Capítulo 1 – SMS Dresden
Capítulo 1 – SMS Dresden
Mientras tanto, en su carrera de huída, el Dresden jugaba a las escondidas con los británicos entre los fiordos del sur chileno.
En el barco la actividad pasaba por etapas de intenso trabajo, todo el mundo estaba ocupado en algo, eso ayudaba a mantener la nave a flote y a la tripulación psicológicamente sana. Dentro de ese ir y venir faltaba el tiempo para reflexionar, lo que era bueno para la tripulación pero malo para los comandos.
El capitán Lüdecke, ya repuesto, mantenía toda aquella parafernalia en marcha, dejando al teniente Canaris el tiempo de reflexión que tanto apreciaba y la libertad visitar a la pasajera, con la que disfrutaba platicar.
- Permiso - pidió cortésmente en la puerta del camarote donde tenían alojada a Sofía.
- Adelante Teniente, por favor - invitó ella amablemente.
- ¿Se encuentra mejor? ¿Me permite? - preguntó mientras se sentaba en la única silla disponible. Ella estaba sentada en la cama.
- Por favor. – aceptó ella, indicando la silla y estirando con la mano una inexistente arruga de la falda – Sí, sí estoy bien, gracias por sus cuidados señor –
- Me alegra, ¿Podre ahora preguntarle algunas cosas que desearía saber? –
- Sí señor, ¿Cómo negarme? – Contestó humildemente, con un tono tan sensual como le fue posible.
- Gracias. Con el marino que la trajo a bordo (proveniente del Scharnhorst, buque insignia de la flota alemana, que había abordado en Valparaíso) me hicieron,…nos hicieron, llegar órdenes claras y precisas sobre cómo comportarnos con usted, en eso no hay dudas – Empezó explicándose. – Pero, como usted no estaba en condiciones de ser molestada, me tomé la libertad de leer los documentos que trajo –
Ella abrió los ojos y un momentáneo gesto de disgusto se le dibujo en la cara.
- No tengo instrucciones de “no tocar” esos documentos, solo de hacerlos llegar a Berlín con usted – se excusó – como sea, necesitaba tener alguna información adicional para saber cómo comportarme en caso de que la suerte no nos acompañe – concluyó, obviando mencionar que sus órdenes eran evitar que ella cayera en manos de los ingleses, a cualquier precio, y que ese “cualquier precio” era lo que lo tenía mal.
Más que un interrogatorio la entrevista transcurrió como una agradable conversación durante la cual Wilhelm pudo formarse una idea bastante satisfactoria.
Le quedaba claro que ella era efectivamente agente de los servicios de inteligencia del Reich y que había actuado siguiendo órdenes precisas, así como también estaba claro que no tenía una idea muy clara de los aspectos técnicos ni la verdadera importancia de la misión que le habían encomendado. En definitiva no tenia porque tenerlos, de hecho había cumplido perfectamente la misión sin ser capaz de explicar que era lo que estaba robando.
- Déjeme ver si entiendo bien, ¿Ustedes tomaron toda esta información junto con un prototipo de la máquina esa de un taller perdido en medio de las sierras de Córdoba mientras el inventor estaba ausente? –
- Así es – asintió ella.
- ¿Y no tiene idea de adonde se encontraba ese hombre? – preguntó retóricamente, pensando en lo útil que podría ser hablar con él.
- No, no he vuelto a saber de él desde la última vez, en Punta Arenas –
- ¿En Punta Arenas? ¿Dónde lo ha visto usted? –
- Aquí, en el barco, junto a mi padre – Y calló por el triste recuerdo.
- ¿Cómo? – Preguntó Canaris sorprendido – ¿Quién era? –
- El doctor Marcos Álvarez – contestó ella.
Los días continuaron pasando con desesperante rapidez, cada uno que pasaba los acercaba más a la inevitable partida, debían abandonar el lugar tan pronto como fuera posible, antes de que los británicos los encontraran, porque si había algo que no podían pensar era que no lo harían. Más tarde o más temprano unas columnas de humo se dibujarían en el horizonte de la bahía y entonces deberían enfrentárseles.
Mientras tanto la vida continuaba y las tareas meticulosamente planificadas, se cumplían una a una, sus vidas dependían de ello.
Así las piezas dañadas por el esfuerzo de la huída de Malvinas fueron retiradas y llevadas a reparar a Puerto Montt mediante una aceitada tarea de logística que tenía por objeto mantener el secreto de la ubicación de la nave. La operación había sido idea de un tal Pagels, destacado miembro de la colonia alemana chilena, de cuya colaboración dependían y a quien tanto le debían. Sin su ayuda seguramente ya estarían en el fondo del mar.
Las piezas dañadas fueron acomodadas en la lancha a vapor del Dresden y llevadas hasta la isla Guar, donde se las transfirió a la goleta Elfeide, propiedad de Pagels, al mando del capitán Schindling, quien las llevo a Puerto Montt.
En una pausa del trabajo, cuando las primeras sombras del atardecer comenzaban a oscurecer los cercanos montes, el capitán Lüdecke y Wilhelm Canaris conversaban sobre los diversos temas del día fumando sus pipas mientras miraban el cerrado horizonte.
- Mañana llegaran las piezas reparadas y, con un poco de suerte, pasado mañana ya estaremos en condiciones de dejar este agradable refugio –
- Han sido unas buenas vacaciones…– sonrieron los dos.
- Pero todo lo bueno acaba pronto…–
- Así es señor. ¿Tiene previsto donde conseguiremos el combustible necesario para la carrera (1)? –
- No, aun no he logrado comunicarme con el almirantazgo ni lo haré hasta que estemos en condiciones de defendernos. Si los Ingleses descubrieran nuestro escondite estaríamos perdidos -
- ¿Entonces mantenemos el plan de salir a la mar rumbo a Valparaíso? –
- Mientras no reciba órdenes en contrario…–
- ¿Y qué haremos con la “señorita y su equipaje”? –
- Lindo problema tenemos allí. ¿Usted que sugiere? –
- Pues, el conde nos ordenó llevarla a Berlín…–
- Cosa que nosotros deseamos más que nada en el mundo, pero para eso debemos llegar allí primero ¿No cree? –
- Sí señor, eso es imprescindible –
- Y bastante difícil, por lo menos en nuestra situación actual. No ignora lo incierto de nuestro destino, si podemos hacer la carrera de los veleros llegaremos a África en unas semanas, pero hasta que eso pase estaremos solos en medio del Pacifico a merced de nuestros enemigos –
- Por eso he estado pensando…que quizás deberíamos aprovechar la primera oportunidad que se nos presentara para trasbordar la mujer a algún carguero que la pudiera acercar a la patria –
- ¿Y los documentos? –
- Creo que sería peligroso confiárselos a ella, supongo que el servicio secreto británico la estará buscando, no me parece que ella pueda decir mucho sobre lo que ha robado, pero si le encuentran los papeles…–
- ¿Tan importantes son esos papeles? ¿Los ha estudiado usted? –
- Sí señor. No tengo los conocimientos necesarios para terminar de comprenderlos, pero seguro que son muy importantes –
- ¿Entonces? –
- Creo que deberíamos dejarlos aquí, en algún lugar, hasta que sea seguro recuperarlos para enviarlos a Alemania –