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CAPÍTULO 50 | Rogarás por piedad

ZAYN

No podía dejarla ir. No de esa forma. No sin saber qué ocurría detrás de ese muro de metal, al otro lado del espejo, en la sala más grande. Sólo podía escuchar los sonidos y mis gritos, no quería rendirme. No iba a hacerlo. Golpeé otra vez el cristal pero nada sucedió. Retrocedí, todo mi cuerpo estaba en tensión, estaba fuera de control. La ansiedad, el miedo, había comenzado a actuar por mí, y eso nunca era conveniente, de ninguna forma. Tomé aire, cerrando los ojos. Pensé en ella. Pensé en Maia, en su tacto, en sus labios suaves. Ignoré el hecho de que ella me había dejado bien en claro que algo sucedía. Lo ignoré. No me gustaba pensar en las cosas malas.

Cuando abrí otra vez los ojos, me sentía más tranquilo.

Comencé a observar la pared que tenía en frente, luego la puerta que tenía a un costado. Era grande y blanca, tenía una pequeña caja de metal en donde debería estar el pomo. Me acerqué con tranquilidad, había un teclado y un par de letras que aparecían en la pantalla me pedían una contraseña.

Me giré. Heather y Esther me miraban con atención. Señalé la caja, y luego dije:

—Necesitamos un código.

Me sentí realmente estúpido al decirlo.

La castaña se acercó a mí con demasiada tranquilidad, más de la que yo había conseguido mantener en mi vida. Posó sus dedos sobre el teclado, y puso algo.

00:00.

Un pitido nos indicó que era erróneo.

—Había... había un código en el orden de los signos, de cada día—intenté explicarme, me notaba muy nervioso—. Pero no lo recuerdo.

Heather me observó con furia contenida.

—Entonces nos sirve tanto como una mierda—me espetó—. ¿Cómo que no lo recuerdas?

—¡Que no lo recuerdo! ¡Era un sueño!—estallé—. Estaba Victoria, me decía algo pero... sólo veo imágenes borrosas.

Intentaba recordar pero no podía hacerlo. Había dicho un par de números, quise poder escuchar otra vez su voz pero no lo lograba, en mi mente sólo había espacio para los otros ruidos, los gritos que no parecían reales.

Mi cabeza estaba gritando.

—Cuatro, cinco, seis—dije en algún momento—. Cuatro es Esther, cinco es Victoria, seis es Aarón. 

—Eva—murmuró Esther, y no tardó en escribirlo en la pequeña caja, con dedos temblorosos.

Tenía el corazón en mi garganta, palpitando y mareándome, pero de todas formas y a pesar del barullo, pude escuchar a la perfección el pitido.

La puerta había sido abierta.

 

AARÓN

Veía el abismo frente a mí como sabía que siempre había estado. Así me sentía, a punto de morir, a punto de caer. Me pregunté qué podía sentirse volar antes de morir. Me pregunté si quería hacerlo, si me gustaba ese final, ese punto después de todo lo que había hecho. Daba igual cuánto luchase, mi cuerpo estaba envenenado y no podía girarme, alejarme, sólo podía balancearme y rogar por un nuevo milagro. Esperaba que alguien llegase para salvarme como yo había salvado a la castaña.

Escuché un sonido a mis espaldas pero no le di demasiada importancia. Había muchos otros sonidos, había muchos otros pensamientos. A mi lado izquierdo, la grieta estaba llena de agua, agua que arrastraba a Esther y ella no parecía poder salvarse. Pero esa no era Esther, era un robot, era parte del reto imposible de Maia.

—¡Salven a Aarón y a Daniel!—gritó alguien a mis espaldas. Era Maia.

No podía ver qué sucedía, no podía moverme, no tenía el control. Sólo lloraba, las lágrimas caían y caían y se alejaban de mí. Así se iba el dolor, así se sentía el vacío.

¿Y si moría?

¿Y si caía?

¿Y si me rendía?

—¿Arroz?—escuché que alguien susurraba a mis espaldas.

Era Esther. La verdadera Esther.

—Si te acercas—le advertí—, voy a caer. Esa es la trampa, Esther. No puedes salvarme. Nadie puede hacerlo.

Estaba lejos, detrás de mí, pero una parte de ella quería acercarse. No entendía cómo había conseguido entrar a la sala si se suponía que no debían hacerlo. Tenían que dejar que Maia lo superase, tenían que seguir las reglas. Richard estaba observando, lo sabía, Richard siempre estaba al tanto de todo... y eso no iba a gustarle para nada.

—No vas a saltar—dijo Esther, su voz se había quebrado—. No quieres hacerlo.

—Pero no tengo opción—admití.

Quería girarme. Quería verla. Si iba a morir, quería que ella fuese lo último que mis ojos presenciaran antes de caer. Me había hecho pelear, me había hecho entender que yo no era tan cobarde como creía. La había salvado. Podía hacerlo. No era ni un poco como Britt decía.



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En el texto hay: misterio, amor, terror

Editado: 07.02.2019

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