1) El ángel pecador

Capítulo 18: "El mundo dividido en dos"

Castiel

 

Con la noticia que los jinetes ya estaban en Buenos Aires, duró unos días, para ver la repercusión y las acciones de ellas, la creación de Dios moría lentamente, todo lo que conocía solo duraba días.

No había modo de salvar a todos, no comprendía lo que se necesitaba para lograr sobrevivir. No era justo que todo muera, no lo era.


Julieta, Luciana, Sandra y Cecilia realizaban sus acciones de acuerdo al plan. El plan tenía muchas fallas, pero no era capaz de asimilar que todo lo que conocía iba a morir. Algunos de mis hermanos fueron tocados por ellas y todo llevaba a lo mismo, la muerte, Julieta.


Sabía que Rubby era amiga de esas jóvenes, o por lo menos, lo que esas muchachas eran anteriormente. Ahora no eran más que jinetes. Ya no existían, esas jóvenes no eran nada.


Quizás Dios creía que con los jinetes, era posible quitar a la oscuridad del camino, pero él decía y afirmaba que no se podía matar a la oscuridad; yo dudaba de su palabra, pero no podía articular mis dudas hacia él, por razones obvias.


Había algo en mí interior que no me dejaba continuar, sabía que Dios o Tamara morirían, quizás ambos o ninguno, quizás podrían arreglar sus diferencias, pero conozco a Tamara y a Dios, y sabía que cumplían su palabra.


Veíamos que el fin se acercaba a cada segundo. Nunca me había imaginado un final como el que podría venir. Sentía miedo de caer y más con mis hermanos, muchos de ellos ya no existían.

Debíamos admitir que muy pronto todo lo que conocíamos moriría, incluidos nosotros. No había mucho que hacer, solo aceptar lo que vendría o ponerse manos a la obra y hacer algo. Debíamos seguir adelante, triunfar.


La provincia ya no existía, solo estaba la Capital. Al llegar a la general paz, todo era caos, guerra, muerte, destrucción, enfermedad y demás.
¿Estaríamos perdiendo la guerra?, ¿dónde estaría oculta Tamara?, ¿Dios ya no estaba en el cuelo?, ¿todos tendrían un plan? Mis preguntas invadían mi cabeza, haciendo una madeja de pensamientos.


Caminé sin rumbo en el cielo, quizás era el único en el. Con eso del fin del mundo, mis hermanos abandonaron el cielo, ¿quién haría tal tontería?, no podía creer cómo abandonaron a mi padre, en vez de morir luchando, solo se escondían y huían.
De pronto llegué a una habitación, un bello jardín, tomé asiento en un banco; el sol quemaba mis pupilas, ese jardín me resultaba familiar, como si ya hubiera estado en el.


Ladeé mi cabeza y vi algo negro, lo que parecía ser una manija de puerta, me levanté hasta ella y la abrí. Muy bello lugar, había un hermoso árbol de Jacaranda, comencé a entrarme en la habitación y observé el hermoso árbol; caminé en círculos tocando su tronco, luego se oyó un ruido.

Me alteré y quité mi mano del tronco, esta queda alzada hacia el árbol y lentamente cayó una hoja de este a mi mano; la observé por unos minutos, la acerqué a mi vista y vi un grabado en el, una marca que significaba Dios en otro idioma, leí atentamente el grabado: "DIO, MI OJO OSCURIT LA ÁNGEL DIA MENT OF A TU LA "CHIN".

Observé atentamente, creía que al decir lo dicho algo sucedería. Luego de unos minutos, otra hoja comenzó a caer, parecía tardar años, el tiempo se detuvo, como muy pocas veces sucedía.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Aparecí en una carretera y vi a Dios caer de rodillas, así que decido acercarme. Comencé a caminar hacia él; unas personas lo rodearon, no podía hacer nada, logré quitar algunas de estas personas y es ahí cuando vi que todas estas tenían los ojos rojos.


Luego de unos segundos, vi a Tamara acercarse en su nube negra de odio; agarró el mentón de Dios y comenzaron a hablar, Tamara se veía muy decidida por acabar a mi padre.


Apareció Rubby, con sus ojos negros y apuñaló a Dios; abrí mis ojos como platos, no podía creer lo que estaba sucediendo; mi padre cayó al suelo de rodillas.

Buena jugada —Respiró entre cortado—. Lo lograste, Tamara —sonrió ampliamente.

Sí, es muy, muy, muy interesante lograr una meta —Sonrió y abrió sus ojos, agarró su vientre y preguntó—: ¿Qué? —Cayó de rodillas y repitió—: ¿Qué?

¿Creíste que al matarme nadie se vengaría? —Alzó una ceja y sonrió.

¿Pero cómo, quién? —Vi como lentamente sonrió hacia un lugar en especial—. No olvidaré, ahora que sé todo, no podré hacerlo —Una lágrima cayó lentamente.




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