El verdadero rostro sanguinario de la segunda guerra fría —como la llamaron los expertos—, había diezmado casi por completo al gobierno. Un ataque tan furtivo como el que perpetuaron «ellos», destruyó las defensas de todo el mundo.
En nuestro paso por Nueva York, solo encontramos destrucción y caos. Los grandes no muertos, se habían hecho con territorios repletos de fantasmas. Los más pequeños, se peleaban por los lugares restantes. Fue relativamente fácil salir; los cambiantes —como les decían a los no muertos que tenían apariencia de cadáveres vivientes—, estaban más ocupados en acabar con sus rivales, que en cazarnos.
La desgracia más grande, fue encontrar que el peor enemigo del hombre, es otro hombre. Los sobrevivientes que encontramos en Nueva York, estaban más ocupados en cuidar sus propios intereses que en escapar; en el fondo… yo hacía lo mismo.
Pese a nuestros esfuerzos por salir ilesos, el grupo se redujo considerablemente. La gran mayoría de refugiados cayó cuando un amorfo acorazado —los no muertos gigantes que forman una armadura con su baba amarilla—, nos atacó.
Las armas QR eran muy efectivas contra ellos. Destruían sus defensas y atacaban directo a los diminutos parásitos. Derribaron a ese no muerto en menos de una hora. Evitamos las peleas después, porque el viaje hasta Indiana era muy largo.
Al trigésimo segundo día, descansamos en un refugio que encontramos en Ohio. García, jamás despegó sus ojos de mí; aunque me tenía esposado y encadenado, siempre dejaba a alguien cuidándome. Kevin y Marcus tuvieron que integrarse con los militares.
Aquel refugio apostado a las afueras de Ohio, estaba conformado solo por sobrevivientes. Todos nos dirigíamos al mismo sitio. Por la radio habían dicho que en Indiana acabaron con los no muertos. —Usaron una nueva arma —aseguró uno de los que encontramos—, ¡atacaron a los bastardos con una bomba de hadrones!
Las teorías sobre la conspiración eran exageradas. Pero podías ver dos grupos: los que creían —de manera religiosa— que estábamos ante el apocalipsis, y los que creían que era una cuestión relacionada con el hombre. Los primeros eran menos numerosos; a decir verdad, era un grupo muy odiado.
No había una ley que prohibiera profesar alguna religión, pero nadie toleraba escuchar esa palabra. Los pocos que aún tenían valentía por expresar sus creencias, eran repudiados hasta el punto de ser segregados.
En aquella ocasión cuando encontramos el campamento, una mujer de un poco más de treinta años, se acercó a tomar su ración de comida, y mencionó una pequeña plegaria.
—Debes agradecerme a mí, ¡yo puse esa comida en tu boca!, ¡maldita fanática! —Carlton, un hombre caucásico de muy mal carácter, era el segundo al mando del grupo. No importaba cómo lo vieras, era un imbécil que no tenía criterio.
Podría decir que el grupo con el que viajaba esa mujer, era uno de creyentes, exactamente no sabría qué religión tenían, pero ellos se alejaban a rezar o hablar sobre sus cosas.
—¿Qué les pasa a todos? —pregunté extrañado. Nunca había sido un creyente, pero había oído que, en los momentos de desesperación, la gente recurría a las plegarias.
—Tú de verdad no sabes nada —contestó García.
—Te lo dije, no sé nada.
—Los noticieros aún transmiten, no lo hacen siempre, pero hay varios que aún siguen al aire. Ellos informaron que esta guerra fue para «limpiar la tierra del pecado». Un grupo de extremistas acabaron con todos los pecadores del mundo.
—¿Quiénes fueron?
—Se autodenominan «la mano de dios».
Seguí comiendo la barra de proteína que tenía en mis manos. Aunque quería saber más, no volví a preguntar; García, jamás me diría nada.
Casi no teníamos alimentos, así que Terry García —el sargento— pactó un intercambio. Primero querían armamento QR, pero era imposible; las armas solo funcionaban con las huellas de cada persona. Después, pidieron los transportes, pero de nuevo no podíamos darlos. Al final, se acordó que los militares montarían guardia y cuidarían a todo el grupo hasta llegar a nuestro destino.
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Editado: 17.11.2018