Me desperté esta mañana y bajé las escaleras con unos pantalones de cuero, una camisa blanca y una capa negra que me tapaba hasta las zapatillas. Era el vestuario para montar que mi madre me regaló cuando cumplí los diez años. Sí, ella fue la que me enseñó a montar mientras a mi hermana le enseñaban ser una Reina perfecta.
-Qué sucede? – le pregunté a la cocinera que estaba corriendo.
-Niña, el Rey está entrando en la aldea.
-El Rey? No había muerto hace un año?
-El nuevo Rey niña, los rumores dicen que viene a por su prometida.
-Pues como no sea tu hija o la del herrero. – ella se echó las manos a la cabeza
-O a por usted señora, que también está soltera.
-Mierda, es verdad.
-La boquita hermanita – Paula entró en el salón junto a su marido.
-Señora – ahora entró el guardia – el Rey está en las escaleras de su casa.
Salí seguida de mi hermana y cuñado que se quedaron un paso atrás. Aquel precioso hombre, fuerte, con unos bíceps que se marcaban en su camisa de lino. Cuyos ojos negros te atrapaban y seguramente sometían a más de una bajo sus órdenes. Cuyo pelo negro daban ganas de pasar las manos por él una y mil veces, acariciarlo, masajearlo, tocarlo, abrazarlo, besarlo, hacerlo mio.
Joder, que pensaba.
-Majestad – me incliné pero no me acerqué a él – a qué se debe el honor de su visita?
-Quizás debíamos tratar ese tema en la intimidad Princesa.
La verdad es que me extrañó su trato hacia mi, yo no era ninguna Princesa pero hice caso omiso y una vez que estaba a mi altura decidí ir junto a él y a mi hermana al despacho de mi padre. Los cuatro nos sentamos alrededor de la chimenea en los sillones que había.
Siendo tan temprano le pedí el desayuno a una doncella, y una vez servido el té con pastas y fruta comenzamos a comer.
-Ahora – dejé la taza de café en la mesita – que estamos en la intimidad, me gustaría saber a que se debe el honor de tenerlo en mi casa.
-Ante todo – miró a Paula – quería pedir disculpas por mis formas, era un niño y no estaba preparado para el matrimonio, aparte de que me enamoré de otra persona.
-Espero la haya conquistado Majestad – le sonrió falsamente – y que sean muy felices – joder si las miradas matasen, Paula había matado al Rey ahora mismo.
-Venía a cumplir el trato que nuestros difuntos padres hicieron hace muchos años, antes de nacer vosotras siquiera – ignoró a mi hermana – debo casarme con una McDouglas – me atraganté con mi propia saliva.
- Pero si la única McDouglas que queda soltera soy yo – estaba atóntita y enfadada – y por poco tiempo.
-Cierto Princesa, la boda se celebrará aquí en dos semanas.
-Haber – mi hermana me interrumpió
-Osea que mi hermanita es una roba maridos.
-Qué dices amargada? Sabes que yo me casaré el mes que viene con Juan, el hijo del herrero.
-No – el rey se levantó – te casarás conmigo en dos semanas. Es una orden.
-Nuestro padre hermanita – volvió a escupir veneno la víbora – nos enseñó que las ordenes del Rey siempre se aceptaban – se puso en pie y el calzonazos de su marido la imitó – por lo tanto mi más enhorabuena. Solo espero que no te abandone por la misma mujer que me abandonó a mi.
Salieron fuera los dos y nos dejaron solos.
-Quítate eso – señaló el anillo que Juan me había entregado hace un año cuando me pidió matrimonio – y toma, mi anillo. Es una orden. Solo espero que sigas siendo virgen y que hoy mismo dejes a ese muchacho.
-Es una orden también? – pregunté antes de verlo abandonar la sala
-Si hace falta si.
Ocupó mi casa a su antojo, mientras yo me quedaba de brazos cruzados, llorando. Viendo como mi vida había cambiado de un momento a otro. Pasaron un par de horas cuando decidí salir del despacho de mi padre y enfrentarme a todos.
Lo primero que hice fue buscar a Juan que estaba trabajando en la herrería junto a su padre. Su mirada se iluminó como la mia lo hacía cada vez que me acercaba,pero hoy no. Dejó la espada y se acercó a mi, su brazo fue a mi cintura y sus labios se juntaron con los mios. Quería introducir su lengua en mi boca como siempre lo habíamos hecho pero hoy no, hoy mis labios se mantuvieron cerrados. Unos brazos me rodearon y apartaron mientras él recibía un empujón y cuando miré, el tenía una espada en su cuello.
-Qué sucede aquí? – Samuel apareció, joder que hombre, su capa había desaparecido y había dejado ver el cuerpo fornido que poseía. – He preguntado que pasa aquí?
-Majestad – habló el guardia que tenía la espada apuntando el cuello de Juan – la estaba besando.
-Princesa – el tono de voz había cambiado, ahora era duro y autoritario – venga un segundo conmigo.
Cogí la mano que me tendía y me alejé un poco de la herrería.
-Ibeth, lo siento pero debe terminar o morir. Tú decides.