Miércoles, 11 de julio de 2018
23:17 h.
Nacho piensa en su hijo mientras conduce por la AP-7 dirección Málaga a la altura del Higuerón. Se pregunta cómo estará y qué estará haciendo. Es ya tarde y por la edad que tiene, 6 años, debería estar acostado en cama descansando.
Raúl, así se llama su hijo, ya va al colegio. Cursa primer año de educación primaria y aunque no es un curso exigente para él Nacho le sermonea siempre que lo mejor es ir descansado para disfrutar más de la experiencia de estar en el colegio con sus compañeros y con los profesores. Aunque su madre comparte un criterio general de parentalidad con estilos educativos similares, no es igual de exigente a la hora de seguir rutinas y de aplicar normas disciplinarias mostrándose casi siempre más laxa, permitiendo más caprichos de la cuenta al niño y, en su opinión, realizando una pobre supervisión general del menor dejando que este haga su voluntad las más de las veces en un proceso que Nacho teme acabe convirtiendo al niño en un pequeño déspota, algo de lo que luego se arrepentirán cuando el niño alcance la pubertad.
Nacho se apuesta consigo mismo a que el niño estará en su cama pegado al móvil jugando al Clash Royale o al Score Hero, viendo vídeos en Youtube de sus Youtubers favoritos o vete tú a saber qué contenidos inadecuados para un niño de su edad.
Nacho nota como la ira le sube desde las entrañas y antes de que pueda hacerle perder la cabeza aparta los pensamientos poniendo en práctica las técnicas cognitivas que los profesionales le han enseñado.
Nacho y Elena llevan cinco años separados. No viven precisamente una separación cordial sino más bien altamente conflictiva, en una guerra cruenta y enconada que ya dura más de lo que cualquiera podría aguantar, con demasiada gente involucrada en un circo de tres pistas compuesto de familiares, procuradores, abogados, peritos, y jueces que aportan todos su opinión y su juicio en un proceso que no llega a originar soluciones definitivas del agrado de todas las partes, con un menor que ve como sus padres se pelean y discuten por su custodia, con el peligro que ello puede tener para su desarrollo personal y su autoestima.
Nacho experimenta de nuevo las burbujas de la ira flotando hacia la superficie y de nuevo ha de esforzarse por detenerlas.
Nacho está así prácticamente todo el día sumido en una lucha interior que amenaza con consumirlo.
Pero ahora está mejor, mucho mejor. Ha aprendido a manejar su ira, a transformar su odio en sentimientos más manejables, prácticos y beneficiosos para él.
Nacho perdió la batalla reclamando la Custodia Compartida y un juez decidió en sentencia otorgarle un régimen de visitas estándar que, debido a la distancia de las residencias de los padres (ella se mudó a Almería, llevándose con ella a su hijo), queda restringida a un fin de semana con pernocta cada quince días, visitas que no puede siempre cumplir supeditadas al estado de humor de la madre que conforme le conviene las boicotea a su antojo, por lo que él ha denunciado a la espera de que se confirme fecha de la Vista, acumuladas ya cuatro denuncias en cuatro meses.
Nacho concentra su atención en su respiración atendiendo a sus sensaciones para permanecer en el presente, dejando que el agradable acto de conducir por una carretera desierta en una apacible noche de verano lo serene lo suficiente para disfrutar de un breve periodo de paz que lo alivie de las presiones del día.
El indicador de gasolina lleva más de veinticuatro horas encendido y Nacho decide que ha llegado el momento de dejar que la luz ámbar del chivato descanse de su cometido. Como hipnotizado, va leyendo las indicaciones en blanco con fondo azul que anuncian la salida de la gasolinera Repsol a menos de mil metros. Tamborilea con los dedos en el volante dejándose abstraer por la melodía de los coros de Feels like dying de Seether, tonada que el modo aleatorio de la Biblioteca de Música de su móvil ha querido regalarle.
Las plazas de surtidores están todas libres, eligiendo la más cercana a la Caja Nocturna, aproximándose a ella con una conducción suave hasta detenerse por completo estacionando el vehículo. Con gesto ágil acciona el freno de mano dando al contacto del coche para apagar el motor y extraer las llaves del coche. Se palmotea el bolsillo del pantalón para comprobar que lleva encima la cartera y con gesto distraído coge el móvil mientras sale del coche para aproximarse a la Caja.
Son más de las once de la noche y la Estación de Servicio presenta una estampa solitaria, vacía de vida. Las luces anaranjadas de su sistema de iluminación situado en las marquesinas con forma de pirámide invertida dan la extraña impresión de que camina sumergido en agua en el interior de una pecera.
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Editado: 25.09.2018