100 Cartas

MI INTENCIÓN

Hacía tan sólo seis horas que acababa de hablar con él. Parecía tranquilo, el tono de su voz no hacía presagiar el fatal desenlace que poco después iba a producirse. Ahora, acabo de recibir la llamada de un amigo: ¡José a muerto...! me decía visiblemente alterado Alberto, nuestro amigo común.

- ¿Pero… qué ha pasado? -pregunté inquieto y expectante.

- Ha muerto… ¡José se ha suicidado! -respondió Alberto al otro lado del teléfono con la voz entrecortada.

- ¡No puede ser…! tan sólo hace unas horas que hablé con él y no parecía afectado, ni siquiera me habló de ella… aunque, ahora que lo pienso… me extrañó que me dijera que me estaba muy agradecido por la amistad que le había entregado...¡no me podía imaginar que estuviera despidiéndose de mí!

- Pues parece ser que lo hizo… -intercedió Alberto con voz compungida.

- ¿Cómo ha ocurrido...? ¿Se sabe con seguridad que se trata de un suicidio? -pregunté esperando una respuesta negativa, aunque fuera como fuese, no iba a devolverle la vida a mi amigo.

- Sí, lamentablemente no hay duda. Se ha suicidado lanzándose al vacío desde la azotea, y ha dejado dos cartas: una para el juez y otra para nosotros, sus amigos. Te llamé antes, pero estabas fuera, así que me permití leer la carta que iba dirigida a nosotros dos. La verdad, estoy demasiado emocionado como para poder leerla por teléfono, ven por favor, léela tú mismo. La policía me la entregó después de que el juez la leyese, ya que me había desplazado hasta su domicilio para devolverle la cámara fotográfica digital que me había prestado, y me encontré con todo el panorama que se había formado delante de su domicilio. ¡Ha sido terrible, terrible…! aún no puedo asimilar la visión del suelo manchado de sangre.

- Bien, voy para allá… tranquilízate, no tardaré más de 20 minutos en llegar.

Mientras me cambiaba de ropa, buscando un tono más oscuro de chaqueta y camisa, mi mente viajó en el tiempo, recordando aquellos momentos que compartimos juntos, llenos de felicidad, cuando solíamos salir de excursión en busca de parajes y lugares cargados de misterio.

Fue en una de esas excursiones donde la conoció. Coincidimos con otro grupo de excursionistas, compuesto por cuatro amigas que se divertían cantando y tocando la guitarra. José se quedó embelesado nada más ver y oír cantar a Lucía. Recuerdo que Alberto y yo nos miramos sonriendo, al observar la cara de memo que se le quedó a José. ¡Aquello si era amor a primera vista!

A partir de aquel día, José ya no se separaría de Lucía. ¡Había encontrado por fin su media naranja! su alma gemela, como él mismo repetía una y otra vez. La felicidad era una constante en sus vidas, ¡nunca había visto a nadie tan enamorado! Ahora tenía que ir a casa de Alberto, leer la carta que nos había escrito y ver en que manera podía ayudar a mi amigo por última vez.

Cuando llegué a la casa de mi amigo Alberto, éste ya estaba esperándome en la puerta. Nos abrazamos y no pudimos evitar derramar lágrimas de dolor.

- Gracias por venir Luis, -fueron las primeras palabras de Alberto- creo que ahora no podría permanecer solo en casa. Ven, siéntate y lee la carta de José, por favor.

Tomé la misiva en mis manos, extrañamente temblorosas, mientras llenaba mis pulmones de aire, inspirando profundamente, con la idea de tomar fuerzas y mantenerme sereno.

La carta estaba manuscrita, como era su costumbre, ya que José solía decir que en la escritura siempre quedaba parte de la energía de la persona que escribe.




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