13 horas antes, en algún lugar de Emiratos Árabes Unidos.
—Entendido señor, comenzamos la operaciones de inmediato.
La llamada que estábamos esperando finaliza, la profesionalidad del grupo lo que en palabras de mis superiores ha decantado la balanza para que nos llevásemos el contrato de entre todos los grupos operativos. La mujer que ha contratado nuestros servicios, como viene siendo habitual en el negocio, permanece en el anonimato.
—¡Yuri! —llamo a mi segundo al mando, ex Spetsnaz en su Rusia natal.
—¿Señor? —responde el ruso.
—Que se prepare el equipo, salimos en una hora.
—¡Señor, si señor!
La libertad de movimientos que nos da el no servir a ninguna nación en concreto es un ventaja en operaciones como esta. Moverse en el oscurantismo bordeando los tratados internacionales aporta pingües beneficios a la organización, cada vez tenemos más contratos.
Paseo por las instalaciones fumándome un cohíba, obsequió del último cliente, quedó tan satisfecho del trabajo en Sudan que me hizo llegar unas cuantas cajas de puros cubanos.
—Paracaídas y subfusiles, Smith —le recuerdo al norteamericano, antiguo SEAL obligado a abandonar su unidad de élite tras la muerte en extrañas circunstancias de un compañero.
—¡Todo listo señor! —responde efusivo el corpulento yanqui.
—Martínez —le digo al colombiano —encárgate de que la lancha de extracción esta vez tenga suficiente combustible.
El ex miembro de las FARC asiente con la cabeza. El Ingles, los Afganos, el Filipino, el Francés, el Nigeriano y el Australiano componen el resto de mi grupo de hombres de confianza. Sujetos curtidos en el campo de batalla sirviendo a los intereses de sus respectivos países, ahora reconvertidos en soldados de fortuna que prestan servicio al mejor postor.
La noche es calurosa en la península arábiga, el cielo despejado, las condiciones de vuelo inmejorables, disfruto del cohíba mientras superviso los preparativos. Apoyo el pie contra el fuselaje del avión, un coloso de metal de segunda mano que nos hará las veces de transporte.
Mis hombres van entrando en la bodega de carga del aparato; cascos, visores nocturnos, gafas de seguridad, chalecos antibalas, uniformes negros, botas altas, rostros pintados, subfusiles en el pecho, pistolas y cuchillos tácticos en la cintura, paracaídas a la espalda, cámaras termicas. Me encanta la sensación al salir de misión, la adrenalina que empieza a producir el organismo ante el inminente inicio de hostilidades termina resultando adictiva. Me fumo el final del puro tras pasar revista a la unidad. Los diez hombres sentados a ambos lados de la bodega aguardan instrucciones.
—Muy bien señores —comienzo a decir mientras camino por el medio del pasillo arriba y abajo —el objetivo de hoy es un petrolero que está navegando por el golfo de Omán, deberemos hacernos con el control del navío y dirigirnos al estrecho de Ormuz frente a las costas Iraníes en menos de 12 horas. ¿Alguna pregunta?
—¿Cuánto van a pagarnos, señor? —pregunta Nicolás, el Nigeriano.
—Lo suficiente para que puedas mantener a tus cinco esposas —respondo.
Las risotadas y vítores en la bodega de carga no se hacen esperar, las aspas del A400M comienzan a girar mientras el portón trasero se cierra.
—Señores, máxima concentración en el salto —les recuerdo a todos mientras tomo asiento y me abrocho el cinturón.
El aparato acelera por la pista, el ruido de las aspas y el roce de los neumáticos contra el asfalto hace la comunicación inviable, el avión comienza a tomar altura, el grupo guarda silencio, la presión dentro se estabiliza y desciende el ruido de los cuatro motores una vez alcanzamos la velocidad de crucero.
—Una hora diez minutos hasta el objetivo —informa el piloto por radio.
Al fondo de la bodega, la lancha rápida equipada con paracaídas que nos lanzarán cuando naveguemos hacia el estrecho de Ormuz garantiza nuestra huida.
El grupo esta de buen humor, nuevo trabajo, nueva paga. Pagar sus deudas no está entre las prioridades de la mayoría. Por mi parte rozo la ansiada jubilación con los dedos, a mis 45 años ya empiezo a ser demasiado mayor para estas cosas.
Retirarme a tomar el sol en el Caribe es mi próximo objetivo, nunca encuentro el momento idóneo para decirles a mis jefes que lo dejo, cuando notan que tomo ese camino me incrementan el sueldo hasta limites vergonzantes.
La luz verdosa dentro del aparato nos confiere a todos un aspecto lúgubre. El operativo de salto en comunicación con cabina será el encargado de darnos vía libre para comenzar.
—¡Yuri, esta semana paga doble! —bromea Martínez en alto.
Este, siempre alerta, roza con insistencia el filo de su cuchillo contra la piedra para afilar sonriendo al colombiano, el metódica sistema que emplea es algo que le viene bien al grupo, mantiene la moral y la atención de todos en máximos. Tenerlo de segundo al mando me permite delegar.
Smith, el norteamericano, está más callado de lo habitual, las miradas de reproche que se dedican él y Liam, el inglés que sirvió en las SAS, las fuerzas especiales británicas, no me dan buena espina. Algo se traen entre manos estos dos y la voz de la experiencia me dice que cuando lo descubra no me va a gustar.