La noche caía sobre el campamento con un silencio inusual. La fogata crepitaba suavemente, proyectando sombras danzantes en los rostros del grupo. Nadie hablaba, cada uno procesando lo que Marshall y Eli habían contado sobre el laboratorio y los Divoks.
Fue Liria quien rompió el silencio primero.
—¿Y si los Divoks... no son realmente nuestros enemigos? —preguntó, mirando a la fogata—. ¿Y si solo están confundidos?
Tracy asintió lentamente.
—Si tienen conciencia... puede que solo estén sobreviviendo, como nosotros.
Marshall, que había estado tallando un palo sin mucho entusiasmo, levantó la vista.
—Lo que sea que sean, están en este mundo por culpa de humanos. Nosotros los creamos. Y eso significa que también es nuestra responsabilidad enfrentarlo… o entenderlo.
Meredith abrazaba a Milo con fuerza. Aunque era pequeña, entendía más de lo que los adultos creían.
—¿Y si podemos hablar con uno? —preguntó con timidez—. Como con otros animales. Milo me entiende.
Sam soltó una risa seca.
—No creo que sea tan fácil, Meredith. Algunos de esos bichos tienen garras del tamaño de tu cabeza.
—Pero no todos atacan sin razón —agregó Eli—. El video decía que desarrollaron una conciencia propia... eso no ocurre sin una chispa de humanidad.
Marshall se levantó.
—Mañana al amanecer quiero volver al laboratorio. Necesitamos más información. Y tal vez... tal vez haya algo o alguien allá abajo que aún viva.
Liria frunció el ceño.
—¿Y si es una trampa? ¿Y si hay más de esos experimentos sueltos?
—Entonces iremos preparados —dijo Tracy, poniéndose de pie también—. No podemos darnos el lujo de tener miedo ahora.
Marshall asintió y miró a cada uno con decisión.
—Tracy, Sam, ustedes se quedarán con los más jóvenes. Eli, tú vienes conmigo. Y esta vez, llevaremos linternas y suficiente equipo. Si algo sale mal... volveremos corriendo.
Meredith se acercó a Marshall, tomándolo de la mano.
—Prométeme que volverás.
Él se agachó, mirándola a los ojos.
—Lo prometo, pequeña.
Al Amanecer
El sol apenas se asomaba cuando Marshall y Eli se internaron nuevamente en el bosque. Esta vez, cargaban mochilas, linternas, cuerdas y radios improvisadas.
—¿Crees que haya más grabaciones? —preguntó Eli mientras apartaban ramas.
—Lo espero. Algo me dice que ese laboratorio es solo una pieza del rompecabezas.
Al llegar al agujero, descendieron con más cautela. Las luces aún parpadeaban, y el aire seguía oliendo a óxido y electricidad.
Pero algo era diferente.
Una de las puertas internas, que antes estaba cerrada, ahora estaba entreabierta.
Eli levantó la linterna.
—¿Eso estaba así antes?
Marshall negó con la cabeza.
—No.
Entraron con cuidado. El pasillo los llevó a una cámara más amplia, donde pantallas quebradas colgaban de las paredes. En el centro, una cápsula de contención aún activa burbujeaba con líquido verdoso.
Y dentro… una figura humanoide.
—Dios mío —murmuró Eli—. Está vivo.
La figura abrió lentamente los ojos. Eran de un azul brillante, inhumano, pero no había odio en su mirada… solo curiosidad.
Marshall se acercó al panel.
—El sujeto Z-21A… sigue con vida.
En ese instante, una voz robótica comenzó a reproducirse en los altavoces del techo:
"Transferencia cognitiva completa. Estado: Consciente. Sujeto muestra retención emocional. Comunicación: posible."
Marshall y Eli se miraron.
—¿Vamos a hablar con él? —susurró Eli.
Marshall respiró hondo.
—Sí. Si hay una oportunidad de entender todo esto... empieza ahora.
Mientras tanto, en el campamento…
Tracy se encargaba de revisar las provisiones. Sam vigilaba desde lo alto de una roca, su vista aguda entrenada para detectar cualquier movimiento entre los árboles. Liria, por su parte, estaba sentada junto a Meredith, intentando enseñarle a usar una pequeña honda hecha a mano.
—Sujétala con firmeza, así —dijo Liria, demostrando—. Y no apuntes a nada vivo, ¿de acuerdo?
—¿Ni siquiera a los Divoks? —preguntó Meredith con ojos grandes.
Liria suspiró.
—Solo si no hay otra opción.
Meredith asintió, lanzando una piedra que falló por varios metros.
—Ups… —rió nerviosa.
Tracy se les acercó, con una expresión seria.
—Tenemos menos comida de la que pensábamos. Si Marshall no regresa con algo útil, tendremos que hacer una expedición más larga.
—Podemos salir mañana temprano —ofreció Sam, bajando de su puesto—. Hacia la zona norte. No hemos explorado mucho allí.
—¿No es donde desapareció ese grupo que vimos en las marcas del árbol? —preguntó Liria, inquieta.
—Sí, pero si queremos sobrevivir, no tenemos muchas opciones —respondió Tracy.
De pronto, Milo se levantó de un salto, gruñendo en dirección al bosque.
—¿Qué pasa, chico? —preguntó Meredith, acariciando su lomo.
Todos se pusieron en alerta. Sam desenvainó su machete improvisado y Tracy cogió su arco.
—¡Liria, Meredith! ¡Atrás de la tienda, ahora! —ordenó Tracy.
—Hay algo ahí —murmuró Sam, entrecerrando los ojos.
Del bosque emergió una figura encapuchada, tambaleándose. Sus ropas estaban desgarradas y manchadas de barro. No parecía un Divok.
—¡Alto! ¡No des un paso más! —gritó Tracy, apuntando su arco.
La figura levantó las manos con dificultad.
—¡Por favor…! ¡No quiero hacerles daño! ¡Ayuda…!
Liria salió de detrás de la tienda con cautela, reconociendo la voz.
—¿Eres… humana?
La figura cayó de rodillas.
—Mi nombre es Soren. Escapé de uno de los complejos... estaban experimentando con nosotros… ¡con todos!
Tracy se acercó lentamente, sin bajar el arco.
—¿Qué sabes sobre los Divoks? ¿Trabajabas con Bio-Dynamoss?
Soren negó con la cabeza, desesperada.
—¡No! ¡Yo era una de las prisioneras! Fui parte de un “grupo de control”. Nos usaban como carnada… para probar sus reacciones.