Durante la madrugada del vigésimo día, el soldado que contraté murió. No soportó las heridas. Algunos de los soldados de la base le organizaron un funeral. —Debemos quemarlo —me aseguró Kevin—, si tenemos suerte no se convertirá.
—¡¿Si mueren se transforman?! —pregunté asustado.
—No todos —contestó—, algunos lo hacen, algunos no… Pero no correré más riesgos. Salimos en 20 minutos, prepárate.
El no muerto que estaba afuera, comenzó a rugir desde las 7 de la noche. Jugaba con nuestra mente cambiando de posición cada determinado tiempo. Los 30 soldados que quedaban en la base, temían partir. No querían perder su vida en manos de esa cosa; dos de ellos se suicidaron antes de que saliéramos.
—Si tienen balas para dispararse —gritó el cabo cuando pasó eso—, ¡guárdenlas para el enemigo! Vayan a morir como perros por su propia mano, ¡Calvin tiene hambre! —un par de soldados, carcajearon y se burlaron de la conducta cobarde de sus compañeros.
A la una de la madrugada salimos de la base. El convoy se conformó de la forma que dijo el cabo. Yo iba en el mismo auto que él. Uno de los vehículos de atrás y de adelante —como mencionó—, solo tenían una ronda de municiones.
Los primeros 500 metros fueron silenciosos, solo se oía el ruido de los autos. Pasando esa distancia, los árboles comenzaron a moverse. —Preparen sus armas —ordenó el cabo por la radio—, Calvin quiere venir a despedirse…
Un gruñido, parecido al de un cerdo, resonó por los árboles. Los soldados que nos acompañaban sujetaron sus armas. No importaba cuánto aumentáramos la velocidad, los árboles seguían moviéndose como si algo caminara entre sus ramas.
De vez en cuando, escuchábamos que «Calvin» se lanzaba de un costado a otro. Las ramas rompiéndose, los troncos doblándose como papel y los gruñidos, ponían a todos nerviosos.
—¡Faltan 100 metros! —indicó el cabo—, cuando salgamos de la maleza matan a todo lo que se mueva.
Los vehículos aceleraron a fondo. Casi cuando estuvimos a punto de salir, un árbol cayó sobre el camino. —¡Calvin está aquí! —gritó el cabo—, ¡preparen las torretas y muevan ese maldito árbol!
Varios soldados se bajaron para enganchar el tronco. Las torretas apuntaron a las copas de los árboles. La ceniza estaba tan cerrada, que apenas podías ver a unos metros de distancia.
—Guarden silencio —indicó el cabo. Durante varios segundos, nada se escuchaba alrededor.
—¡A las 6 en punto! —gritó uno de los soldados que anclaba el árbol.
El no muerto apareció detrás de nosotros. Los soldados le dispararon cuando salió de la espesura. Era muy grande, incluso más de lo que dijo Kevin. Quizás medía 5 metros, pero su altura no daba miedo, sino la complexión de su cuerpo.
Era una bestia alargada con un cuerpo parecido al de un ciempiés. En su dorso había insertado rostros de los soldados que asesinó y comió; acomodó las partes humanas en filas sobrepuestas de pedazos de carne, que se alineaban por todo su vientre y pecho de forma grotesca. Sus brazos, estirados de manera sobrehumana, supuraban ese líquido verde. De todo su cuerpo, colgaban pedazos de carne y tripas. Y de su cuello, salían dos grandes huesos curvados.
—¡Disparen al dorso! —gritó el cabo.
Los soldados, llenaron de balas el dorso de Calvin. Sin embargo, las balas se hundían en la coraza que formó con los restos humanos. El no muerto, dio un salto y planeó hasta el frente, cuando cayó se movió a gran velocidad sobre sus cuatro extremidades. De un golpe, arrancó el brazo de uno de los soldados. No detuvo su marcha, sino que volvió a entrar en la penumbra.
—No dejen de disparar —ordenó el cabo—, ¡cubran al caído! Charly y bravo, salgan a cubrir a sus compañeros.
Dos equipos completos —con excepción del conductor—, salieron. El no muerto, emitía rugidos desde varias direcciones. Por un instante guardó silencio, pero después se oyó un fuerte crujido a la izquierda. Desde ese lado el sonido de ramas partiéndose, se acrecentó. Todos dispararon sin dudarlo un segundo. Sin embargo, la criatura lanzó el brazo que arrancó desde la dirección opuesta.
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Editado: 17.11.2018