30 días después del fin del mundo

Día 23: Exhaustos

El amanecer nos sorprendió cuando unas gaviotas picoteaban el techo del auto. En la radio aún se escuchaba la estática y aun cuando mis ojos no estaban despiertos por completo, revisé la sintonía en caso de tener un error, pero no era así.

-Bueno, nos dijeron que en ocho horas estaríamos aquí, tal vez nos esperaban al día siguiente, no dos después, y ya se fueron- reclamó Oscar en tono burlesco.

-Vamos a explorar un poco- le dije mientras caminábamos hacia el mercadillo del lugar y un supermercado de cadena que estaba a un lado y permitía tener los autos a la vista. Claudia y María seguían dormidas, y las dejamos al cuidado de los perros.

En las calles deambulaban las palomas, que levantaban el vuelo en bandada, creando una sombra caminante y provocando un fuerte ruido con sus aleteos. El mercadito estaba desierto, con el olor de las frutas y verduras podridas, y una gran cantidad de ratones corriendo de un lado a otro. Oscar llevó el bate para romper las puertas de vidrio del minisúper. No había muchos víveres tampoco, algunas botellas de agua en la bodega que llevamos de reserva y con el horno de microondas disponible preparamos unas sopas instantáneas, de aquellas que se venden en vasos térmicos. Al regresar no había diferencia en la señal, María se había levantado y se sentó en una banca de hierro que estaba frente al quiosco.

-Toma, no sé si te guste el sabor, o estas sopas. Estaba pensando ¿qué pasará cuando no encontremos agua potable? Creo que podemos sobrevivir con la falta mucho, pero no con la falta de eso.

Tomó la sopa, sopló un poco para evitar quemarse al dar un bocado, pero no dejaba de mirar al frente.

-Estoy cansada.

-Podemos tomarnos unas horas, de cualquier manera tenemos que esperar a que se comuniquen, tal parece.

-Estoy cansada de la vida, agotada.

Tragué saliva y di un sorbo a mi sopa, esas mismas palabras las he pronunciado tantas veces pero ahora tenían un matiz diferente saliendo de otros labios.

-Me siento agradecida por tener la oportunidad pero no encuentro el sentido. Aun cuando encontremos a la mujer y a su grupo, ya estoy muy vieja para esto. Siento que los parpados me pesan por las mañanas, justo antes de abrirlos. No me siento capaz o no tengo ganas de ser parte del nuevo orden. Si acaso existe algo. Llevamos casi un mes y más allá de ustedes, no veo futuro. Lo quiero mucho, como una familia, yo digo que lo son, pero ya no tengo la voluntad-.

Tenía muchos comentarios para hacer, frases reflexivas, pero sentí que debía dejarla hablar, quizá solo quería que la escuchara, nunca habíamos conversado profundamente.

-Perdí mi fe hace mucho tiempo, cuando aún estaba en el convento, mi ilusión por esa vocación se fue diluyendo desde el primer día que estuve en claustro. Ayudar a los demás me ponía feliz, visitar los pueblos, apoyar, prepararles comida, estar en los momentos de necesidad. Pero el protocolo para lograrlo manchaba la experiencia. Lidiar con gente soberbia que debía ser humilde, aquellos en quienes la comunidad les confía sus almas, siendo hipócritas. Mi círculo no fue tan amplio, así que no juzgo, no voy a poner a todos en una misma bolsa, pero mi experiencia fue así. Al final todo se convirtió en una costumbre, el paso de los años se volvió un peso.

-¿Te arrepientes?

-¿De haber elegido eso? ¿de haber vivido así? No, nunca lo haría, las circunstancias no fueron las favorables pero trato siempre de mirar aprendizaje en ello. Quizá soné fatalista, pero la balanza nunca estuvo inclinada a esas personas, a esas vergüenzas en sotana, a las contradicciones, sino a la ayuda, pude seguir una educación, aprendí idiomas, tuvimos visitantes. La que suena a una contradicción soy yo ¿cierto? Estoy agradecida con la vida pero harta a la vez.

-¿Te puedo preguntar algo?

-Claro

-¿Usabas el hábito? ¿Cómo era vivir así?

Soltó una carcajada

-Si no lo entiendes nunca lo harás.

-No quise ofenderte.

-No, no pasa nada.

-¿Extrañas usarlo?

Dio un sorbo y otra cucharada a su sopa.

-Me lo quité ese día que no nos permitieron más entrar al hospital. Sentí mi corazón roto, ustedes lo repararon y jamás dejaré de agradecerles.

Enseguida nos distrajo el sonido de la guitarra. Mientras comían Oscar y Claudia cantaban su versión de “Never tear us apart” de INXS que terminó por hacerme un nudo en la garganta.

Combatimos la curiosidad de llegar hasta la costa y esperar la señal, pero no hubo otro cambio en la radio ese día. La decepción comenzó a contagiarnos.




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