*El contrato*
Tuve un sueño aterrador en el que me dejabas para siempre.
Puedes saber que era un sueño sin sentido
porque no hay forma de que vaya a perderte.
-VIXX, Eternity-
Diciembre 27, 2020.
~IRISVIELL~
—Hija, no tienes que hacer eso ahora —dijo mi madre, su voz apenas alzándose por encima del sepulcral silencio.
Tomé aliento con fuerza, incapaz de hablar. Si dejaba salir un mínimo aliento, me derrumbaría. Así que ignoré su comentario y proseguí descolgando los adornos del árbol de Navidad.
La escuché suspirar, y me detuve. Cerré los ojos, obligándome a contener las lágrimas. Respiré varias veces, controlando mi titubeante respiración.
‘‘Sí, mamá’’, quise decir, pero no me atreví a separar los labios, ‘‘tengo que quitar esto ahora. Tengo que hacer algo, lo que sea’’.
Abrí los ojos y dejé la esfera con su nombre en la caja, boca abajo. Continúe bajando los adornos, las esferas, las tarjetas, los renos y listones. Era una actividad mecánica, no exigía que me esforzara en lo más mínimo, pero me mantenía activa también, mis músculos en movimiento. Me sentía una marioneta, moviéndome apenas porque los hilos de la vida me sostenían, pero sin espíritu para disfrutarlo.
—Hija —intentó mi madre de nuevo—. Es hora de irnos, la muchacha puede encargarse de eso. Después.
—Quiero hacerlo yo —dije con voz seca.
—Cariño —era papá, quien entró en mi campo de visión en ese momento, mientras me volvía hacia la caja de adornos. Se agachó un poco, lo suficiente para verme a los ojos—. Para —suplicó, tomando mis manos para obligarme a detenerme. Mi vista se nubló por las lágrimas y solté un sollozo.
Mi papá se derrumbó conmigo, apretándome contra su pecho en el cual me refugié, llorando de pronto como toda una niña pequeña. Escuché a mamá sollozar a lo lejos y salir huyendo de la sala de estar, destrozada.
—Lo sé, cariño —dijo mi padre, acariciándome el cabello mientras me sostenía—. Lo sé.
—No dejes que nadie toque el árbol —supliqué—. Él amaba decorarlo y quitarlo, nadie puede hacerlo. Que nadie lo toque.
—Sí, tranquila, sí. No dejaré que nadie se acerque. Tienes mi palabra.
Me dejó llorar un poco más, y entonces me apartó con una mirada de pena.
—Tenemos que irnos, corazón.
Sollocé.
—No quiero —negué con voz ahogada.
—¿No quieres despedirte? —susurró.
—Sólo quiero despertar —mi voz se quebró—. Debe ser un sueño, no puede ser cierto. No quiero. No puede.
—Lo siento, amor.
Negué, con labios temblorosos.
—No puede haberse ido. Sigo esperando que baje a reclamarme por tocar su árbol.
Él soltó una risa baja.
—¿Hacía eso? —preguntó con calma.
Sonreí a mi pesar.
—Todos los años. Siempre reaccionaba cuando escuchaba que una esfera caía, sabía que Bruno se la comería si no llegaba por ella a tiempo. Corría como loco y...
Me callé, de pronto consciente de que hablaba en pasado.
—La gente querrá verte en el funeral —añadió mi padre después del silencio—. Eres su esposa, Iris, te irá bien rodearte ahora de las personas que lo amaron como tú.
Resoplé, divertida. ¿Su esposa? Si tan sólo supiera que mientras ellos celebraban la Noche Buena nosotros nos estábamos divorciando le daría un infarto seguro.
No, yo ya no era más la esposa de Jaden King. Siendo justos, nunca lo había sido, nuestro matrimonio nunca fue nada más más que un contrato con fecha de caducidad. Lo que más temía del futuro, después de los días de soledad que venían por delante, temía el momento en que nuestros padres se enteraran del divorcio, temía enfrentarme a ello sola. A pesar de estar separados, nunca conté con la posibilidad de perderlo para siempre.
Clavé la vista en la caja de decoraciones en el suelo. Seis años, fuimos un matrimonio que había durado apenas seis años pero que ya tenía tres cajas de adornos navideños. Cajas llenas de recuerdos que no existirían en ningún otro lugar más que en mis memorias, tintadas por siempre con el dolor de la pérdida.
—Está bien —suspiré, mirando a mi padre de nuevo.
Tenía razón, necesitaba estar rodeada de gente. No porque quisiera oír historias sobre mi esposo, sino porque estar sola con mis pensamientos me aterraba por completo. El tiempo que durase, aprovecharía la distracción.
—Esa es mi niña —susurró, limpiando mis lágrimas con una mirada de orgullo.
De la mano, como cuando tenía cinco años, me llevó al auto y dejé que me pusiera el cinturón de seguridad.
Mi madre sollozaba en el asiento trasero mientras yo apenas y podía ver la nieve caer sobre Masen.