24 Horas

El callejón

"El tiempo es relativo"

-Albert Einstein

La incomodidad provocada por el ardor en sus pechos y muslos volvía a hacer acto de presencia. Inhalaban por la nariz, exhalando el hirviente vapor por la boca cada vez que colocaban un pie en el suelo. Avanzando por aceras y callejones se acercaban cada vez más a su objetivo. Ambos se hallaban incómodos por lo recién ocurrido, estaban deseosos de que el otro hablara para poder soltar –o recibir- una disculpa. Así continuaron por los siguientes veinte minutos.

Los nombres de las calles en las esquinas pasaban, una tras otra. Nombres de próceres, mártires e incluso de las mascotas de estos. Ninguno se detuvo a burlarse de aquella época del país, ni siquiera cuando se detuvieron en Pedro el Gato al 700 para orientarse. Finalmente decidieron continuar por los estrechos callejones del barrio, volviendo a ignorar los saqueos e incendios, inmersos en su propio mundo.

Mauro aprovechó el distanciamiento verbal para recordarlas. Levantando su mirada hacia el cielo, donde los rayos de sol atravesaban las nubes, pudo recordar aquella vez que llevó a sus niñas a los juegos luego de ir al cine, donde se sorprendió al ver como ambas pudieron ganar un nivel en aquella maquina de baile. Era el más fácil, pero habían logrado algo que él jamás pudo hacer. En aquel momento se dio cuenta que aquellas pequeñas sabrían mucho más de lo que él jamás sabrá. Fue uno de los tantos momentos en los que pensó que el mundo era maravilloso. Luego recordó con nostalgia y hambre las enormes hamburguesas que comieron juntos, pues el modesto desayuno de esa mañana no poseía los nutrientes necesarios para soportar una caminata de tantos kilómetros.

Codeándose con los ladrillos de la pared a su derecha y los adoquines a su izquierda fue cuando su mente maquinó la idea de robar una moto, vehículo que sabía conducir con total comodidad, mas el miedo volvió a invadir sus intestinos, no quería que Benjamín acabase como aquella pobre madre.

El callejón se hacía eterno, ahorraba más de doscientos metros de trayecto, pero el hipotérmico manto de las paredes y los obesos abrigos incomodaban a los viajeros. Mauro miraba con tristeza como se desgastaban las mangas de su chaqueta, que antaño pertenecía a su padre. Benjamín solo se lamentaba por el desgaste de la suya, que tanto le costó comprar, habiendo ahorrado tres meses, noventa días en los que solo se alimentó a base de polenta casi caduca. El logo de L'Étranger bordado a mano en su brazo derecho resistía religiosamente los celosos arañazos de las paredes, denotando la calidad del producto.

—Alto —Pronunció Benjamín, deteniéndose en seco y asustando a su compañero

El armado solo arqueó un poco el cuello para divisar junto a su cabeza, tensionándose al ver un pequeño grupo de aquellas criaturas al otro lado del largo callejón. Volteó, y como un mal chiste pudo ver otro grupo, un poco más pequeño, vagando erráticamente por la calle trasera. Ambos temblaban, pero no podían hacer más que esperar y rezar en silencio a un inexistente ente y pedirle que no decidieran voltear hacia su dirección. Los segundos se hacían horas, la sangre en sus venas sonaba como ríos en un día de lluvia, sus parpados se oían viscosos y pesados, su respiración parecía la de un cerdo luchando por ser degollado y los latidos se sincronizaban como segunderos, retumbando en las paredes como si de tambores carnavalescos se tratase. El sudor frio nacía de sus frentes y se deslizaban por sus cejas hasta posarse cómodamente en los parpados inferiores, incomodando la vista con ese sucio ardor. Cada vez que un zombi gemía más fuerte que el resto sus espaldas se enderezaban con fuerza por el pavor que les daba ser descubierto, el sudor en sus pies les provocaba un frio casi hipotérmico. Los pequeños pasos de las patas de los insectos en algunos de los escondrijos de las paredes se hacía casi insoportable, recordando al masticar de un descortés obeso que degusta insanas cantidades de carne frita. El tiempo se había detenido para ambos, mucho deseaba Benjamín que la escopeta fuese real para poder volarse la cabeza, y Mauro mucho deseaba la habilidad de volar.

Finalmente este último logró divisar en el suelo, justo entre ellos, una pesada y redonda tapa metálica con trece agujeros que daban paso a las cloacas, camuflada por el gris del piso. Con un suave y sigiloso tacto en el hombro le informó a su compañero, quien en un inaudible susurró mencionó la imposibilidad de sacarla, Mauro solo ignoró esto a pesar de entender los movimientos de labios.

—¿Qué otra opción tenemos? Si nos ven, estamos muertos, Benjamín —Susurró con miedo a ser escuchado

—¿Sabes lo que pesan estas mierdas? Se necesitan al menos dos hombres y una palanca para levantarla, y el ruido es infernal, nuestra mejor opción es esperar —Respondióle con el mismo temeroso volumen

—¿Y qué pasa si nos ven? ¿eh? No somos el príncipe de Persia para escalar esto, y si lo hiciéramos, estaríamos acorralados en el techo. Las alcantarillas son nuestra mejor opción

—¿Te conoces la ruta de las cloacas? Pocas son las que atraviesan callejones como estos, por lo que deberíamos seguir la ruta sin atajos, y el agua pesando sobre nuestros pies solo nos cansaría más rápido

—Estamos cerca de la siguiente estación, un poco antes hay una calle en construcción, hasta hace unos días estaban colocando las cloacas, podremos hallar una salida ahí si no encontramos otro callejón desierto sobre el cual hacer ruido para salir

En la calle hacia la que se dirigían, uno se torció el tobillo intentando dar un perezoso paso, el suelo se levantó y lo abofeteó con fuerza en su mejilla izquierda. Inevitablemente sus ojos se posaron sobre la dupla. Advirtiendo su existencia el caníbal comenzó a gritar cacofónicamente, llamando la atención de sus compañeros, mucho me temo que los de la calle paralela también. Finalmente yacían acorralados, todos sus desesperados intentos por permanecer invisibles resultaron ser inútiles. Finalmente Benjamín se rindió ante el plan de su compañero.



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En el texto hay: zombies, psicologia, accion aventura

Editado: 26.01.2022

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