | Si te pierdes, te encontraré

DANIEL

Ella había muerto.

Demasiado pronto, demasiado rápido, demasiado...

Se había evaporado. Todo lo que habíamos alcanzado a oír fue el disparo y, luego, no quedaba nada. Victoria cayó pero desapareció antes de tocar el suelo y lo mismo le ocurrió a Eva. Ambas... sólo... ya no estaban ahí, y todo lo que sentí después de entenderlo fue el vacío que atacaba otra vez. Los demonios, las sombras, la oscuridad, cada amigo estaban volviendo a por mí sin piedad. Recuerdo como sentía que el vacío estaba consumiendo cada parte de mi alma, recuerdo cómo las luces parpadearon de repente y sólo pasados unos minutos volvieron a la normalidad. Cuando quise reaccionar, no pude hacerlo. Ni siquiera podía sostener mi propio cuerpo, pero podía recordar y volver a verlo todo como flashes, sus palabras, el disparo...

Cuando quise detenerme, estaba gritando y perdiendo el control. No podía detenerme o cambiarlo, sólo actuaba sin escuchar a los demás, las insistencias de Zayn para que tomara aire o lo que Esther me decía:

—Controla tus sentimientos, Daniel.

Pero ya no podía controlarlos.

Todo era un lío en mi cabeza justo entonces, giraba como si estuviese flotando y quería caer, detener el tiempo, pero no podía hacerlo. En algún momento alguien clavó algo en mi cuello, no dolió demasiado, sólo sentí que las cosas caían al igual que yo y terminé perdiendo la consciencia.

Desperté más tarde en mi habitación, y esperaba no recordar nada pero la verdad era que sí, seguía recordándolo todo y seguía doliendo como la mierda. Quise volver a gritar y creo que lo hice porque, al instante, volví a sentir el pinchazo en el cuello y todo se volvió, otra vez, oscuro.

Me estaba perdiendo en algún lugar.

Me estaba yendo tan lejos que, cuando volví a despertar, estaba otra vez en el hospital. Todo mi cuerpo me dolía, pero las cosas habían cambiado. Ya no había nada quemándose, ni doctores matando a mi madre o niños consumiéndose por las llamas. Estaban todos bien, a salvo... vivos.

Y Victoria no lo estaba.

Me encontré sentado en una silla dentro de una amplia sala que creía haber visto. Volteé un poco mi cabeza para ver que, a mi lado, tenía a mi tía. Estaba tomando mi mano y observaba lo que nos rodeaba con el ceño fruncido, casi como si tuviese miedo. Me vi a mí mismo: era un niño, era yo de pequeño. Intenté levantarme y alejarme pero mi tía tomó mi mano.

—¿Daniel?—dijo, atrayéndome hacia ella—. ¿A dónde vas?

Las palabras salieron solas por mi boca.

—Voy con mi mamá, tía.

Su agarre no se aflojó pero sí su ceño fruncido, tiró otra vez de mí hasta que pudo enrollarme con sus brazos y abrazarme. Yo permanecí inmóvil sin querer alejarme, noté que un nudo subía por mi garganta al entender que... la extrañaba. Joder, recordé cómo era todo con ella, cómo me acompañó, cómo cuidó de mí... y lloré, pero ninguna lágrima salió de mis ojos. Yo estaba tan neutral como de costumbre.

—Mamá va a venir pronto, te lo prometo—susurró ella en mí oído.

—Pero quiero verla ahora—protesté.

Brianna, mi tía, me tomó por los hombros y me alejó para verme la cara. Noté que no quería hacerlo pero, aun así, intentó sonreír y se tragó sus sentimientos para después asentir.

—Está bien—dijo mientras tomaba su bolso, aún sin soltar mi mano, y se ponía de pie—, vamos a verla.

El pequeño Daniel se sintió repentinamente feliz y satisfecho, pero yo quise echarme a correr en ese mismo instante. En el fondo sabía qué era lo que estaba por pasar y, justo en ese momento, entendí por qué lo había estado viviendo tantas veces: tenía que buscar la forma de escapar pero, a la vez, de entender de una vez cómo habían muerto mis padres. Estaba ahí buscando respuestas y no iba a escapar hasta obtenerlas.

Tomé con fuerza la mano de mi tía.

Los pasillos que ya conocía se me hicieron eternos, creo que cada vez que volteaba a ver si había alguien pisándome los talones la veía a ella, a Victoria, diciéndome que todo eso era real y falso al mismo tiempo. Sentía que, a pesar de todo, ella estaba ahí acompañándome.

Vi por fin la puerta que ya conocía. Era de metal y tenía un pequeño cuadrado, como una ventanita, que me permitía ver qué había adentro. Brianna tomó mi pequeño cuerpo y me alzó para que quede a la altura, y entonces la vi. Ahí estaba mi madre, tal y como la había estado viendo. Pero... tenía algo diferente. Sus manos estaban esposadas y su mirada no era dulce como yo creía que era. Ella me vio y, entonces, intentó acercarse a mí, pero no pudo hacerlo. Cayó al suelo antes de siquiera dar el primer paso y todo su cuerpo estaba sacudiéndose con brusquedad. Estaba recibiendo una descarga eléctrica, estaba siendo controlada.



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En el texto hay: misterio, amor, terror

Editado: 07.02.2019

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