24 Horas

El luto

"¿Por qué apreté el gatillo?"

-Rihanna

La suave llovizna acariciaba toda estructura, todo cadáver que se posara en la ciudad. Aquellos, errantes y sin consciencia, vagaban enseñando sus heridas sin pudor alguno, ignorando en su totalidad el frío capaz de helar hasta los huesos de un husky cachorro.

El ardor en el hombro de Miguel cada vez se hacía más y más molesto, pero prefería no pensar en ello, porque pensar en esa herida sería imaginar a ese hotel, y hacerlo significa recordar a aquellas quienes mató.

Vagó por las frías calles en dirección al Mercado Central, divisando casi sin preocupar por los zombis que también arrastraban sus pies, removiendo cada tanto los aplastados rizos en su rostro. Él era más rápido en su caminar, y mientras no esté muy cerca, podría escapar con facilidad. Es algo a lo que rápidamente se hizo la idea, mas aun le costaba aceptar que su rutina jamás volvería, que jamás podría dibujar aquel comic ni enviarlo a una editorial, pero ya no quería pensar en eso porque pensar es volverse loco.

Caminó y caminó, temblando por el frio y adolorido tanto por la herida como por el peso cargado en su bolso, mirando al cielo en ocasiones preguntándose como estarán sus sobrinas a las cuales no había visto en mucho tiempo.

En aquella maltrecha casa de Términa, en una pequeña habitación al fondo de un largo pasillo que conectaba con el patio se hallaban las dos niñas junto a Emiliano, esperando por su madre.

—Voy a buscar a su mamá, escóndanse —Señaló mientras observó su celular.

Ambas tomaron escondite debajo de un pequeño montón de colchones, ignorando como podían el olor. Marta comenzaba a hacer pequeños ruidos intentando hablar mientras el policía se dirigía hacia el baño.

—Shh, Marta, tenemos que estar calladas.

Él se asomaba lento hacia el patio, cada paso parecía costar más que el anterior. Algo en su interior le indicaba que no iba a gustarle lo que vería, un mal presentimiento invadió su cuerpo erizando los pelos de su nuca y causando un leve cosquilleo en su hombros y columna vertebral. Su respiración se hacía más y más inestable, el vapor que salía de su boca era chocado por el de la siguiente respiración. Hacía demasiado calor debajo de su abrigo como para siquiera notar el frio llanto del mundo cayendo sobre su cabeza. El quejido celestial solo se difuminaba en sus pensamientos, en los que no paraba de preguntarse por qué se sentía así. Pronto lo descubriría y mucho me temo que nada le agradaría.

Sus ojos se abrieron fieramente, sus pupilas se contrajeron hasta casi invisibilizarse en el café de sus irises y su lengua sufría por saladas y frías puntadas en todos sus lados.

En el suelo posaba sin vida en un charco de sangre el cuerpo de aquella que hasta hacía pocos minutos era la madre de dos pequeñas, con un enorme agujero en su cabeza, con la mirada perdida y una mordida en su brazo. Él quiso vomitar y llorar, no sabía cómo reaccionar ante esto. Nadie sabría. Encontrarse a quien amas en el suelo nunca fue algo fácil de ver.

—¡¡Emiliano, ayúdame!! —Señaló la gorda cuñada de la difunta mientras la levantaba de los hombros— ¡¡Ayúdenme, Sofía está herida!! —Gritó con sollozos espasmos

—No... —Imposible le resultó terminar esa frase, la saliva bajaba a un ritmo tan irregular que parecía ahogarlo

Él enfundó su pistola y se acercó a pasos lentos hasta el cadáver, luego, sin decir ni una sola palabra se puso en cuclillas solo para observar su rostro. Entre lagrimas lo acarició preguntándose por qué fue tan inútil para protegerla. Sin pensarlo la arrancó de las manos de aquella obesa rubia solo para abrazarla con fuerza. No pudo evitarlo, y finalmente dejó que el llanto estallara.

La salmuera nacida de sus ojos se mezclaba con el agua nacida del propio cielo, como si acariciara su afligido rostro. Como si ella intentase decirle que no era su culpa.

—Perdón, perdón...

De a poco comenzaron a salir los familiares. Algunos tapándose la boca al ver la escena, otros comenzaron a llorar y su madre, quien ya había sufrido la muerte de un hijo, no pudo soportar la de otro más y simplemente se dejó caer.

—¡Marta, no! —Se oyó el grito de Daiya

La más pequeña corrió por el pasillo llamando a su madre, hasta encontrarse inevitablemente con aquella escena de gente amontonada. Tantas espaldas conocidas ahora le parecían tan extranjeras. Sin decir nada comenzó a asomarse, divisando el carmesí difuminándose en el suelo, moviéndose como pequeños ríos entre las grietas del cemento e incubándose en el lodo. Detrás suyo llegó la otra quien se le acercó por la espalda llamándola molesta. Finalmente ambas silenciaron al toparse con la muralla de espaldas.

—¿Qué pasó? ¿Y mi mamá? —Cuestionó aquella mayor

Todos voltearon para observarlas, y ellas, al moverse los familiares, lograron observar a su madre con un sangrante hueco en su mollera, abrazada con dolor por Emiliano, quien no podía frenar aquellas lagrimas con forma de mujer.

—¡¡Mami!! —Gritó Marta al observar la escena, sus ojos se salaron y de ellos brotaron más lagrimas

—¡¡Está bien!! ¡No mires! —Atentó Daiya tomándola de los hombros y obligándola a darse vuelta— ¡Mami está bien, mami está viva! ¡No mires! ¡No mires!

Nadie reaccionó. Los familiares solo las observaron como caminaban de regreso hasta aquella habitación. Daiya no podía creerlo. No quería creerlo, pero debía haberlo. Debía ser fuerte frente a su hermana.

Quería llorar más que nadie en este grisáceo mundo. Su pecho le dolía, sus ojos le ardían y sus piernas temblaban como si en su interior su alma se encontrase en un tifón oceánico. Pero no podía. Simplemente llevó abrazando a su hermana hasta aquella fría habitación, convenciéndola de que aún después de lo visto su madre todavía respiraba. Ambas sabían la verdad, pero una no quería aceptarlo, y la otra aun no podía comprenderlo.



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En el texto hay: zombies, psicologia, accion aventura

Editado: 26.01.2022

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