Alguien que merezca tu amor, un comienzo contigo

Capítulo III

Ese día Sebastián decidió ir a mi casa. Al ya no tener su bicicleta se quedó esperando como siempre. No era la más puntual que digamos, por eso usábamos la bicicleta. Sebastián sabía que tenía que llegar por lo menos 30 minutos después de lo previsto.

—Buenos días, señora. ¿Se encuentra Lisa?

—Hola, Sebas. Claro, ella...

Salí acomodándome el zapato.

—¡Aquí estoy! Siento la demora —Puse bien mi zapato.

—¡Que son esos modales! ¡Dile, aunque sea "buenos días"! Mira que el chico viene todas las mañanas a recogerte. Hay que ser más agradecida.

Ella no lo sabía. Suspiré, otra vez.

—¡Buenos días! —dije.

—Ay... Esta niña. Bueno, hasta luego, Sebas.

—Adiós, seño.

Caminamos y seguimos caminando hasta que me di cuenta que no estaba a la vista de los vecinos.

—Parece que te llevas bien con ella.

—¿Um? ¿Te refieres a tu mamá? Claro, debo hacerlo. Es tu mamá después de todo...

—Tú también le agradas.

—Es porque soy tu amigo.

—Quisiera que tú también me trates como a ella. —Volteé a verlo al darme cuenta de lo que había dicho.

Aunque creo que no me equivoqué. Quería que me trate así.

Sebastián se me quedó mirándome y luego soltó una risa.

—Que hablas. —Volvió a mirarme.

Mantuve mi mirada firme

—Oh, ¿es enserio?

Desvié la mirada.

—No. No es nada. Mejor vámonos. —Empecé a caminar más rápido y me tropecé.

Sebastián vino corriendo detrás mío, tomó mi brazo y me alzó.

—Oh dios mío, Lisa. —Comenzó a reírse.

—Sí, sí, sí. No digas nada. —De pie empecé a limpiarme las rodillas.

—En serio, ¿estás bien? —Volvió con esa mirada, tomó mis manos y empezó a verlas.

—Sí, todo está bien. —Hice que suelte mis brazos.

Esa tensión volvió y con ella un abrazo.

—Todo está bien. ¿Sabes que eres la mejor?

Sonreí.

—Claro, como no saberlo si siempre me lo dices. —Lo abracé más fuerte.

—Eres tan especial que... —Sacó de su bolsillo un chocolate— ... te mereces esto. —Hizo que me aleje y me mostró el chocolate.

—¿En serio? —dije confundida—. Gracias, pero... ¿qué quieres?

Sabía que quería saber algo. Siempre hacia lo mismo.

—¿Cómo? —Sonrió nervioso, se agarró la cabeza.

—¿A qué se debe esto? —Puse el chocolate en su cara.

—Ay... ¡Por qué eres tan astuta!

Sonreí y volví a preguntar.

Respondió con otra pregunta.

—¿Qué pasó con Mario?

Suspiré y bajé la mirada.

—Solo lo de siempre. Él no acepta que hablemos... —Pensé y dije lo más estúpido en mi vida—. ¿Por qué no dejamos de hablarnos?

—¿Qué? —respondió confundido.

—Solo que... Pienso que deberíamos hacer nuestras cosas por separado. —Lo miré firme.

Sebastián me miró aún más confundido.

Seguí.

—No es necesario dejar de hablarnos, es solo que...

—Entiendo, entonces comencemos desde ahora. —Me entregó mi mochila—. No iré a clases.

—¿Qué? —dije sorprendida.

—Vengo a clases porque sé que estarás ahí. Es simple. Me voy, cuídate. —Se despidió.

—¡Oye! Pero no es necesario hacerlo hoy, ¿sabes? —Me reí nerviosa, corrí hacia él.

Sebastián volteó.

—Podemos empezar mañana... —Lo miré— ... o talvez la próxima semana. —Sonreí.

Sebastián solo me sonrió. Él sabía que sería imposible dejar de hablarnos.

Y así fue, aunque no solo pasó una semana sino un mes, dos, tres, cuatro...

Mario se dio cuenta de que sería imposible separarlos. Sabía que harían cualquier cosa por tener, aunque sea algún contacto por un segundo.

Era como si tuvieran la necesidad de verse, así se sentirían mejor.

—¿Eres Lisa? —dijo una chica que en mi vida había visto.

—Eh... ¿Sí?

—Entonces esto es para ti —Me entregó una carta.

Nunca se me había pasado por la cabeza que lo que estaría ahí escrito cambiaria todo, absolutamente todo.

En el sobre decía: "Joel y Lisa"

Talvez aún no sabes quién soy,

pero seré el que te robará un beso de alguna manera.

Con amor Joel.

Tienes algo que no puedo sacar de mi cabeza...

Eso hace que aún no te pueda superarte.

Así que atenta.

Nos veremos pronto.

No sabía cómo reaccionar.

"¿Acaso este chico no sabe que tengo novio?", me pregunté.

Pero lo que no salía de mi cabeza era... JOEL.

¿Quién era Joel?

Ese día no dejaba de preguntarme quién era él. Tal vez solo era una broma, me decía. No quería más problemas de los que tenía, sin embargo, la duda me mataba por dentro. ¿Qué pasaría si ese chico realmente estaba enamorado de mí? Me pregunté una y otra vez. Nunca había pasado por una confesión en carta. El único chico que se me había declarado hasta ese entonces fue Mario y no fue de la mejor manera que digamos y tampoco lo quería o amaba.

Fue solo para no quedarme sola y ya.

Fui a buscar a Sebastián, sabía que él tendría respuestas a eso o eso era lo que creía. Subí las escaleras con la carta en el bolsillo. Pensaba en mostrárselo cuando estuviéramos a solas.

Eso fue imposible.

Sebastián tenía a una manada de chicas rodeándolo como una manada de lobos a una presa.

Solo me abstuve a mirar de lejos, miré todo.

Sebastián estaba tratando de dar excusas baratas como siempre lo hacía a las chicas. Bueno, eso era lo que veía.

—No puedo. —Se agarró la cabeza—. Haré el trabajo con Alejandro y unos chicos más.

—Siempre dices eso... Queremos hacerlo contigo, Sebas. —dijo una chica tratando de coquetearle.




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