Emily
Hacía varios días que había despertado, por lo que me dijeron todos ―tanto enfermeras como doctores― era que tenía suerte de seguir con vida, no cualquiera lo cuenta. Esos días, los pasé en observación por si llegaba a presentar alguna que otra complicación.
Hoy era el día en que me trasladaban a planta, anhelaba salir de aquel lugar. En lo único que ocupaba mi tiempo era en leer y dormir, mi siquiera me podía mover por la pierna enyesada y las costillas fracturadas ―estaba hecha polvo por una impudencia―, lo único que me calmaba el dolor eran los calmantes que me suministraban de lo contrario estaría chillando por todo el lugar.
―¿Estás contenta por el cambio de planta? ―Me preguntó Maritza, una de las enfermeras que me atendía.
―Demasiado, al fin podré estar rodeada de mis seres queridos. Ya quiero ver a mi novio por más de cinco minutos.
Ella soltó una leve carcajada y se le dibujó una amplia sonrisa en el rostro. Por un instante tuve miedo de que me dejaran caer, ya que ella y otro enfermero me estaban pasando de la camilla a la silla de ruedas, al fin iba a abandonar aquella habitación deprimente y rodeada de máquinas.
Maritza empujaba la silla de ruedas por el inmenso pasillo, en el camino a mi nueva habitación fuimos hablando.
―Como se nota que te quiere demasiado, desde que estás aquí no ha dejado de llamar al hospital para obtener información de cómo has estado.
―Es lo mejor que me ha pasado en esta vida, no entiendo como sigue a mi lado después de todas las estupideces que cometo.
―Él está porque te quiere, y créeme cuando te digo que hay personas que valen oro.
Al llegar a la nueva habitación, me encontré con todos mis seres queridos, pero sobre ellos destacaba Asher, el menor se abalanzó a mis brazos. Me dolió, me dolió verlos tan preocupados por mí, si tuviera la oportunidad de cambiar aquella noche lo haría, todo por no verlos tan mal.
Por primera vez, en semanas, caí en cuenta de lo mal que había actuado en estos últimos años. Desde siempre he sabido que aquel submundo no era bueno, pero era lo que me llenaba, la felicidad que sentía cuando la adrenalina corría por mis venas era indescriptible; había nacido para aquello.
Mi conciencia no paraba de recriminarme por todo lo que había hecho. «Eres una irresponsable, no ves el daño que has causado con tus acciones, por poco y acabas pasando a mejor vida. Piensa antes de actuar.»
—Perdón —fue lo primero que les dije. Me sentía tan mal conmigo que no sabía como verles a la cara. En sus rostros solo se veía confusión―. No quise que nada de esto pasara, ni siquiera recuerdo cómo sucedió.
―Cariño, lo importante es que al fin estás con nosotros.
La enfermera con ayuda de Darren me pusieron en la camilla, ella miraba de forma extraña a mi novio, pero no dijo nada. Se despidió de todos nosotros con una amplia sonrisa.
Al principio la situación era demasiado incómoda. Me sentía tan observada que ya no sabía qué hacer para desaparecer, a legua notaba que mi madre quería preguntarme algo ―aprovechando que Darren se había ido a trabajar―, pero que no se atrevía por alguna extraña razón. Por otro lado, Charlotte estaba que se subía por las paredes, pero no abría la boca por la presencia de mi madre y hermano.
En la tarde aparecieron varios agentes de policía, deshabilitaron la habitación y empezó un largo interrogatorio. Estaba con los nervios a flor de piel, sabía que una respuesta errónea podría levantar sospechas y yo acabaría en la cárcel ―quizás era la paranoia y la culpa, lo que me hacía pensar aquello―.
―¿Recuerda cómo sucedió el accidente? ―El policía más joven fue el que empezó con la pregunta que tanto había deseado evitar.
«¿Qué debía contestarles? Les decía toda la verdad y me jugaba entrar a la cárcel por un simple error o fingía no recordar nada para evitar las posibles consecuencias.» Aunque la respuesta parecía ser la más obvia, preferí negarlo todo.
―Lo tengo algo borroso, lo único que recuerdo es que estaba de camino al súper, unos sujetos encapuchados se acercaron demasiado y aunque traté de ignorarlos, me asusté y aceleré. ―La voz se me iba rompiendo a medida que narraba todo lo acontecido.
—¿Pudo reconocer a sus atacantes?
—No, solo quería escapar de allí. Tuve mucho miedo cuando empezaron a dispararme, ni siquiera sé por qué.
Veía como ambos policías anotaban cada palabra que pronunciaba, me daba miedo. De alguna forma sentía que me estaban juzgando.
El tiempo que estuve con ambos hombres se me hizo eterno. Cada pregunta se me hacía más complicada que la anterior, parecía que intentaran declararme culpable de algo y aunque lo fuera, no había pruebas, ¿verdad?
Me alegré en el momento que se despidieron, pero duró demasiado poco mi felicidad, porque ante de cerra la puerta sus palabras me dejaron helada.
―No es la única persona que ha sido víctima de estos hombres. Además, los casquillos coinciden con los otros.