Soy el último en saltar del avión. La luz de la luna facilita la tarea, los paracaídas de mis hombres se van desplegando ordenadamente allí abajo al llegar a la altitud crítica, mi cámara térmica no detecta a nadie sobre la cubierta del petrolero. El descenso es rápido, los acontecimientos inesperados. Uno de los paracaídas de mis hombres no se abre del todo, el descenso del soldado se vuelve errático, envolviéndolo entre el tejido sintético que debía frenar su caída, despliego mi paracaídas sin incidentes, frustrado por la imposibilidad de prestarle ayuda, estoy demasiado elevado. El primero en llegar al objetivo es el hombre envuelto en el paracaídas, su cuerpo impacta con violencia contra la superficie metálica del navío, el golpe es mortal de necesidad. Estiro con fuerza las correas y acelero el descenso. El éxito de la misión comprometido, mi reputación en entredicho. El resto de mis hombres aterrizan sin incidentes sobre el navío, el último en posarme sobre la estructura flotante de metal soy yo.
Observo las inmediaciones tras la verdosa luz del visor nocturno acoplado al casco. Recoger el paracaídas y hacerlo un ovillo un acto reflejo. Desabrocharme la mochila y colocarla junto a las de mi equipo algo que tenemos bien ensayado.
El resto del comando se reúne alrededor del cadáver del compañero. Los veteranos aguardan en formación apuntando con sus armas las inmediaciones. La cubierta del inmenso petrolero continúa desierta.
Aparto el paracaídas que envuelve al soldado. Me cuesta reconocer a Liam, la cabeza y el pecho le han estallado tras el brutal impacto, su rostro desfigurado es una mezcla del cerebro y carne sanguinolenta. Brazos y piernas partidos en mil pedazos en una postura imposible.
Smith, encargado de los paracaídas mira el cuerpo sin vida del ingles con una sonrisa burlona dibujada en el rostro. La voz de la experiencia que me alertó sobre estos dos suena de nuevo con fuerza en mi interior, el accidente no ha sido tal. La expresión en el rostro del americano contemplando el cadáver de su compañero no hace sino confirmar mis sospechas.
Desenfundo mi Glock y apuntándole al pecho aprieto dos veces el gatillo sin dudar.
Los años de experiencia actúan en mi nombre, cuando alguno de los integrantes de los grupos que comando pierde la cabeza, me encargo personalmente de él.
El americano cae de espaldas, me mira incrédulo desde el suelo cuando me aproximo. Le apunto a la cara y vuelvo a disparar dos veces.
—¡Tanque, los plomos! —ordeno levantando la mirada hacía el Afgano.
El corpulento soldado se aproxima a la carrera. Encargado de recoger la munición y armas de los que caen en combate, coloca los pesos de plomo en los tobillos de ambas bajas. Arrojaremos sus cuerpos a las profundidades del mar una vez nos hagamos con el control del barco. No dejar pruebas que puedan incriminarnos es prioritario. Inidentificables, irrepatriables, soldados de fortuna sin identidad ni nación al servicio del mejor postor. Vidas en las sombras contratados para sembrar el caos.
—Cambio de planes —susurro al equipo hablándole al micrófono —Por culpa de estos dos y sus estupideces hemos perdido uno de los equipos —indico señalando los cuerpos sin vida —vosotros dos tendréis que encargaros de sus zonas —les digo mirando a mi segundo al mando y al francés. Estos asienten con la cabeza sin pronunciar palabra.
—Los tipos de seguridad contratados por esta naviera van armados, el éxito de la misión radica en hacerse con el control del navío sin que ninguno de los tripulantes pueda hacer una llamada de emergencia. —concluyo.
Nos dividimos en grupos de dos como viene siendo habitual en este tipo de operaciones, la perdida de dos efectivos lo complica todo un poco más si cabe. Eliminar a Smith algo que me pedía mi voz interior, si le hubiese hecho caso antes quizá Liam todavía seguiría con vida.
Las sombras que dibuja la luz de la luna sobre la cubierta hacen que camine despacio, el silenciador del fusil amortiguara el sonido de las detonaciones, no hemos venido a hacer prisioneros.
Los disparos de mis hombres se repiten en la distancia amortiguados por el sonido de las olas y el viento.
—Despejado —susurra Yuri por radio.
Las olas golpean el casco del buque en rítmicos intervalos, la brisa marina acaricia mi rostro, invade mis fosas nasales con su intenso aroma a salitre. Avanzo sobre la cubierta del petrolero con todos los sentidos alerta, al fondo, la inmensa cabina del capitán se eleva imponente. Hacernos con el control del navío y de las comunicaciones objetivo prioritario.
Mis hombres cumplen con su trabajo de forma metódica, recorriendo cada centímetro del navío y eliminando a todo aquel con el que nos vamos encontrando. Un último disparo en la cabeza de cada tripulante es la manera que tenemos de cerciorarnos de no dejar cabos sueltos. Entre la tripulación y la seguridad no son más de veinte individuos. El factor sorpresa y la oscuridad nuestras mejores bazas.
—Despejado —confirma el colombiano por radio, junto con uno de los Afganos es el encargado de la sala de máquinas.
Los susurros de unos y otros se suceden por radio mientras avanzo por las entrañas de metal del buque, el sistema de comunicación integrado en el casco marca la diferencia en este tipo de misiones. Los casquillos de bala rebotan sobre el piso al deshacernos de los tres cocineros. Nicolás me sigue los pasos, el nigeriano apunta a los tipos a la cabeza y dispara sin dudar. Dejamos atrás los cuerpos sin vida sobre el mobiliario de cocina. La imagen a nuestro paso es la de una operación militar quirúrgica. No utilizar más de los recursos necesarios economía de guerra. Profesionales con la suficiente sangre fría para quitarles la vida a todos aquellos que sea necesario con los recursos mínimos.