Entré dentro de la cabaña e intenté mil y unas veces encender el fuego. Fuera, comenzó a llover, ni el tiempo me acompañaba. Supongo que alguien debería buscarme y tuve la esperanza de que me encontrarían pero nada, la noche pasó y los dolores no cesaron. Debía amanecer pronto. Pronto, que bonita palabra. Me asomé por la puerta y comencé a gritar otra vez su nombre, el nombre de mi marido, el nombre del hombre al que amaba pero seguí sin recibir respuesta. El dolor, ahora multiplicado por mil me atravesó otra vez y caí de rodillas. Ahí bajo la lluvia torrencial, intenté levantarme y ponerme de cuclillas. Mi niño debía nacer, pedía nacer, por lo tanto, la mejor posición por lo que me había contado mi suegra, era de cuclillas. Comencé a pujar, una y otra vez. La contracción me volvía a atravesar y yo pujaba otra vez. Estaba mojada y mi hijo se mojaría también pero no era capaz de buscar la manta, de entrar dentro, no cuando noté su cabeza asomar. Volví a pujar y sin saber como lo hice, pero con la siguiente contracción tiré de mi hijo, tiré de él y lo coloqué para que saliera con la última contracción. Su llanto inundó todo el claro, la sangre de su cuerpo y de mi interior, fueron llevadas por el agua de lluvia. Lo tapé con la capa que tenía, tapé su cuerpo desnudo y con las pocas fuerzas que me quedaban entré dentro. Me dejé caer en la cama y le di de mamar. Si me preguntan cómo sabía todo aquello, no lo sabía. Supongo que fue el instinto maternal y el de supervivencia los que me hicieron darle de comer a mi hijo y mantenerlo junto a mi cuerpo caliente. Me quité la capa mojada y nos tapé con la manta áspera que se encontraba en aquella cama, para después taparnos con mi capa, aprovechando que la piel no había permitido mojarse por dentro y el pelo se secaría antes. Mi cabeza estaba mojada, aparté el pelo para que las gotas no fueran encima de mi hijo y me quedé dormida.
No sé el tiempo que dormí. Tuvieron que pasar horas, porque al despertarme, estaba amaneciendo otra vez. Los dos, tanto mi pequeño como yo estábamos ardiendo.Pensaba que era una alucinación o eso creí.Mi bebé tenía una mano de fuera, una mano que estaba siendo lamida por dos lobos grises y blancos. No sabía como cojones no estaba llorando. Estaba esperando el ataque de ellos, estaba esperando ser devorados por los lobos y comencé a gritar. Ellos se asustaron y se fueron de ahí, es decir que no tenían hambre. Caímos otra vez dormidos.
-Pero Ibeth, que cojones ha pasado – alguien estaba sacudiéndome.
-Samuel? – pregunté entre sueños.
-Soy yo. Por qué estás aquí? Por qué te has escapado.
Abrí los ojos y lo ví. Me llevaba en brazos hacia fuera, seguía lloviendo.
-El bebé – el asintió tranquilizándome – veo que no estás herido.
-No, pero tú y nuestro hijo podían haber muerto.
Me desperté en mi habitación. Estaba en casa. Estaba sudando, y una tos horrible hizo su aparición. Mi bebé estaba en la cuna, y los mismos lobos que vi en la cabaña se encontraban cada uno en un lado de esta. Comencé a gritar igual que loca, alertando así a los guardias que entraron con espada en mano.
-Lobos – grité – lobos.
-Señora, esos son los perros del Rey. Ellos os han encontrado.
-Qué sucede? – Samuel entró alarmado.
-La Reina se ha asustado de Lola y Pistón.
Samuel asintió y fue a acariciar la cabeza de cada uno de los perros que lo recibieron gustosamente.
-Son tus perros? – él asintió – ellos estuvieron en la cabaña.
-Por qué te fuiste?
-Tú concubina, aquella que tenía a tú hijo en su vientre me dijo que estabas herido y que te encontrabas en la cabaña. Me proporcionó dos caballos y una carroza. Cuando llegué ahí ya no había nadie pero tampoco pude volver ya que me puse de parto.
-Iré a hablar con ella pero dudo que sea eso. Te encontramos junto a un hombre que decía ser tú amante.
-Como?
-Había un hombre junto a ti.
-No sé de quién hablas Samuel, no tengo amantes.
-Me da que sí, que sabes de quién hablo.
Él se marchó y no volvió ese día y tampoco los días siguientes. La fiebre había cesado y la tos también, por lo que pude salir de la habitación con mi pequeño en brazos. Mi suegra se había marchado pero había dejado a nuestro cargo a Madeleine que se había enamorado. Cuando entré en la sala del desayuno ni ella ni Samuel contestaron a mi saludo, directamente me ignoraron.
-Cuando termines tu desayuno te espero en el salón del trono. – yo asentí y media hora después, dejé a mi bebé en su cuna y me marché.
-Qué sucede? – él me hizo con la mano, debía quedarme en el mismo sitio que estaba ese hombre.
-Lo reconoces? Él es tú amante, lo encontré junto a ti y a mi hijo en la cabaña.
-Juan? Qué haces aquí?
-He vuelto a por ti amor.