Girando un bolígrafo táctil en su mano, Nacho pensaba en su hija y en el desconocido que le salvó la vida. Desde la marcha de su esposa, Anabella lo culpaba inconscientemente, le costaba sonreír con él y en parte la culpa era suya, pasaba demasiado tiempo en el trabajo.
— Presidente. — Una voz tosca lo llamó dando un golpe en la mesa y Nacho reaccionó. Las siete personas que ocupaban con él la sala de reuniones lo miraban y Nacho se incorporó del respaldo de la silla.
— ¿Se encuentra bien? — Le preguntó una mujer sentada a su lado.
Un hombre de pie junto a una pantalla asintió y opinó.
— Se ha visto distraído toda la mañana. Podemos dejar la reunión para más tarde si lo prefiere. — Sus compañeros asistieron a favor de dejar descansar al presidente y Nacho se opuso.
— Estoy bien. Solo algo distraído. — Habló Nacho e hizo una pausa mientras miraba la pequeña pantalla de una tablet que tenía delante de él en la mesa. — Quiero realizar algunos cambios… — Dio la vuelta al bolígrafo y les mostró dichos ajustes en la pantalla grande.
— Perdón por recordarlo, pero la fecha de salida es de un mes y todavía tenemos muchas cosas en las que trabajar. — Dijo Jon, el hombre de pie junto a la pantalla de televisión.
— ¿Dices que los cambios no son buenos o que no quieres trabajar de más? — Le preguntó Nacho enlazando sus dedos y Jon se quedó callado. Nacho miró a todos en general y se dirigió a ellos. — Hagamos los nuevos ajustes y si es necesario corregiré la fecha de salida. — Soltó sus manos y utilizó el bolígrafo en la tablet para exponer sus nuevas ideas a raíz de las críticas constructivas que Ezequiel le hizo anoche mientras jugaba.
Jon volvió a ocupar su silla y miró a su jefe sin estar demasiado de acuerdo.
— Buen trabajo a todos. — Animó Nacho a su equipo cuando se levantó de la mesa y caminó hacia la puerta.
— Presidente. — Lo llamó una chica que se acercó con una tablet en la mano. — Me gustan los cambios que ha sugerido, pero, ¿cómo se le han ocurrido?
Salieron de la sala y se pararon en una zona común.
— He tenido ayuda. — Contestó Nacho sincero y la mandó a trabajar dándole una palmada en el brazo. — Confío en ti. — Caminó entonces hasta su oficina a un costado de la sala común y Jon se paró al lado de la chica.
— ¿De quién ha tenido ayuda si ninguno de nosotros lo ha hecho? — Desconfió y Salma lo miró.
— Dios, estás molesto por no haberte llevado el mérito y los elogios del jefe en está ocasión. — Lo descubrió Salma y Jon arrugó el entrecejo cuando oyó las risas de los demás compañeros que salían de la sala de reuniones.
— Poneos a trabajar. — Les ladró Jon de camino a su mesa y Salma sonrió yendo hasta la suya.
En su oficina, Nacho se sentó delante de tres pantallas de ordenador y cogió unas gafas que estaban encima del teclado. Inconscientemente, volvió a pensar en Ezequiel y sonrió poniéndose las gafas para trabajar.
Anabella recorrió toda su casa con la mochila del colegio en la espalda y terminó en la cocina, donde Charo, la mujer del servicio más mayor, preparaba la cena de esa noche.
— ¿Dónde está? — Preguntó Anabella y la cocinera la miró pelando unas zanahorias.
— ¿Qué está buscando, señorita Ana? — Le preguntó Charo.
— Pensé que Ezequiel estaría en casa cuando regresara del colegio. — Dijo Anabella y la cocinera pensó en el invitado que llegó la noche anterior con ellos.
— Se refiere a ese chico. Él se fue está mañana después de que usted salió hacia el colegio. Ni siquiera desayunó. — Habló y Anabella se acercó más a Charo.
— ¿Dijo si iba a regresar? — Preguntó y Charo negó sin saberlo.
— Eso tendrá que preguntárselo a su padre para saberlo. — Le contestó Charo. Anabella hizo hocico y regresó por donde había venido. Charo sonrió y cortó la zanahoria por la mitad para echarla en la sopa que preparaba.
Anabella tiró su mochila en el suelo de su habitación y se tumbó boca abajo en la cama, en la mesita de noche tenía una fotografía de ella con su mamá y la miró. Su mamá siempre la abrazó con amor, hasta que un día regresó del colegio y ya no estaba, se había ido.
— ¿Quiere bajar a merendar? — Le preguntó Paloma parándose en la puerta cuando pasó por el pasillo.
— ¡No quiero! — Gritó Anabella que se bajó de la cama y fue a cerrar la puerta de un portazo.
— ¡Señorita! — La llamó Paloma y golpeó la puerta desde fuera. — Ya sabe que su padre no quiere que cierre la puerta. — La regañó y Anabella lloró sentada en el suelo junto a la puerta. — Señorita… — Paloma dejó de tocar al escucharla llorar.
— ¿Otra vez? — Preguntó Eva, la otra chica del servicio, que se paró en las escaleras y Paloma asintió.
Nacho cogió en brazos a su hijo Leo cuando llegó a la casa.
— ¿Y Anabella? — Preguntó por su hija mayor.
— Ha estado encerrada en su habitación desde que llegó del colegio, apenas hemos conseguido que dejara la puerta abierta. — Respondió Paloma junto a Eva, las dos con sus cosas en las manos para irse a casa. Nacho miró escaleras arriba.
— Tampoco ha cenado. — Informó Eva y Nacho asintió a las dos mujeres del servicio.
— Cada día la misma historia. De acuerdo… podéis iros a casa. — Las despidió Nacho y miró a Leo de camino a las escaleras.
Paloma y Eva se miraron y se dirigieron hacia la puerta, dejando en la residencia a Nacho con sus dos hijos.
Anabella estaba tumbada en su cama en posición fetal y mirando la fotografía con su madre cuando su padre entró en la habitación.