3. Ibeth - Saga Beth

15

Paso un mes desde aquel día y yo observaba a mi pequeña. Me negaba a creer que mi princesa tendrá un final tan trágico pero en el fondo de mi corazón algo me decía que nunca me hiciera ilusiones.

-Samuel, hijo – mi suegra entró gritando

-Está cazando, por que lloras?

Mi suegra se dejó caer en el sillón que hace unos segundos yo ocupaba.

-No ha sobrevivido al viaje, me lo avisaron pero no hice caso. Ha muerto.

Más tarde le dí una tila para que se fuera tranquilizando mientras Samuel llegaba.

-Le gustaban mucho las rosas – entró en la habitación donde se encontraba el ataúd y varias doncellas organizando todo – el mismo vestido que llevará a la tumba fue con el que quiso casarse – le pusieron uno dorado – dáselo a mi hijo – me entregó un sobre y en silencio se marchó de la estancia.

Cuando Samuel llegó de la cacería se encontró con todo lo sucedido. Después de abrazarle le entregué el sobre que directamente decidió tirar al fuego de la chimenea, sin leer siquiera.

-Todo lo que me tenía que haber dicho, lo pudo hacer en vida, no ahora.

-No debería haberse quitado la vida, la hubieras perdonado.

-Te equivocas, aparte de jugar con mi matrimonio, ha jugado con tu vida y la de nuestro hijo y eso no lo voy a perdonar.

Nos quedamos en silencio, no seguimos con la conversación. Así, en silencio, el que reinaba en todo el castillo, llegó el día. La enterraron en lo más alto de la colina y después Samuel le aconsejó al que fue el marido legítimo de Madeleine no guardar luto, su matrimonio nunca se había consumado.

Una semana después, en una cena normal en el salón de mi casa, Paula nos había dado una alegría. Por fin ella sería madre. Estaba feliz, radiante y yo me alegraba por ella ya que por fin las cosas se habían arreglado.

Al día siguiente ella misma fue la que entró en mi habitación.

-Se han ido – lloraba.

-Quiénes?

-Tú marido y el mio.

Corriendo subí a la torre y los veía a lo lejos marcharse. Hace un tiempo se escuchaban rumores de que varios nobles estaban dispuestos a traicionar al Rey pero en ningún momento se me informó de nada.

-Te juro que a tu vuelta te vas a enterrar Samuel – susurré

-Como no saliste a despedirlo?

-No sabía nada – mis ojos se llenaron de lágrimas también debido al enfado – dime que sabes.

-Mañana habrá una reunión con los cuatro lairds que están dispuestos a traicionaros, tú marido quiere sorprenderlos y despellejarlos vivos.

-Que quieren?

-La muerte de toda tu familia y el trono ocupado por un inglés que les ha prometido oro y tierras, aparte de recortarles el diezmo.

-Por qué no me habrá dicho nada?

-No lo sé, no puedo contestarte a eso.

A partir de ese momento me volví bastante inquieta. Un mal presentimiento rondaba en mi cabeza durante el largo del día. Por la noche decidí quedarme en el sillón de la habitación de los pequeños. No llegaba a ser ni media noche cuando Marian junto a Paula entraron en la habitación.

-Vamos señora – dijo la primera que se abalanzó sobre la cuna y cogió a la pequeña – debemos irnos pero no hay tiempo de explicaciones.

Desperté a Eros y le pedí silencio. Sujetándolo de la mano, salimos de su habitación e ignorando los gritos del salón nos dirigimos a un tapiz de Samuel que había en el pasillo. Mi amiga, mi doncella tocó una piedra y una puerta se hizo presente en la pared, dándonos paso a un túnel bastante iluminado.Primero pasé yo con los dos niños en brazos, luego Paula y por último Marian.

-Qué es esto?

-Un túnel Beth, debes seguir el camino hasta la salida.

Seguimos caminando varios minutos hasta que vimos un hombre. Me asusté tanto, pero Eros, mi pequeño, me tranquilizó al reconocer a su padre e ir corriendo hacia él.

-Necesito que os quedeís aquí – hablaba pero más bien la mirada no se la quitaba a Eros – nadie excepto James y vosotras conocemos este túnel.

-Qué sucede? – pregunté asustándome cada vez más.

-Luego te lo explicaré. Prometo venir a por vosotros, si alguien que no sea yo – volvió su mirada hacia nuestro hijo.

-Si no eres tú papá o James – mi marido asintió como incitándole a seguir, ignorando mi asombro – sacaré a mamá y al bebé de aquí. Nos iremos hacia el norte orientándonos por los musgos de los árboles y los hormigueros. Ahí estará esperando una carroza que nos llevará con la abuela.

-Muy bien hijo – le besó la frente – procurad manteneros en silencio.

Se marchó.

No podía decir exactamente cuanto tiempo había pasado, tampoco que sucedía fuera. Solo era consciente de que en ese lugar se escuchaba solamente nuestras respiraciones.Comenzamos a escuchar pasos.

-Mamá – el niño tiró de la falda de mi vestido – no es papá, vamos.

No quería creerlo pero al insistir tanto le hicimos caso y salimos al exterior. Mi pequeño hombrecito tiró de mi falda insistiendo en que debíamos correr. Durante un largo tramo de camino hacia el norte, según él nos indicaba, estuvimos corriendo sin parar y cuando vimos a lo lejos una carroza, Eros nos hizo la señal de que nos debíamos esconder. Marian salió al frente.




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