DERROTAS DISNEY
Crecer educada en la cultura de Disney puede llevarnos a vivir varias, no una, sino varias derrotas. Porque pensemos, hagamos juntos una mirada retrospectiva a nuestra niñez; desde que tenes aproximadamente dos o tres años, ya te ponen frente a una pantalla a mirar dibujitos, ¿no?. La edad variará según la disponibilidad horaria de tu madre, padre o tutor responsable; pero si naciste como yo en una familia de padres laburadores que de ocho de la mañana a cuatro de la tarde estaban en la oficina, de seguro, con dos años, la niñera o quien te cuidara te puso frente a la caja boba para entretenerte un rato.
Pues a mi me pusieron desde muy chica frente a la pantalla de Disney donde las películas de dibujito eran la telenovela para pequeños del momento. Porque no hablamos de los dibujitos de Disney actuales que piensan y reflexionan sobre los estereotipos de género, la violencia de género y la igualdad. ¡Te hablo del Disney de hace 35 años atrás! ¿Entendés lo que digo? Te hablo de ese Disney en donde Blancanieves, La bella durmiente y Cenicienta eran las figuras centrales. Sin importar el día o el horario, si uno prendía el televisor en ese canal, alguna de esas películas se estaba transmitiendo y una las miraba más que feliz, claramente. Porque a esa edad, mientras lo que veas sea un dibujito animado entretenido, estás felizmente entretenida. El problema no es el momento presente de esa época, sino las ideas y sentimientos que uno naturaliza e idolatra con esa edad y que las pone como ruta de viaje de su vida futura.
Por traer a cuento, cuando tenía solamente cinco años, repito, solo cinco años, me había enamorado perdidamente de mi vecinito. No creo que sea necesario ponerle nombre, ya que él no es el punto, ni siquiera se enteró, creo yo, de mi enamoramiento perdido, de mi enamoramiento a los disney diría yo. Pues la cuestión es que, cada mañana a las doce del medio día, me paraba en la vereda de casa solo para verlo pasar e imaginaba cómo sería nuestro encuentro y cómo mi beso lo desencantaría. Porque, a mi parecer, su aspecto físico y su mal humor cotidiano que demostraba pateando los juegos de la plaza del barrio, se debían, según mi mente de niña Disney, al hechizo de algún brujo o maleficio. Triste fue crecer y darme cuenta, a los siete años, que su cuerpo y rostro, simplemente eran herencia genética de su padre y que ningún beso mío podría desencantarlo y que su pésimo humor no era debido a ningún embrujo, sino tan sólo, a su odio porque no lo dejaban jugar un poco más.
Mis diez años tampoco marcaron la diferencia, y ¡cómo iba a cambiar algo, si seguía mirando las mismas películas de Disney! Marcada por mi experiencia anterior decidí que ya no iba a crecer, que mi vida siempre sería la de una niña que jamás se enamoraría. Peter Pan quedaba chiquito al lado de lo que yo fantaseaba como futuro. Pero me olvidé que el amor siempre aparece en estas historias, e interrumpió en mi vida, mi Wendy Darling, de quien me enamoré perdidamente como lo hizo mi modelo a seguir de Disney y la niña que quería seguir por siempre niña, creció de golpe. ¡Cómo te hace madurar un corazón roto! ¡Y cómo te hace anhelar más y más ese príncipe azul que con un beso de verdadero amor te haga vivir feliz y comer perdiz!
Pues ni perdiz ni feliz resultó mi vida esperando siempre a ese ser idealizado, maquillado de dibujito animado y que me dejaba en ese rol de niña boba esperando ser rescatada de algún castillo encantado. Años y años esperando ese amor ideal, masculino, viril, salvavidas de esta mujer indefensa en el mar de la vida.
Por suerte la vida puso ante mí, no a ese amor de dibujito, sino a una mujer maravillas que me nombró "amiga" y apagando el televisor que había quedado encendido en el canal Disney, me tomó de la mano y me llevó a recorrer la vida sin tanto edulcorante.