3. Ibeth - Saga Beth

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-Si, aunque las malas lenguas dicen que solo se acercó a su mujer para concebir, desde que supo que está embarazada duerme todas las noches a la intemperie.

-Parece que está enferma.

-Mi prima Elsa, es muy débil.Bien recuerdo a su padre culpar a mi tia – lo miré sin entender nada – decía que habia traído al mundo a una muchacha fuerte pero que la convirtió en débil, ella se acomodó y no ha salido nunca de ese estado. Ahora, las malas lenguas dicen que está enferma y que morirá en el parto.

-Dios, que pena.

-Harold criará bien a su hijo y junto a Anne, estará mejor. Con lo que bebe el viejo no le quedará mucho.

 

Seguimos hablando durante la cena sobre las malas lenguas y la gente del pueblo. Una vez terminado de cenar las doncellas retiraron los platos y unas mujeres, que por las pocas ropas que llevaban imagine que eran las prostitutas, comenzaron un baile que era dedicado a mi marido. Eran cinco en total, pero una chica negra era la que le dedicaba el baile especialmente a Samuel, mirándole fijamente contoneaba sus caderas en un ritmo sensual. Los hombres miraban fascinados y Samuel estaba avergonzado pero tampoco quitaba ojo del espectáculo, yo, como no, al igual que las demás mujeres estábamos rojas de la ira.

-Majestad – habló la cabecilla – este es mi regalo de bodas.

-Pues para obtener un regalo así, no queremos ninguno – contesté yo provocando su humillación y las risas de todos.

-Mi Reina, no quería ofenderla – que falsa, pensé

-No te preocupes bonita, no me has ofendido, más bien me has provocado risa. La mia y la de todos los nobles.

-Majestad – ahora se dirigía a Samuel – ya sabe donde está mi habitación – le guiñó el ojo la muy puta.

-Por poco tiempo – me miró sin entender lo que quería decirle – por poco tiempo será tu habitación, ahora podéis marcharos, supongo que tanto baile os habrá cansado.

-Mi Rey, quería comunicaros mi estado de buena esperanza – todos nos quedamos blancos – llevo en mi vientre a su heredero Majestad.

Comencé a cerrar los puños y a apretarlos, de tal manera que los nudillos se me estaban poniendo rojos. Si fuera un día normal, a esa le había dado una paliza pero hoy era un día especial. Ella abandonó la sala con una sonrisa triunfante, los nobles comenzaron a marcharse murmullando entre ellos y yo seguía mirando por donde ellas se habían marchado.

Cuando nos quedamos solos Samuel en un ataque de furia tiró todo lo que había en la mesa, yo seguía en trance. No lo podía creer.

-Vas a tener un hijo con otra? – comencé a hablarle tranquilamente pero mi tono de voz fue aumentando – vas a tener un niño con una puta? – le grité

-No, mío no es, hace tres meses que no me acuesto con ella.

-Ahh, y como lo piensa demostrar Majestad? Piensas que ahora alguien te va a creer? Si no te creo ni yo misma.

-Fue un error que cometí antes de casarnos Ibeth.

-Un error que va a traer un niño al mundo, un niño que va a ser tu sombra y la ruptura de nuestro matrimonio. Llevamos tres días casados, tres días, y me entero que vas a ser padre de un niño con otra mujer – tiré el mantel y con ello me llevé todo de la mesa

-Lo siento, prometo demostrarte que no es mio.

-Más que lo vas a sentir Samuel, y más que lo vas a sentir.

Me fui a mi habitación, no la que compartía con él, sino la que era mia, la de la Reina. Me quité el vestido y eché el cerrojo a la puerta, no quería verlo ni mucho menos que esta noche fuera a dormir a mi lado.

No cabe decir que no dormí nada esa noche, solo un pensamiento cruzaba por mi cabeza. Me levanté antes que todas las doncellas y que todo el mundo empezara su día a día. Me puse mi traje de cabalgar y bajé despacio las escaleras. Cogí un caballo y di una vuelta por los alrededores del castillo. Una hora después volvía, todos habían empezado con su trabajo. Estaba amaneciendo y yo me fui al salón donde Samuel me dijo que desayunaríamos todas las mañanas.

-Donde están las prostitutas? – le pregunté a un guardia

-En sus habitaciones Majestad.

-Las quiero aquí en menos de lo que canta un gallo- asintió y se fue a por ellas.

Todas, las cinco aparecieron delante mia. Las cuatro parecían una pasar vergüenza ya que tenían la cabeza agachada, pero la otra no.

-Majestad, estaba descansando. Su marido anoche me dejó agotada.

-Mi marido anoche estuvo durmiendo a mi lado y ten cuidado como hablas del Rey.

-Seguro señora? – con sus palabras la duda comenzó a crecer en mi interior pero lo ignoré.

-Os he llamado para comunicaros que vais a abandonar el castillo.

-Pero Majestad – habló una – nunca nos hemos metido con su marido, solo aparecemos en las fiestas para aquellos que quieran estar con nosotras. Siempre hemos respetado lo que se nos ha impuesto.

-Menos ayer. Todo esto se lo agradecéis a vuestra amiga – señalé a la cabecilla – tenéis diez minutos para recoger vuestras cosas y salir fuera de estas tierras.




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