En teoría estábamos a la mitad del camino, a unas horas de encontrarnos con los demás, nuestra visita y el percance nos retrasaron y el sol se ocultó. Teníamos muchas ganas de llegar pero no debíamos ponernos en peligro por la noche, sobre todo por los animales que pudiesen cruzarse en la carretera repentinamente. Según el mapa quedaba un lugar por cruzar, otro poblado, y nos daba la curiosidad por visitar. Llegamos ahí por la noche, había calles empedradas, el alumbrado público funcionaba pero estaba desierto. El olor recurrente se presentó pero no había mucho que pudiéramos hacer.
A estas alturas no sabíamos si estábamos más seguros pasando la noche encerrados o a la intemperie, el clima era templado y podíamos hacer una fogata.
-Esta podría ser nuestra última noche siendo solo cuatro, no quiero aguar la fiesta pero creo que habrá cambios, tal vez muchos- dijo Claudia mientras deliberábamos la mejor opción para la noche-creo que deberíamos pasar un buen rato y quitarnos el sabor amargo de la tarde.
-¿Qué sugieres?- pregunté
-Podemos intentar ver una película,
-No tengo humor de entrar a otra casa
-Intentemos, con armas por delante- sugirió Oscar.
Suena más fácil de lo que es, porque entrar a una casa es complicado, algunos ventanales tienen barrotes que te impiden avanzar más, o puertas de acero y de madera que son muy pesadas. Entrar por el techo era un riesgo, como entrar directo a una trampa, pero fue la opción más fiable.
Oscar se ofreció y entró a una, con el arma colocada en el cinturón, tampoco la mejor idea de protegerse. Era una especie de pequeño coto con tres casas al interior, las puertas de las residencias tenían cerraduras más sencillas, aquellas con manijas externas. Los perros ladraron cuando comenzó a escalar el barandal para pasar el cancel principal. Intentamos callarlos pero era inútil, sólo temía que llamaran la atención de alguien, si es que no estábamos solos. Con Oscar adentro le pasamos el gato de uno de los autos para utilizarlo como palanca o simplemente golpear la cerradura hasta romperla.
Cerca de media hora fue necesaria para lograrlo, y el gato quedó dañado un poco. Respiramos tranquilamente cuando vimos que encendió una luz, después se escuchó un zumbido y la puerta se abrió. Fuimos a los autos por todo lo necesario y entramos a la casa. Estaba sola, con muy pocos muebles, la televisión de la sala no estaba pero había una más pequeña en la cocina, el refrigerador estaba vacío pero se notaba usado. Preparamos algo de lo que teníamos en reservas, conectamos un reproductor de DVD y vimos una película. Todos nos sentamos en el sillón y en algún momento nos quedamos dormidos. Los quejidos de los perros nos despertaron, les dimos de comer y desayunamos.
Salimos rumbo a nuestro destino, después de cinco minutos el auto de los hermanos se detuvo, me paré también y me alcanzaron.
-Vimos un niño- dijo Claudia- lo vi correr
Miré a María, luego el retrovisor y respiré hondo.
-Los seguimos- dije
Condujimos lentamente hacia lo que parecían las afueras, el mal olor comenzó a penetrar más, un grupo de vacas estaba en el camino pero no se acercaron ni se asustaron. Unos metros más lo vimos correr. Detuvimos los autos y los apagamos para buscarlo a pie. Con las armas en mano y los perros acompañándonos, ladrando sin pausa. Algunas aves descendían muy cerca.
Vimos su figura a lo lejos, le gritamos pero nos ignoró, dio vuelta en una calle que tenía la pared destrozada. Al llegar al punto nos encontramos con el cúmulo de cadáveres, como en ocasiones anteriores uno sobre el otro de manera desordenada. Sobre ellos una gran cantidad de aves carroñeras devorando los cuerpos, destrozándolos. Algunos colgaban lo que parecían ser pellejos en sus picos. Eso nos dejó helados y hasta los perros guardaron silencio para enseguida emitir quejidos. Pero los pájaros estaban demasiado ocupados para tomarnos en cuenta.
Miramos de un lado a otro y no vimos rastro del niño, retrocedimos cautelosamente. Desde otra perspectiva el sembradío de cadáveres se veía extenso, una parte cubierta por las aves. Los perros se aferraron a nosotros y caminaban tan pegados que casi nos hicieron tropezar. Pasamos por el lugar tratando de no hacer mucho ruido, pero aun así algunas de las aves voltearon hacia nosotros. Pero no pasó nada más allá del susto.
Seguimos a una velocidad prudente y media hora después el olor aminoró hasta desaparecer.
Según el mapa habíamos llegado, la escena se repetía con calles desiertas, solo perros y gatos en la calle, apenas una docena repartida en el área que pasamos, y un par de caballos. Nos estacionamos cerca de la que parecía ser la plaza principal por el quiosco que tenía al centro. Encendimos la radio y comenzamos a tratar de comunicarnos, pero no había más que estática. Pasamos horas intentando, al grado de pensar que tuvimos una alucinación colectiva. Llegó la noche y no hubo señal, estábamos demasiado nerviosos para idear un plan de emergencia y el sueño nos venció.