3. Ibeth - Saga Beth

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Él solo me abrazó, y aparte de sentirme protegida en sus brazos, me sentía muy pequeña. Me sentó en su regazo y yo apoyé la cabeza en su hombro.

-Eres una desgraciada, jugando con mi hijo. – la madre de Juan entró hecha una furia.

-Señora – el Rey la interrumpió y ella al reconocerlo no tuvo más remedio que inclinarse.

-Mi Rey, quiero denunciar ante usted la poca palabra que esta niñata tiene. Se iba a casar con mi hijo la siguiente luna llena y solo faltaba su vestido, pero lo ha abandonado.

-Señora – después de resoplar se acercó a ella – Ibeth debe cumplir el trato que su difunto padre y el mio firmaron hace muchos años.

-Lo, lo siento Majestad – comenzó a balbucear y después de pedirme perdón a mi se retiró.

-No tienes vestido de novia? – negué con la cabeza – entonces no estabas muy ilusionada con la boda, que digamos.

-No. Le quiero, es un buen muchacho pero dejé el vestido para el último momento, no sé el porqué.

-Eres consciente de que ahora deberás hacerte uno, no? – yo asentí – como quieres que sea tú boda?

-No quiero formalismos ni protocolo.

-Cierto, ya tendremos tiempo de eso cuando volvamos al castillo. Te parece bien invitar a toda la aldea y cenar fuera junto a ellos?

-Si, lo veo bien. Gracias

No sé el por qué le dí un abrazo, en ese momento mi cuerpo necesitaba dárselo y no lo ignoré.Puse mi cabeza en su hombro y un brazo suyo rodeó mi cintura y la otra mano la apoyó en mi cabeza.

-Que bonita estampa – Paula interrumpió este momento – hermanita, aquí están las costureras.

-De qué color será el vestido? – pregunté yo

-No se puede hablar de él delante del novio.

Pasaron dos semanas que se volvieron totalmente una locura.Utilicé el vestido de mi madre pero adaptándolo a mi cuerpo y a mis gustos. Era blanco y palabra de honor pero yo le añadí unas mangas blancas transparentes. Solo tuvieron que meter un poco los bajos de la enorme falda y les dejé bien claro que el cinturón de pedrería añadido al vestido que separaba la falda, no se tocaba.

No me puse velo, no soportaría ir con algo más grande que sobresalga del vestido y piense que me lo han pisado, aparte de lo que pesaba en mi cabeza. Solo cogí la tiara que mi madre utilizó en su boda y me la puse.

-Te están esperando fuera – el humor de Paula empeoró por días.

Junto a ella bajé las escaleras y ahí se encontraba Henry.

-No me va a llevar al altar.

-Ibeth, un hombre debe entregarte.

-El único hombre que me entregaría sería nuestro padre.

-Pero nuestro padre está muerto – alzó la voz

-Pues iré sola.

Seguí escuchando sus gritos pero decidí ignorarlos. Siempre soñé con el día de mi boda pero sobre todo con el momento junto a mi padre. Yo no fui nunca su ojito derecho, esa era Paula pero ahora entiendo el por qué, ella sería la Reina. Cuando fue rechazada, el carácter de mi padre cambió hacia ella, para mi siguió siendo el mismo, supongo que en el fondo la culpaba a ella por fracasar la unión con la familia real. En cambio yo fui el ojito derecho de mi madre y ella era distante y fría con Paula, aunque nunca sabré el por qué o eso pienso yo.

No entré en la capilla, hacía demasiado calor, pero sí me acerqué al altar improvisado que en el patio hicieron. Pusieron una mesa al final y una alfombra que te conducía hacia ella. Los aldeanos, bueno, mi clan, cada uno con sus sillas se sentaron a un lado y al otro. Fui caminando, sonriendo a aquellos que tanto tiempo llevaba conociendo, a aquellos que me vieron crecer y en alguna que otra ocasión tuve que parar para que los niños y las niñas me dieran ramos de flores. Joder, no pensé en el ramo y tampoco di orden de hacerlo, por lo tanto ellos me salvaron.

Ahí se encontraba, con unos pantalones negros, una camisa de seda y una capa negra. Lo único que destacaba de él, aparte del porte y el cuerpo tan perfecto que tenía, era la corona que llevaba en la cabeza, la que lo identificaba como nuestro Rey.

-No te entrega nadie? – preguntó el cura desconcertado

-No padre, vengo yo sola – el chasqueó la lengua como una desaprobación pero comenzó con la misa que debía dar – Si quiero – mis únicas palabras dichas durante media hora que duró el sermón.

Me quedé pensando otra vez en mi infancia, en las veces que corría por estas tierras junto a mi madre, las veces que nos subíamos a un caballo y sin saberlo mi padre hacíamos carreras. También pensé que esta boda sería el fin para mi relación con mi hermana. Samuel fue su sueño frustrado, fue su único amor, porque a Henry no lo amaba.

-Ibeth – Samuel me llamó.

No quería decirme nada, solo se acercó a mi y delicadamente posó sus labios sobre los mios. Los movió de la misma manera que Juan lo hacía pero esta vez había una diferencia, eran unos besos que me gustaban, eran unos besos que hacían que deseara más. En cambio, los de Juan eran húmedos y asquerosos y según Paula era normal, a ella también le daba asco su marido.




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