¡Oh, tinta prohibida! Sírvame de puente entre lo osado del pasado y las palabras, escribid en mi corazón aquellos versos sublimes que derretían los glaciares del infierno, cuando aquel poeta bajo y salió, pues, ¡La necesidad me condena! De mis venas saldréis y plasmaré mis encantos, para que el lucero se apiade y revoque la incurable, acto prohibido que no es digno, pero que cuya circunstancia me encontraba y de la verdad engullida, no había de otra que corromperse a lo perverso, mi alma valerosa no se encontraba aquí o allá, pero remotamente me dictaba juicios, preparando toda un obra maestra.
¡Oh musas! guiadme como se guió a Odiseo, pero no contéis mis actos para que no haya percance guiado por la envidia. De mis venas haced brotar tinta divina y en mi pecho escribiré. Me delataré, ante todo, cantaré mi vida y la de mi alma el como se hizo a mí y como desde el pináculo caí al pozo, como hizo el lucero, que aún veo aquellas antiguas plumas manchadas de ébano descaro y humillación. Ahora, si logró vencer, el tîme será eterno y propio a la llave del tercer piso.
Miró a aquel redactor de engaños y pido por salud para realizar mi obra ya que en el estado encontrado me era imposible el simple hecho de ver, el acepto con una sonrisa maldita, luego ya en un estado decente, tome un colmillo de una fiera, que descansaba por siempre en el piso y apuñale mis muslos, lo suficiente para usarlos cual tintero ya que aquel caído nunca hablo de lápiz y papel y me dediqué a transferir mis penas al piso gélido, el cual muy adecuadamente se sonrojada con mi sangre al pasar y escribir, una escritura límpida, para transmitir mis amores y miedos, sueños y cóleras, vida y muerte.
Mientras esculpía la primera parte de mi dulce blasfemia, no deje de llorar, pero mi mente enfocada en lo más lindo que mi alma me enseñó, pero no era lo ideal para contar, decidí empezar por las desgracias de mi vida, para que el verdugo tuviese una idea del sabor de mis lágrimas, de la escala de las notas de mi llantos y de la pureza de mi amor.
Aquel que alguna vez portó luz me observó con una mirada malévola, percibí que sentía placer de solo verme apuñalar mi muslo para escribir para él. Sadismo en su esplendor, me aterraba, pero no más el saber que mi alma estaba en juego y ya sabéis a qué me refiero, quizás penséis que tengo esperanza por lo escrito anteriormente, pero solo fue instintivo ya que toda esperanza fue abandonada.
Pero mi amor por ella era más fuerte que todo, que la misma desesperanza y que la muerte, el deseo de tenerla conmigo otra vez era increíblemente fuerte, seguí escribiendo, pero mis lágrimas cesaron, estaba seguro de cada palabra sanaría mi miserable vida antes de ella y blindados nuestro futuro. Que aquel que me observaba con hambre sería convencido de hacer algo impropio de él.
Aunque contaba los minutos como monedas de un salario mínimo, mi entusiasmo al escribir era fuerte, no había tiempo para pensar, solo abrir el corazón y que desangre sobre el piso mi historia en letras poderosas y divinas capaz de apuñalar la mórbida postura del caído.
Ya a falta de poco tiempo ya tenía toda la primera carta escrita, la verdad es que no escribí nada, trazaba una oración y la repasaba hasta que tomara conciencia propia y me diera camino a la siguiente oración, en menos de 500 palabras terminé mi primera daga, preparada y envenenada con verdad, moral, dolor, esperanza y claro aquella cosa llamada amor. Cuando ya la musa no me susurraba sus tiernos cánticos para que mi muslo no fuera sufriera más estocadas, solo pude sentarme de frente de mi pequeña obra primera, limpiar las lágrimas de mi rostro, ver el reloj y proclamar:
— ¿Listo para revivirla? Terminé la primera divina carta.
— Insensato ya leeré tus miserables penas.
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Editado: 11.04.2021