Era invierno, y a las siete de la mañana en un pueblo montañoso llamado MontBlanc, hacía mucho frío. Todavía no habían llegado las nevadas, pero estando en pleno mes de enero, no tardarían en cubrir de blanco las montañas y las casas.
Como todas las mañanas, me dirigí al punto más alto del pueblo para contemplar el amanecer bañar mi pueblo poco a poco. Lo hacía como un ritual desde hacía dos años, desde que Susy, mi niñera y madre adoptiva, murió al dar a luz a Blanca.
Desde que tengo memoria, Susy ha estado siempre a mi lado. No nací en MontBlanc, pero es el único hogar que recuerdo desde siempre. Nunca hemos tenido a nadie. Solo Susy y yo. Así que Blanca no podía ser entregada a ningún familiar. Por suerte, Susy siempre había sido muy previsora, y antes de nacer Blanca, se acordó legalmente que yo sería su padrina.
Así que Blanca era ahora mi única familia. Del padre de Blanca nunca supe nada. Susy jamás me habló de él. Como tampoco me habló nunca de mi familia. De todos modos, eso importaba poco. Saber las circunstancias o las razones por las que Susy terminó adoptándome no iba a beneficiarme en nada. No tenía pistas ni información sobre mis padres. Mi única preocupación era el presente.
―Blue, menos mal que te encuentro.
Como siempre, Karen no usaba el teléfono móvil como le había repetido infinidad de veces para avisarme de cualquier problema. Por el contrario, cargando a Blanca con un brazo, llegó sudando a la cima del pueblo, pese a estar a tres grados.
Antes incluso de llegar donde yo estaba, Blanca ya alzaba sus manitas hacia mí, ansiosa por que la cargara. Karen me la entregó con mucho gusto.
― ¿Qué ha pasado? ―pregunté mientras le colocaba bien el gorrito de lana sobre los negros rizos que cubrían la cabecita de Blanca.
Blanca y yo no podíamos ser más distintas. Al igual que su madre, la pequeña había heredado los rasgos colombianos de su descendencia. Por el contrario, yo parecía no haber tomado el sol en mi vida, y aunque llevaba el cabello corto teñido de rosa, mi color natural era la antítesis del de Blanca.
Juntas éramos el día y la noche.
―Pesadillas ―contestó Karen al fin―. Otra vez.
Hacía semanas que Blanca se despertaba casi todas las noches llorando. A pesar de sus dos añitos de edad, parecía ser muy consciente de que yo no era su madre. Y aunque no se lo había dicho, creía que a Susy se la habían llevado unos monstruos. Y que querían hacer lo mismo conmigo.
Intentaba tranquilizarla con los cuentos que Susy me contaba cuando era pequeña: Pulgarcita, Peter Pan, Los tres cerditos, La Bella y la Bestia, Aladdín… Pero, aunque me gustaría quedarme a su lado todo el tiempo para poder cuidar de ella, tenía que trabajar como hacía Susy para mantenernos.
Con tal de no ausentarse durante el día, Susy trabajaba de noche en unos almacenes. Yo había perdido trabajar allí también, ya que, muy a mi pesar, había quedado un puesto libre. Saber que yo era la hija adoptiva de Susy los ablandó los suficiente como para contratarme. Además, no olvidando mi vocación, trabajaba como tatuadora, lo que nos proporcionaba un sueldo extra. El lugar donde vivía no era el mejor para llenarte los bolsillos en esta profesión, pero Susy siempre me decía que, pese a las dificultades, persiguiera siempre mis sueños. Supongo que entonces lo hacía más por ella que por mí. Para honrar su memoria.
― Cariño, ¿vamos a casa y te preparo unos creps con chocolate? ―tenté a Blanca, como siempre hacía para distraerla.
― ¡Shi! ―dijo mi pequeña―. ¡Queps, queps!
―Muchas gracias, Karen ―dije, dirigiéndome a ella con una sonrisa―. ¿Quieres creps también? ―Karen me miró con los ojos ligeramente entornados, segura de que ya sabía su respuesta.
―Sabes que no tienes que dármelas. Y aunque el chocolate es tentador, estoy…
―A régimen, lo sé ―terminé por ella―. ¡Soy el diablo que viene a tentarte con los mejores creps de Montblanc!
Karen me dio un apretón cariñoso en la mejilla antes de que las tres nos dirigiéramos en un fresco paseo hacia casa.
Karen era vecina nuestra, de Susy y mía, desde que llegó conmigo hacía ya veinte años. Como yo tenía solo un año, Karen se quedaba conmigo por las noches mientras Susy trabajaba. Y Luego hasta las tres del mediodía para que pudiera dormir un poco. Cuando cumplí los cinco años, Karen empezó a quedarse conmigo solo durante las noches hasta que me dormía.
<<Si necesitas algo, solo tienes que llamar. Vendré enseguida, Blue>>. Me decía siempre, y nunca pasaba un día sin escuchar esa frase. Karen siempre había estado a mi lado. Aunque en los últimos dos años, la frase tomaba un matiz amargo. Susy no iba a regresar por la mañana para despertarme con un beso. Ella ya no estaba.
No tardamos mucho en llegar a casa. El lugar al que llamaba hogar, era un piso pequeño apartado del centro del pueblo. Los edificios no suelen ser más altos de cinco plantas, pero nosotras vivíamos en uno que tenía seis. Sin ascensor. Por suerte, nuestra casa estaba en el primer piso.