Mis padres vinieron por mí y lo primero que hizo mi madre al verme fue abrazarme, no me soltó hasta que casi se le cayeron los lentes al suelo. No necesitaba más consuelos, no necesitaba más lágrimas, necesitaba volver a casa, al silencio de mi habitación.
Como era de esperarse, esa noche me dormí muy tarde, no pude siquiera sacarme el maldito vestido y terminé recostada sobre mi cama con el vestido y el maquillaje puesto. La noche se hizo larga y cruel, mi peor enemigo era mi mente, la culpa de no haber estado con él hasta que entró a pabellón me estaba matando por dentro. Decidí hacerle caso a Lee, a tener mi última noche de escuela con mis amigas, a divertirme, a ir a mi baile de graduación, decidí a apostar que todo saldría bien.
Me quedé dormida cuando las lágrimas me agotaron y me hicieron perder la consciencia. Pero el mal sueño resultó no serlo, porque el golpe de realidad me pegó tan duro que todo el dolor volvió a mi cuerpo y al alma.
Pasé los siguientes 2 días tumbada en el silencio de mi habitación, sin salir ahí, sin bañarme, sin cambiarme de ropa… Nunca había dormido tanto. Mis padres irrumpían en mi habitación de vez en cuando, para dejarme comida y para decirme cuanto lo sentían, pero sus palabras no me servían de mucho.
Estaba molesta, claro que sí, pero por sobre todo estaba destrozada.
El único día en que decidí darme un baño, fue el día del funeral de Lee. Pasé dos horas dándome un baño de tina, queriéndome ahogar en el agua y queriéndome quitar la pena a refregadas con jabón.
No alcancé a despedirme como quería. No dejaba de repetirme eso.
Si hubiera sabido que jamás volvería a tenerlo a mi lado, que jamás volvería a besarlo o abrazarlo, me hubiera despedido de otra manera. Le hubiera dicho lo importante que fue para mí, le hubiera dicho la verdad, de cómo cambió mi vida desde el momento en que lo vi en esa tienda de discos, le hubiera dado las gracias por aparecer en mi vida, y por sobretodo, le hubiera dado las gracias por quererme.
Son muchas palabras guardadas dentro de mi corazón, muchas palabras que no alcancé a decir, muchas palabras que decidí guardar para un futuro que ya no tendré junto a él.
Me sentía rota, por dentro y por fuera, ¿Cómo superas esto? ¿Cómo sales de este agujero después de sentir que la esencia de tu vida se desvaneció en un segundo? Yo siempre creí que era fuerte y que podía resistir grandes cosas, ¿pero esto? Yo no estaba preparada para esto.
Me miré al espejo desnuda, intentando imaginar que vestido ponerme, aunque no tenía ganas si quiera de secarme el pelo. Todos irían con vestidos negros, claro, es un funeral, pero Lee siempre me había dicho que el negro no iba conmigo. “Eres demasiado feliz para el negro” Me había dicho en alguna oportunidad. Sonreí, aún tenía su voz grabada en mi mente, aunque sabía que con el paso del tiempo, se perdería entre mis recuerdos.
Me dolía pensar que algún día mi memoria dejaría de recordar su tierna voz, su calida sonrisa, sus ojos brillantes y el sonido de su risa. Me dolía pensar que mis manos se desacostumbrarían al calor de su tacto, al espacio entre nuestras manos, a los besos robados. Me dolía.
Me dolía todo.
Tomé un vestido bonito, el vestido amarillo que había usado para una cita con Lee, si iba a ir a su funeral, entonces iría de la forma en que sabía que le podía sacar una sonrisa. Iría como su “rayito de sol”.
Enterraron mi amor bajo tierra, junto al ataúd de Lee, pero no lloré al verlo de esa manera, aunque sabía perfectamente que jamás volvería a tocar su cuerpo, a acariciar sus tatuajes, o jugar con su pelo. Una parte de mí entendió que él siempre aprovechó la vida al máximo, aun cuando intentara quitársela en otro tiempo, me hizo ver lo hermoso de compartir juntos, que las decisiones hay que tomarlas y no dejarlas anotadas en un cuaderno olvidado, porque sino terminaremos llenándonos de sueños y acabando hundidos en la mediocridad. Si quieres algo, ve a por ello. Si amas a alguien, lucha por ello. De la misma forma que Lee luchó por mí y no se rindió a pesar de que yo sea una obstinada de mierda.
Con él aprendí a que no siempre tengo la razón y a que muchas veces mi mente dice mentiras sobre mi misma. Aprendí a no subestimarme, a quererme, a aceptarme. Aprendí que mis labios en color rojo son más lindos que con un simple brillo, aprendí que debo hacer lo que me gusta a pesar de que me de miedo llamar la atención del resto. Aprendí a no esconderme de la gente, porque si las personas se fijan en mí, no es necesariamente porque esté haciendo el ridículo o algo incorrecto. Aprendí el sentido real del amor, a que los “te amo” no son huecos y cursis, sino que son la expresión general de todos los sentimientos peligrosos y complicados que experimenta nuestro sistema al vernos a los ojos, aprendí que existen relaciones reales en una sociedad que se basa en las mentiras y en el tráfico de amor barato sin compromiso, aprendí todo eso y mucho más, por lo tanto, más allá de mi novio, mi amigo, mi héroe y mi cuidador, fue mi maestro de las ciencias sociales y amorosas. Sé que voy a extrañarlo un mundo, pero no puedo ahogarme en lágrimas cuando él me enseñó a que podía superarme. Se lo debo.
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Editado: 14.05.2019