Eran las doce del mediodía, ambos estaban atareados, el tinte de la charla había cambiado y se había tornado más avivada que hacia unas horas. La causa, sin duda, era que habían bebido cinco botellas de champagne. En el ambiente se sentían las consecuencias del alcohol: no quedaban palabras coherentes, los movimientos se habían vuelto toscos y torpes, las intenciones eran ambiguas lo que provocaba que todo se tornase confuso y conflictivo.
Joaquín, luego de brindar por décima vez, intentó besar impulsivamente a Raquel, quizás seducido por el dulce momento vivido o por el nivel de embriaguez, pero la respuesta de ella fue un fuerte cachetazo que le hizo girar la cara. Joaquín quedó congelado ante la reacción de Raquel, mientras que ella se despegó de un salto de su lado y se puso a llorar.
-¿Por qué esa reacción, Raquel?- dijo él apretándose la mejilla izquierda con una mano por el impacto recibido.
- ¡Sos un impertinente, pensás que soy una cualquiera! ¡No te voy a besar! Ustedes los hombres son todos iguales, buscan cualquier instante para aprovecharse - gritó desesperada tomando el frasco de pastillas de su cartera.
-¿Por qué me rechazas? ¿Cuál es la razón? - preguntó este absorto.- Ambos estamos solos.
- ...La razón... es que sos igual a mi ex-marido, sos muy parecido a él, me causa pavor besarte, me traes recuerdos horrendos.
- Puedo llegar a ser parecido en lo físico, pero no en la forma de actuar. – Respondió el joven acercándose y besándole la frente.
Raquel estaba confundida por el alcohol, sintió girar el mundo ante sus ojos y no negó la nueva invitación de Joaquín para apoyar su cabeza sobre las rodillas. Todo lo que estaba pasando era tan extraño, pero al mismo tiempo la tranquilizaba, le servía para desahogarse. Cerró los ojos, guardó las pastillas en su cartera. Nunca hubiese imaginado que iba a terminar contándole casi todo a un hombre que había conocido hacía unas pocas horas, a un extraño. Pero así se había dado, ese que la había intentado besar y al cual había rechazado, comenzaba a ser visto con gran ternura. Sintió que le estaba dando lo que hacía mucho tiempo no recibía de nadie: amor. Se arrepentía de haberlo golpeado aunque quizás se justificase por el caos vivido y el alcohol. Lo miró y reconoció que tenía que estar agradecida a ese hombre por intentar calmarla.
Entonces prefirió dejarse llevar por el silencio formado después de la charla de parentescos y, sin darse cuenta, acercó sus labios a los de él, como atraída por un imán, por una fuerza totalmente ajena a ella. Joaquín no vaciló y la envolvió en sus brazos. El beso se prolongó por varios minutos. Por fin, sus cuerpos estaban más juntos que nunca, hasta que impetuosamente se escuchó sonar la alarma del reloj de la pared. Joaquín la empujó al suelo, ella cayó. Allí, contempló, entre adolorida y aturdida, que el reloj, que sonaba sin descanso, seguía marcando las veintidós horas titilando frenéticamente. En el instante en que intentó reincorporarse, recibió un duro golpe en la nuca, sus ojos se cerraron y cayó desmayada.