“Después de 23 años de silencio, hoy decido romperlo y contar mi historia para visibilizar el dolor, frustración e impotencia que muchas
niñas y mujeres debemos cargar tras haber sido víctimas de violencia sexual.
Quiero agradecerle a Jineth Bedoya, a quien admiro y respeto profundamente por motivarme a dar este paso, pues como bien dice ella: “No Es Hora De Callar”, y el hecho de visibilizar este flagelo es crucial para mi continuo proceso de sanación emocional y también para que la sociedad en la que vivimos abra los ojos y deje la indiferencia ante algo tan aterrador y doloroso como lo es la violencia sexual. En 1994, cuando tenía cuatro años, fui violada por el chofer del bus del colegio en el que estudié toda mi vida; fue tal la angustia, el dolor, el no entendimiento de la situación y la confusión, que nunca le conté a nadie sobre lo ocurrido.
Los días fueron pasando y la tristeza y desolación embargaba mi corazón; empecé a hacerme heridas en las piernas y brazos, pero no lograba entender por qué había reprimido por completo el recuerdo de la violación y sentía mucho malestar.
Tuve que esperar 13 largos y tortuosos años que viví como si fueran siglos hasta graduarme del colegio; irónicamente es uno de los colegios con mayor reconocimiento y tradición de Bogotá, del cual uno nunca se imaginaría que esas cosas pasen, pero sí suceden y son muy dolorosas.
Me gradué en junio de 2007. En ese entonces tenía 17 años y empecé a sentir angustia desbordada sin entender por qué; al cumplir 18 años decidí empezar tratamiento psicológico. Fue en ese momento en el cual empecé a sanar cada parte de mi alma y mi corazón; entendí qué era lo que me generaba tanto malestar emocional.
En mayo de 2009 tuve un recuerdo aterrador: recordé aquel día en el bus del colegio, teniendo a ese señor encima de mi pequeño cuerpo, sintiendo que rompía mis entrañas, mi espíritu y todo mi ser... lo único que quería en ese momento era morirme y no tener ese recuerdo en mi mente.
Cuando recordé la violación me sentí devastada y muy deprimida; a partir de ese momento decidí seguir en tratamiento psicológico hasta sanar esa herida tan profunda; después entendí que esa herida se puede cicatrizar y sanar, pero siempre va a estar el recuerdo acompañándome, siempre existirán olores, sabores, personas y lugares que de una u otra manera te recuerden lo ocurrido y eso es incontrolable; esa es la gran tarea como sobreviviente: poder lidiar con la angustia que se genera cuando uno siente, huele o ve cosas similares que sucedieron durante el abuso sexual.
A los pocos meses de recordar lo ocurrido le conté a mis papás y a mis hermanas; ellos estaban muy tristes y por fin había entendido muchas cosas de mi comportamiento y de mi frecuente llanto en la infancia; ellos siempre me han apoyado incondicionalmente.
Los años fueron pasando y me di cuenta del daño tan grande que había sufrido; desarrollé un trastorno de ansiedad y una enfermedad muscular muy dolorosa llamada fibromialgia. Los dolores de espalda y de cabeza cada vez eran más fuertes, mi cuerpo y mi mente estaban agotados de cargar con ese recuerdo tan doloroso. Además, continué autolesionándose las piernas y los brazos.
Al ver esa realidad tan oscura que estaba viviendo, saqué fuerza y mucha valentía de lo más profundo de mi ser y decidí trabajar para cambiar mi realidad y transformarla en algo diferente y mucho mejor. Empecé a hacer ejercicio, escribí un libro contando mi historia, descubrí mi talento para colorear y tejer mandalas, desarrollé mi parte espiritual, empecé tratamiento psiquiátrico y descubrí que por medio del arte se puede expresar y transformar el dolor. Poco a poco he ido mejorando y sanando mis heridas del alma, he aprendido mucho de la vida y de la fortaleza que tengo por dentro. No me rindo y seguiré luchando eternamente por mi bienestar emocional.
Hoy me doy cuenta de que “No Es Hora De Callar”. Es hora de romper el silencio, así sea después de 23 años de lo ocurrido; nunca es tarde y hacerlo empieza a sanar un poco más la herida emocional que uno lleva por dentro. Fue en el pasado cuando me callaron y silenciaron mis sueños y mi voz, hoy puedo gritarle al mundo mi dolor para liberarme y lograr vivir en paz.
Por eso, invitó a las mujeres y hombres que hayan sido víctimas de abuso sexual para que cuenten sus historias, nunca es tarde para hablar. Fuimos víctimas, pero ahora somos sobrevivientes y eso nos pone en un lugar distinto, nosotros mismos tenemos y desarrollamos la capacidad para atravesar ese dolor y transformarlo en algo positivo.
Ese dolor es tan profundo que nunca se supera, siempre tendrás el recuerdo en tu mente, asociados olores, colores y hechos al momento de la agresión, pero el corazón siempre es más fuerte y puede convertir ese dolor en fortaleza, valentía, esperanza y resiliencia.
Son muchas las víctimas de violencia sexual en nuestro país y en el mundo que son asesinadas por sus agresores; nosotras, como sobrevivientes, debemos estar agradecidas con la vida por darnos una segunda oportunidad para vivir y tenemos la responsabilidad de hablar en nombre de aquellas niñas y mujeres que han sido calladas de por vida”.