Me pongo de pies a la misma vez que aquel anciano entra a la habitación, él se me queda viendo unos segundos antes de sonreír.
—¿Me dirás al fin que es lo que se supone que estoy haciendo aquí? — me cruzo de brazos e inflo el pecho, quiero que sepa que no le tengo miedo, que tenga en claro que no me dejare intimidar por un simple humano.
Esa sonrisa con la que ha entrado no se le ha borrado aun, de hecho pareciera que fuera más amplia que antes. Da pasos firmes hasta el intento de ventana y acaricia los barrotes, un leve suspiro se escapa de sus labios, una pequeña brisa entra por los barrotes causando que el cabello se le mueva un poco, al igual que el cuello de su camisa. Él tiene una cicatriz en su cuello, una que se la cubre con su ropa, y yo sé muy bien que es lo que significa aquello.
—Es mate de una mujer loba ¿verdad?
Su cuerpo se rige con violencia, como si el simple hecho de que alguien se lo mencione haga que su buen humor decaiga, como si fuera una cosa terrorífica. No luce feliz. Esa sonrisa ha desaparecido.
—Realmente no se para que pregunto — la que sonríe ahora soy yo — es obvio que lo es. Tiene la marca en su cuello.
Tal vez no sea una buena idea hacerlo enfadar, pero ¿Qué más me puede hacer? Me tiene encerrada, me inyecta quien sabe qué cosa y me arruina el día con su presencia, estoy en mi derecho de molestarlo, de provocarlo. Es un simple humano después de todo y aunque no me pueda convertir en loba, no quiere decir que no le puedo dar su lección. Soy una mujer loba con una buena fuerza.
—Siempre tan territoriales — niega con la cabeza molesto — no comprendo aun porque tienen que morder a sus parejas, es realmente estúpido. Parecen perros, siempre marcando su territorio, como si fuéramos un simple hueso y no una persona. Aunque teniendo en cuenta su estúpida necesidad de marcar lo que es suyo, prefiero esto a que me estén orinando cada dos por tres.
El hombre delante de mí se encuentra mirando aun hacia afuera, es por eso mismo que se encuentra de perfil a mi mirada, la cual no se ha separado de él en ningún momento. Al parecer no es fan de los hombres lobos.
—Lo que está diciendo es estúpido — suelto sin pensarlo mucho.
—Lo que hacen ustedes también lo es — ataca. Yo solo ruedo mis ojos a la misma vez que me vuelvo a cruzar de brazos, ya que los había desecho hace algunos segundos atrás.
Para ser totalmente sincera, tampoco entiendo porque hay que morder a nuestras parejas, para mí eso también es una cosa demasiado salvaje, pero aun así es algo que todos los lobos hacen, es su instinto. Recuerdo haber preguntado algunas veces el motivo por el cual se hacía aquello, nunca nadie supo contestarme, siempre me decían que cuando llegue el momento lo comprendería.
—La verdad es que ese tema no me interesa hablarlo con usted, no tengo interés en convertirme en psicóloga de un hombre estúpido que rechaza los lobos, pero aun así mantiene encerrado a uno — sonríe sin mirarme aun — y volvamos al tema que si me importa, dígame de una maldita vez ¿Qué es lo que estoy haciendo aquí?
—Eres una de las pocas sobrevivientes del atentado que le ocurrió a tu manada hace muchos años atrás — susurra, se pasa una de sus manos por su rubio cabello y comienza a caminar de un lado a otro, pero siempre cerca de la ventana — te necesito por ese mismo motivo. Necesito a la manada ocultos.
—¿Para qué? — Levanto una de mis cecas y dejo caer mis brazos a cada lado de mi cuerpo — dígame ¿Qué es lo que quiere hacer realmente?
Se acaricia el mentón y cierra sus ojos unos cuantos segundos, supongo que intentado calmar su alterado corazón. Al parecer, el hecho de que le hagan preguntas no es de su agrado. Cuando separa sus parpados y deja su oscura mirada en mis ojos, saca una jeringa con el mismo contenido que las anteriores de su bolsillo derecho, da pasos firmes en mi dirección.
—¿Qué se supone que quiere hacer con eso? — me alejo de él y le señalo lo que tiene en sus manos.
—Lo lamento Shayla, pero estas haciendo demasiadas preguntas — me giro para no tropezar con la cama, el aprovecha ese descuido y me inyecta aquel contenido en mi cuello, dejo que una maldición se escape de mis labios antes de caer rendida en la cama.
Pov’s Dante.
—¡Tranquilo! — exige Gabriel en un grito a la misma vez que un jarrón de piedra fina y hermosa, impacta con violencia a un lado de él, demasiado cerca de su tan delicado rostro.
—¿¡Cómo se supone que quieres que me tranquilice!? — me lo quedo viendo ardiendo de una gran irá, una que no desea irse de mi cuerpo muy pronto.
Él deja que un suspiro salga de sus labios, esos mismos que son la droga de algunas chicas enamoradas, se acerca a mí y deja ambas de sus manos en mis hombros, luego ejerce un poco de fuerza ahí para que me caiga sentado en uno de los sillones que se encuentran en mi despacho.
—La encontraremos — susurra tranquilo, su mirada no se separa ni un segundo de la mía.
Una sonrisa amarga se expande en mis labios, pasó mi mano unas cuantas veces por mi cabello intentando calmarme con ese simple gesto, pero teniendo en cuenta las ganas de asesinar que tengo en estos momentos, no causa mucho efecto. Soy el vampiro más estúpido que hay en este maldito mundo ¿Cómo pude dejar que se la llevaran? ¿Cómo no sentí su olor antes?