Raquel estaba parada, inmóvil, inexpresiva en medio de su habitación del departamento de la calle Güemes. Miraba el cuerpo muerto de su esposo, tendido boca arriba sobre la cama. Se miró las manos sin comprender que ellas habían sido las garras que con tanta presión apretaron ese cuello quebrado y roto. Saliendo de su ensimismamiento, se acercó lentamente, le acarició las piernas, se sentó a un costado y empezó a llorar. Tensa, angustiada, aproximó sus labios al oído, ya sordo, de Joaquín. En un intento desesperado por sacarse de encima toda la tristeza y la bronca que pesaba sobre ella, gritó:
- ¡Estúpido! Por tu culpa y la puta de tu secretaria mirá cómo terminamos. ¡Te odio!
Empujó el cuerpo hacía el lado derecho de la cama cual una bolsa inútil. El largo cabello rubio del cadáver (ahora amarronado por las manchas de sangre que lo teñían) cayó precipitadamente al suelo y dejó al descubierto el rostro pálido por la asfixia. Sintió un poco de impresión por el cuello que colgaba, roto, fuera de la cama aunque un gran sentimiento de asco se estaba apoderando de ella. La locura, producida por la humillación y la infamia que ella tanto había temido, podía más que la compasión. Fuera de quicio, tirándose de los pelos, pintando su rostro, más que manchando con la sangre del otro, con la propia, volvía a decirle, una y otra vez, repetitiva, con suaves susurros, con sus monstruosos labios pegados al oído, como llevando adelante un ritual en que el muerto aún pudiese oírla: “Te odio, te odio”.
Cansada de llorar y de hablarle, decidió apartarse de la cama para recoger las cosas que, por la brutal pelea, habían caído del bolso con el que pensaba huir a cualquier sitio que fuese lo más lejano posible de lo que alguna vez había llamado hogar.
Gracias a que su marido no tenía una gran estatura, pudo tapar por completo el cadáver con la sábana ensangrentada y así evitar la visión de aquel hombre falaz que, consideraba, le había arruinado la vida y la fantasía. Dirigiéndose hacia el baño, pasó por una mesa de luz en donde había fotos de vacaciones, fiestas y casamiento, que la mano nerviosa, pero, lentamente, fue dejando caer una por una. Al llegar frente al lavatorio, miró su rostro desquiciado, desabrido, desierto. Se clavó los ojos en la sonrisa macabra que se le había dibujado y, mecánicamente, autómata enajenado, se lavó la sangre que la empapaba. Sólo limpiar bien esa sangre en su piel importaba. Huiría, nadie la encontraría. No importaba lo sucio, la escena del crimen, no la encontrarían.
Finalizado su aseo, y viendo que su reloj pulsera marcaba casi las doce de la noche, guardó todo necesario para un largo viaje a la libertad mental. Llevaba su bolso, pulcramente vestida, con una camisa, un chaleco y una pollera pasando sus rodillas. Desde la puerta, se despidió dando un saludo al aire sin esperar respuestas y sin cerrar con llave.
En la puerta de calle, tomó, en seco, tres pastillas. Ansiolíticos. Pensó que la cantidad estaba bien para mantenerla en calma, aunque él médico le había dicho que sólo debía ingerir una cada doce horas. Las había dejado de tomar hacía más de tres meses para demostrarle a su esposo que no las necesitaba, así que quizás tres de un golpe anestesiarían lo contenido y reprimido en ese tiempo. Jamás comentó nada a Joaquín, pues la hubiese obligado a tomarlas aunque ella no quisiera; siempre igual, si ella estaba enferma, él exageraba los cuidados hasta el hartazgo para encubrir mentiras. Intentando sacar toda aquella ofuscación de su mente, se fue hacía su auto para salir lo antes posible de la odiosa y maldecida ciudad para desaparecer de todo lo que la acosaba, de los engaños, de los fantasmas.
Cuando entró en el coche vio que en el asiento del acompañante había una carpeta con una historia clínica registrada en un hospital psiquiátrico. Su nombre y sus apellidos figuraban allí. Apretó con fuerza el acelerador al mismo tiempo que arrojó la carpeta al aire, la cual se deshojó desperdigándose sobre la vereda. En el suelo se leía la última página:
Resumen del caso
Paciente: Serafina de Chelox, Raquel
Internada: el 12 de abril del año 1995 por intento de homicidio y agresión contra su esposo: Chelox, Joaquín.
Patología: frecuentes alucinaciones, grave alteración de la realidad, intento de homicidio inconsciente.
Alta médica: el día 22 de abril del 2000. Se cree totalmente curada. Período de medicación: 7 años.