Castiel
En el cielo, (estado sellado: cerrado)
Dios entrenaba a todos los ángeles, había un ambiente de guerra. Todos mantenían sus esperanzas y deseaban acabar con la locura que se empezaba a cobrar almas. No era justo que Tamara quiera destruir todo por lo que una vez luchamos. Los ángeles ocupaban todos los sectores para prácticas, todos con su gracia podían matar a los demonios, estaban mejorados. Todo los estaban manteniendo con ferocidad, eran unos verdaderos guerreros.
Dios meditaba en su habitación, desde ahí se podía observar que tenía algo parecido a un pergamino en su mano derecha. Quería saber lo que aquello contenía, esperaba que fuera algo que nos ayudara a mantener la armonía en el mundo. Esperaba todo eso, quizás no era mucho, tenía la suficiente esperanza para ser yo mismo quien matara a Tamara.
—Disculpe, ¿qué es eso? —Pregunté inoportunamente, como era de costumbre, siempre hacía esas cosas cuando la vergüenza no acababa conmigo.
—Castiel, pasa. Es un pergamino, esto nos ayudara. Tiene siete sellos, si se rompen liberará a cuatro pestes... cuatro jinetes —me explicó mi padre con su tono de voz peculiar.
No quería eso, no quería que liberaran a otras plagas. Estaba seguro que ese sería el fin, no quedaría nada. La tierra por la cual luchábamos para que siga en pie, quedaría destruida por completo. No podía dejar que el fin comenzara y por nuestra culpa, no podía ver a los mundanos morir por nosotros.
Los mundanos no merecían nada de lo que estaba sucediendo, ellos no tenían la culpa de una batalla intrafamiliar, ellos eran seres alejados de todo eso, pero eran los que más perderían. No era justo, yo no lo veía justo.
—¿Será el fin de todo? —Volví a abrir la boca, pero esta vez, mi tono de voz era preocupante—. Padre, los mundanos no tienen la culpa de nada…
—Claro que sí —respondió con frialdad, nunca lo había escuchado hablar de ese modo en particular—. El primer sello ya fue roto y se acaba de liberar el primer jinete, mejor conocido como "la guerra", el hambre y la muerte serán los siguientes.
Sabía que los siguientes eran los peores, ellos no pensaban en nada, solo hacían lo que era ordenado por Dios. Todos se mantenían ajenos a la realidad que los acontece, solo creían en la realidad ordenada por mi padre.
Los mundanos creían en diferentes cosas, todos eran diferentes y eso los hacía únicos, pero los seres como nosotros…
Me hubiera gustado nacer como un mundano, crecer como uno, ser uno. Me tocó otra cosa, ser un ser celestial, no puedo criticar lo que soy, pero tenía un sueño, ser un simple mundano.
Hay muchas cosas que me hubieran gustado, pero no puedo seguir desprendiéndome de las ramas, necesito contar la historia. Mantenerme en tan solo una rama, mi rama, mi historia.
Cerré los ojos al oír algo extraño, lo observé y me sorprendí. Miré a mi padre, esperaba que él también viera lo que yo estaba viendo. Nunca había visualizado algo tan perfecto y tenebroso.
Estaba seguro que ya no habría vuelta atrás, lo que estaba viendo, era el inicio del fin.
—Cuando abrió el primer sello, oí al ser viviente que decía: "Ven". Entonces, salió un caballo, rojo; al que lo montaba se le concedió quitar de la tierra la paz para que se degollaran unos a otros; se le dio una espada grande. El primer sello lo abrió Lucifer. Él tiene la espada —susurré explicando todo lo visto.
Mi padre cerró los ojos y se desvaneció.
Me quedé quieto y esperé una orden.
—El primer sello fue abierto, hermanos —informé, sabía que Dios no lo haría.
Todos los ángeles entraron en una especie de trance, no podían creer en mis palabras y no los culpo, yo tampoco creería en lo que estaba diciendo. Llegar de la nada y decir algo como eso dejaría a muchos de ese modo.
—¿Cómo puedes saber eso, Castiel? —Preguntó una de mis hermanas.
La miré, caminé hacia ella y me quedé a su lado. Le dediqué una pequeña sonrisa ladina y supe que era tiempo de decir todo lo que ellos no sabían.
—Nuestro padre me lo ha… —fruncí el ceño al saber que yo era el que había visualizado todo—, yo lo he visto, el primer sello fue abierto y consigo todo lo que conlleva el hecho de haberlo hecho.
Helena me miró con el ceño fruncido, ella no deseaba creer en lo que le estaba diciendo. Tenía un rostro de terror en su mirada, en todo su ser. Mi rostro se le asemejaba bastante.
—Lucifer… —Susurró.
No hice más nada que asentir ante su deducción. Estaba en lo cierto, ella tenía mucho más claro lo que le estaba contando, era uno de los ángeles más longevo.
—Hay que mantenernos alerta —interrumpió el silencio otro ángel.
—Así es, Lucifer puede estar haciendo cualquier cosa —respondió Helena.
No dije nada, me quedé allí parado. Observaba todo con detenimiento, la organización con la que mis hermanos se mantenían dejaba en claro que yo aún tenía cosas que aprender. No era nada malo, pero me hubiera gustado poder estar a su altura, lograr lo que ellos.
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Editado: 03.09.2022