ESTHER
No sabía qué más hacer así que sólo me había ido al baño de mi habitación. Me había duchado antes pero en esa oportunidad me sentí un poco más rara al hacerlo, como si hacerlo porque nada más podía hacer lo hiciese sentirse diferente. Me desvestí con tranquilidad, viendo mi propio reflejo en el pequeño espejo que tenía el baño. Sólo veía mi cara. Estando desnuda, me observé durante unos segundos para asegurar que, en efecto, seguía siendo Esther, a pesar de mi mirada vacía y gris y de mi cabello despeinado de color café. Intenté sonreír, pero eso no cambió nada. Algo frustrada, pasé del reflejo. No era yo, había más que una simple imagen en mí.
Avancé hasta entrar a la ducha y sólo entonces dejé que el agua corriera y cayera sobre mí. Estaba caliente, quemaba mi piel y parecía hacerme daño, pero aun así no me hice a un lado, dejé que me abrazara y se deslizara por mi cuerpo. El vapor no tardó en llenar la pequeña habitación, tomé aire para sentirlo. Tenía ambas manos apoyadas en mis hombros, la izquierda en el derecho y la derecha en el izquierdo. Me giré, dejando que el agua cayera sobre mi espalda. Había cerrado los ojos, me sentía tranquila por alguna razón. Quizás demasiado.
En mi mente no había lugar para pensar en algo más allá del peligro. Intentaba evitar cualquier otro tema, evitaba perder el control. Había visto qué podía hacer Richard en los demás, no entendía cómo pero no quería arriesgarme. Aarón... había intentado herirme. Daniel había hecho lo mismo con Zayn, hiriéndole la garganta. ¿Qué si no se detenían a tiempo? ¿Qué si de verdad terminaban matando a alguien? Algo que ellos no podían controlar iba a terminar volviéndolos asesinos, sociópatas, iba a volverlos dementes. Heather tenía miedo de dormir porque sabía qué le esperaba al cerrar sus ojos. Maia ya ni siquiera iba a la cocina aunque en realidad no entendía por qué.
Sólo... faltaba poco tiempo. Y no sabía si tenía que alegrarme o llorar por ello.
Mi cuerpo dolía pero no le di importancia suponiendo que era debido a la temperatura del agua. Seguí pensando, viendo que estábamos tan cerca del final como al borde del abismo. Maia podía perder y eso iba a matarla. Pero... también podía ganar. Aunque algo me decía que Richard no iba a dejársela fácil, claro que no. ¿Y si ni siquiera le daba la oportunidad de hacerlo? ¿Y si ni siquiera le daba la oportunidad de ganar? O, lo que es peor, ¿y si era una trampa?
No lo sé, no estaba segura de nada. Sólo quería detenerme, sólo quería dejar de mentirme y hacer que las cosas estuviesen bien de verdad. Tenía miedo, siempre lo tenía, pero en mí no causaba demasiado revuelo. Aun así... pensaba en él, en Aarón, y no como un asesino, no como el tío que había intentado envenenarme, sino como la persona dulce y tierna que había estado a mi lado desde que todo había comenzado. Supongo que no tenerlo conmigo me hacía extrañarlo y entender que algo estaba sintiendo. Algo que no sabía si él sentía por mí. Se veía tan... distante, apagado, aterrado, que incluso llegué a sospechar que él estaba un poco harto de mí. Era pesada, lo tenía claro, y mi voz era algo chillona, además de mi risa molesta, pero sólo quería intentar contagiarle, sólo quería ver una sonrisa en su rostro y verle relajándose a mi lado.
No pude evitar sonreír por alguna razón, y al abrir los ojos esa sonrisa se esfumó.
Vi el suelo, vi mis pies... y entendí el dolor que había estado sintiendo. Todo mi cuerpo se sintió extraño, blando, se doblaba como el papel en el agua. No caí porque hacerlo era peor, pero... había sangre. Mi cuerpo estaba cubierto de sangre, goteaba y caía, estaba por todas partes. Alcé la mirada, vi la ducha. El agua ya no era transparente, era roja.
Grité. Grité de pánico, de terror, de confusión. Estaba en una pesadilla en la que todo lo que veía era sangre, pero de repente ya no quise gritar, no cuando pensé en que la sangre era de alguien, no podía ser falsa. Temblando, retrocedí. Mi espalda chocó con una pared helada que me erizó la piel, el agua, la sangre, caía frente a mí. Volví a cerrar los ojos, a desear que eso no estuviese pasando. La sangre... la odiaba. No... no podía pensar o respirar.
Por alguna razón nadie había escuchado mi grito. Supuse que las paredes del baño fueron diseñadas especialmente para eso: retener el sonido. Habría sido inteligente hacerlo, me había encerrado a mí misma en mi propia cárcel. Con los ojos cerrados, aun abrazándome y sintiendo la sangre, supe que algo tenía que hacer si quería salir de ahí, de ese tormento. Tomé aire. Estaba temblando y entrando a un llanto de pánico que parecía tomar el control.
Me obligué a reaccionar y moví mis dedos, buscando la forma de... detenerlo. Encontré algo, no supe qué era, sólo lo moví y el agua dejó de caer. No me atreví ni siquiera entonces a abrir los ojos, tanteé con mis manos lo que me rodeaba, busqué la forma de salir del cubículo. Sólo veía oscuridad y así me sentía, como si estuviese ahogándome en mi propio terror. Mis pensamientos se habían apagado, no sabía hacia dónde me dirigía. Sólo avanzaba, sólo buscaba la forma de escapar.
Editado: 07.02.2019