2. Oscuros: El poder del olvido

17- Medallón

 

 

 

 

 

 

—¡Ni lo...

La joven bruja no pudo seguir con su oración, ya que de un momento para otro, Alex y Alondra se encontraban rodeados de mundanos y, por supuesto, alguno que otro demonio que caminaba entre ellos.

—Qué asco —comentó Alex.

En un dos por tres, Alex se encontró solo, o al menos eso era lo que él creía, puesto que desde las sombras salió un demonio corriente para atacar. Alex, solo alzó su espada y el demonio cayó explotando. El demonio estalló en una lluvia de icor y entrañas.

Alexander retiró la daga que sujetaba, pero era demasiado tarde. El viscoso ácido de la sangre del demonio ya había empezado a corroer la brillante hoja. Alex soltó una maldición y lanzó el arma lejos; esta cayó sobre un sucio charco y comenzó a humear como una cerilla recién apagada. El demonio, por supuesto, había desaparecido, expirado de nuevo al mundo infernal del que había venido, aunque no sin dejar asquerosos restos tras él.
    
—¡Alondra! —gritó dándose la vuelta—. ¿Dónde estás? ¿Has visto eso? ¡Lo he matado de un golpe! No está nada mal, ¿verdad?
    
Pero no hubo respuesta a la pregunta de Alex; su compañera de respuestas humanas se había parado detrás de él en una calle húmeda y torcida unos momentos antes, guardándole las espaldas, Alex era positivo, pero ahora estaba solo en las sombras. Frunció el ceño con disgusto, era mucho menos divertido sin enseñarle a la bruja lo que tenía que enseñarle. Miro hacia atrás, hacia donde la calle se estrechaba y formaba un pasaje que acababa a lo lejos en la oscura agua palpitante de un bonito río. A través de la brecha se podía ver las oscuras siluetas de barcos atracados, un bosque de postes como un huerto sin hojas.

Mirando arriba y abajo de la calle vacía, se frotó la manga de su abrigo por la cara, tratando de limpiarse el icor que le picaba y le quemaba la piel. La tela se tiñó de verde y negro. También tenía un corte en el dorso de la mano, un corte feo. Le iría bien una runa curativa. Una de las de Camille preferiblemente. Ella era especialmente buena enfermera. Esperaba que su hermana nunca se enterara de aquello, pero él tenía que aceptarlo: ella era una de las mejores.
    
Una silueta se desprendió de las sombras y se acerco a Alex. Empezó a andar hacia adelante, pero luego se paro. No era Alondra, sino más bien un detective mundano que llevaba un sombrero marrón bastante peculiar, un pesado abrigo y una expresión de desconcierto. Se quedo mirando al ángel, o más bien a través de él. Por muy acostumbrado que Alex estuviera a su invisibilidad, siempre era raro ver como miraban a través de ti, como si no estuvieras allí. Alex sintió el repentino impulso de hacerse con la porra del policía y observarlo mientras el hombre miraba a su alrededor, tratando de averiguar donde había ido, pero Alondra lo había regañado las pocas veces que lo había hecho anteriormente y mientras él no podía comprender realmente las objeciones de la bruja a todo, no valía la pena hacerla enfadar.
    
Encogiéndose de hombros, el detective paso de largo al ángel, sacudiendo la cabeza y murmurando algo en voz baja acerca de dejar el vodka antes de empezar a ver cosas.  Alex se hizo a un lado para dejar pasar al hombre, luego lanzó un grito:
    
—¡Alondra! ¡Alondra! ¿Donde estás, bruja desleal?
   
 Esta vez obtuvo una débil respuesta.
    
—Por aquí. Sigue la luz de mi alma, cariño.

Alex rodó los ojos ante la ridiculez que se desprendió de los labios de la bruja.

El ángel se movió hacia donde sonaba la voz de Alondra. Parecía venir de una oscura abertura entre dos almacenes, un débil resplandor era visible entre las sombras, como la luz de una bola brillante.

  —¿Estas sangrando, que ha pasado? —El ángel agitó la mano con gesto despreocupado hacia Alondra.

—No es mi sangre. —Volvió la cabeza hacia el callejón detrás de él—. Es la suya.

Alex miró más allá de su compañera, en las sombras más densas del callejón. En el rincón más alejado había una forma hecha un ovillo, como una sombra en la oscuridad, pero cuando el ángel miró de cerca, podía distinguir la forma de una mano pálida y un mechón de pelo pelirrojo.
    
—¿Una mujer muerta? —preguntó Alex—. ¿Mundana?
    
—Una niña, en realidad. No más de trece años.
    
En ese momento, Alex maldijo a todo volumen y sin miramientos. Alondra esperó pacientemente a que acabara.
    
—Si hubiéramos aparecido un poco antes, —dijo Alex finalmente—. Este maldito demonio.
    
—Eso es lo curioso. No creo que este sea un trabajo del demonio. —Alondra frunció el ceño. 

Alex no podía creer con facilidad lo que salió de los labios de la bruja, ¿quién más podría acabar con la vida de los seres humanos?, pensó el ángel.

—¿Y qué es lo que pensas que fue?

Alondra lo supo de inmediato, ella estaba segura de que se trataba de un Oscuro, aunque también podría haber sido un hechicero o un brujo.

—Una especie de ser supremo que ustedes no están listos para reconocer. 

Alexander sintió el temor en ese momento, él no sabía lo que pudo haber acabado con la vida de una simple mundana. No era lógico que un ser supremo acechara la vida de unos pobres seres humanos que no se saben defender. 

—Lo que sea que no me quieras decir aún sigue con nosotros, no se ha marchado... —respondió el joven ángel mientras miraba a la bruja con desconcierto—. ¡Tenemos que salir de aquí!

Un fuerte estruendo se escuchó cerca de la zona y ambos supieron que era tiempo de correr.

Alexander y Alondra caminaron con rapidez absoluta, sus pies se movían demasiado rápido, ya que tenían que llegar lo más rápido posible a la enfermería para hacer entregarle el medallón a Jane. Comenzaron a correr, cuando Alex abrió la puerta y oyó lo que su hermana estaba diciendo la joven Alondra negó con la cabeza, parecía estar ocultando algo, pero nadie lo sabía. Simplemente se podía notar el miedo en el aire, aquello era algo imposible de entender o explicar, pero simplemente es lo que se estaba sintiendo en el aire, al igual que un extraño aroma a sangre y muerte. Ese es el olor que corría por el aire.




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